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– Trevor -repitió Joe-. ¿Adónde demonios la está llevando?

– Te he contado todo lo que Jane me contó -dijo Eve-. Esa es la pregunta principal, y la segunda es cómo ha llegado a involucrarse Trevor en esto.

– Me importa un pepino. Lo único que importa es que se mantenga alejado de Jane. ¡Caray!, pensaba que había salido de su vida para siempre.

– Pues no. Quedaron demasiados cabos sueltos cuando Jane se fue de Herculano. Aunque confiaba en que tardara unos pocos años más.

– ¿Qué cabos sueltos? Aquello se acabó. Atrapamos a aquel asesino, Y Jane siguió con su vida.

– Bueno, eso parecía.

– Estás siendo condenadamente enigmática. Cuéntame.

– No es mi intención serlo. Sólo intento decir que estábamos tan desesperados por alejar a Jane de aquella pesadilla y de que volviera a la normalidad, que quizá nos precipitamos. Puede que hayamos cometido un error.

– Chorradas -dijo Joe cansinamente-. Bajo ningún concepto habría permitido que Jane se quedara por allí buscando aquellos pergaminos, mientras Trevor estaba en el mismo continente. Jane tiene una cabeza muy bien amueblada, y estaba claro que él era algo nuevo en su experiencia y que la fascinó. Es como un hipnotizador, y yo no deseaba que ella decidiera que quería ir tras él.

Ella le había dicho algo parecido a Jane, recordó Eve. Trevor y Jane se habían visto abocados a una intimidad excesiva, y hacia el final, Eve creyó haber visto indicios de los que Jane no era consciente.

– Bueno, pues ahora está con él. Me dijo que nos llamaría dentro de seis o siete horas. -Se interrumpió-. Se trata de Cira una vez más, Joe. De Cira y de aquel condenado oro. Y ahora han matado a Mike y a ese chico Donnell.

– Todavía no tenemos ninguna prueba de que exista una conexión.

– ¿Por qué, si no, iba a surgir Trevor de la nada después de todos estos años? La búsqueda de ese oro ha sido siempre su pasión. Y puso a Leonard como cebo para conseguir que Jane se fuera con él. Sí que hay una conexión.

– Entonces la encontraremos. Déjame que cuelgue el teléfono y llame a la Interpol y veré si puedo enterarme de algo de lo que ha estado tramando Trevor últimamente. -Se calló-. ¿Jane va a llamar dentro de seis o siete horas? ¿Qué destino llevaría tanto tiempo desde Boston? ¿Nápoles?

– ¡Dios mío!, espero que no.

– Bartlett me dijo que llamaste a Eve antes de que despegáramos. -Trevor se estaba acercando a Jane por el pasillo-. Y que me mencionaste. Eso debe haberla complacido.

– No, pero no podía dejarla en la más completa ignorancia, y pensé que más vale lo malo conocido… -Se encogió de hombros-. Puede que estuviera equivocada. Sabe muy bien lo temerario que eres, y a su pesar, en algunos momentos, sigue viéndome como a una niña que anda dando tumbos a ciegas.

– No, no es verdad. Pero es protectora con la gente que quiere, y nunca confió realmente en mí. Por eso me sorprende que me mencionaras.

– Confía en ti… dentro de unos límites.

– Porque es una mujer prudente. -Se sentó a su lado-. Ha pasado por demasiadas cosas para dejar que los extraños se acerquen lo suficiente para herirla.

– Te equivocas. Eve se expone a ser herida cada vez que empieza una reconstrucción.

– Eso es diferente. Ese es su trabajo, su vocación. Tú y Joe sois su vida, y ella haría cualquier cosa para protegeros, teneros felices y a salvo.

– No tiene nada de raro.

– No estoy diciendo que lo tenga. La admiro, y tenemos muchas cosas en común.

– Ella rebatiría esa afirmación -dijo Jane con sequedad-. Y yo también.

– Bueno, no sé. -Trevor le sostuvo la mirada-. Ya te protegí en una ocasión.

Jane se quedó repentinamente sin resuello, sintiéndose acalorada… ¡Oh, joder!, había pensado que aquello había acabado, y allí estaba, asaltándola de nuevo. No, no lo toleraría.

