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– No cogí el dinero para abandonarte. Íbamos a escapar y empezar una nueva vida juntos -dijo Cira con amargura-. Me abandonaste.

– De acuerdo. Te abandoné. Julius me ofreció que escogiera entre dinero, si me iba de Herculano, o un cuchillo en la espalda, si seguía contigo. Escogí el dinero. -Su mano apretó la de Cira-. Pero volví.

– Porque querías más oro. Querías el cofre de oro que me dio Julius. O quizá la parte que Julius estaba dispuesto a darte por llevarle mi cabeza.

– Era a ti a quien quería -dijo Antonio-. Y estaba dispuesto a ser cómplice, y a mentir, y a arriesgar el cuello por conseguirte.

– Y el oro.

– Sí, pero te llevaría sin él. -Sonrió abiertamente-. ¡Por los dioses!, menuda confesión he hecho. Nunca pensé que diría esas palabras.

Ella le lanzó una mirada e incluso en la penumbra pudo ver lo hermoso que era, su figura y su cara perfectas. Había sido el actor más popular que se paseara por los escenarios de Herculano, y todas las mujeres del público lo habían deseado. Pero era su inteligencia e imprevisible temeridad lo que había atraído a Cira desde el principio. Siempre había sido capaz de controlar a sus amantes, pero jamás había podido controlar a Antonio. Quizás aquel peligro había formado parte de la excitación. Sin embargo, en ese momento, su expresión era grave, y sus palabras tenían el sonido de la verdad.

No debía escucharlo. La había traicionado. Y la volvería a traicionar.

– Te voy a llevar lejos de aquí -dijo él-. Si Julius intenta detenerme, lo mataré. Si quieres abandonar el oro, me alejaré de él. -Arrugó el entrecejo-. Aunque serías idiota, si lo hicieras. Y yo sería un idiota aun mayor si intentara demostrar que no significa nada para mí. Ese oro significa algo para nosotros dos. Significa la libertad y la oportunidad de…

¡Alguien estaba parado en la entrada del túnel, recortada la figura contra la luz!

– ¿Qué? -Antonio arrugó el entrecejo y siguió la mirada de Cira. Se puso tenso y se paró en seco. -¿Julius?

– Sabes quién es, ¡maldito seas! Me has conducido directamente a él.

Furia. Decepción. Tristeza.

Bien estaba aceptar la furia, aunque no la tristeza. ¡Qué idiota había sido! Ella casi lo había vuelto a creer. ¿Es que nunca aprendería?

– ¡Maldito seas! -Cira se abalanzó hacia delante y agarró la empuñadura de la espada de Antonio-. No voy a dejar que unos bastardos como vosotros me hagáis esto…

– Jane. Despierta.

Tenía que alejarse de Antonio. Tenía que sortear a Julius al final del túnel.

– ¡Jane, caray! -La estaban sacudiendo-. Abre los ojos.

– Julius…

Abrió los párpados lentamente.

Trevor.

– Creía que ya no soñabas con Cira -dijo él en tono grave-. Ha sido una pesadilla de mil demonios.

Jane dejó vagar la mirada por el avión mientras intentaba orientarse. Eso era. Trevor. Mike estaba muerto, y se dirigían a Escocía. Sacudió la cabeza para aclararse. ¿Qué había dicho Trevor? Algo sobre Cira… Se incorporó en el asiento.

– No he soñado con Cira desde hace más de cuatro años.

– Bueno, este debe haber sido algo extraordinario. Estabas de lo más asustada.

– No estaba asustada. -Era Cira la que había estado asustada y furiosa; Cira la que pensaba que había sido traicionada. ¡Caspita!, tenía que dejar de pensar así. Había sido el sueño de Jane, y cualquier emoción despertada era la suya, no la de cierta actriz muerta hacía muchísimo tiempo-. ¿Cómo sabes que estaba soñando con Cira? ¿Pronuncié su nombre?

– No, el de Julius. Y puesto que Julius Precebio era el villano de la obra, tenía que ser un sueño con Cira.

– Muy lógico. -Jane respiró hondo-. Supongo que sería perfectamente natural que soñara con Cira. Hiciste que volviera todo eso con tu conversación sobre los pergaminos y el oro que ella había escondido.

– No tuve que hacerlo volver de muy lejos -respondió él secamente-. Debe de haber estado siempre contigo, si te complicaste la vida participando en aquellas excavaciones arqueológicas. -Se levantó-. Te traeré una taza de café. Pareces necesitarlo.

Sí que lo necesitaba, pensó Jane mientras lo observaba dirigirse hacia la cocina de la parte posterior del avión. Como siempre, el sueño de Cira había sido vívidamente realista, y le estaba costando volver a la realidad. Sintió una necesidad desesperada de volver a sumirse en el sueño y terminar lo que Cira había empezado.

Qué locura. Tenía que controlarse. Sólo era un sueño.

– ¿Solo, verdad? -Trevor estaba a su lado, ofreciéndole una taza de poliestireno-. Ha pasado mucho tiempo desde que te preparaba el café.

Pero se había acordado de cómo lo tomaba. Eran