– ¡Dios mío!, ¿hasta dónde llega tu arrogancia? ¿Y se supone que tengo que darte las gracias por salvar a la pobre y tierna Lolita de sus deseos concupiscentes? -le preguntó con los diente apretados-. ¿No me deseabas? Fantástico. Yo tampoco te habría deseado, si hubiera tenido más experiencia. Supongo que has estado dándote palmaditas en la espalda todos estos años porque me salvaste de mí misma. Bien, puede que sólo tuviera diecisiete años, pero no era idiota, y tenía derecho a escoger libremente. Me trataste como si fuera una niña sin…

– Espera. -Trevor levantó la mano para detener el discurso-. ¿Cómo sabes qué era eso a lo que me refería cuando te dije que te había protegido? Después de todo, hice todo lo que pude para evitar que Aldo te matara.

Jane parpadeó.

– ¡Ah! -Luego estudió la expresión anodina de Trevor, y dijo con los dientes apretados-: ¡Maldito seas! No era a eso a lo que te referías.

– Pero podría haber sido que sí. -Trevor sonrió con malicia-. Y era la única manera de poder desactivar todos esos insultos con los que me estabas colmando.

– No has desactivado nada, y yo… -Pero el inteligente bastardo había hecho exactamente eso. La furia y el dolor enardecidos por aquellos recuerdos se habían aliviado-. Quería decir todo lo que he dicho, y menos mal que ha salido a relucir.

– De acuerdo. ¿Y no se te ocurrió que esa podría ser la razón de que lo hiciera? No sirve de nada tener una herida abierta que podría ponerse a supurar en cualquier instante, cuando tenemos otros problemas que resolver.

– ¡Qué metáfora de tan mal gusto! Y no te hagas ilusiones. No estaba supurando.

– Puede que no estuviera hablando de ti.

El acaloramiento de nuevo. ¡Por Dios!, ¿qué le estaba pasando?

Jane apartó rápidamente la mirada.

– No intentes engatusarme. Sé lo mucho que te gusta controlar las situaciones. Pero ésta no la vas a controlar, Trevor. Deja de intentar manipularme y dime por qué querías que viniera contigo.

– Ya te lo dije, para eliminar un arma más que puede ser utilizada en mi contra.

– ¿Por quién?

Él no respondió.

– Vine contigo porque no pude encontrar una alternativa inmediata que me diera lo que necesito. Pero no me voy a quedar en ninguna parte, si te andas con secretitos.

Trevor asintió con la cabeza.

– Confiaba en tener un poco más de tiempo, pero sabía que todo se reduciría a esto.

– Tienes toda la maldita razón. ¿Quién?

– Un tipo extremadamente malvado que responde al nombre de Rand Grozak.

– ¿Malvado? ¿Cómo de malvado?

– Asesinatos, contrabando, drogas, prostitución. Chapotea en muchísimas actividades para conseguir lo que quiere.

– ¿Y qué tuvo que ver con la muerte de Mike?

– Leonard trabaja para él. No creo que Grozak le pidiera que matara a Fitzgerald. Eso fue una metedura de pata. Fue un intento de secuestro, y tú eras el objetivo.

– ¿Por qué? Y no me cuentes lo de tu talón de Aquiles. Si te conoce tan bien como dices que te conoce, ha de saber que eres demasiado difícil para dejarte influenciar.

– Es alentador darse cuenta de lo bien calado que me tienes -murmuró-. Pero puede que Grozak perciba otro lado más sensible de mi personalidad.

– ¿Por qué quería ir a por mí? -repitió ella.

– Quiere el oro de Cira, y está buscando obtener una ventaja. Probablemente crea que tú sepas donde está.

– Eso es una locura. ¿Por qué? Eres tú el que lleva años buscándolo. Y fuiste tú quien encontró los pergaminos.

– Tal vez crea que puedo haber compartido la información contigo. Estuvimos juntos en Herculano hace cuatro años. Tú has participado en tres excavaciones arqueológicas en Herculano desde entonces. Súmalo todo, y Grozak daría por sentado que también participabas en la búsqueda del oro.

– No todo el mundo antepone el dinero al conocimiento.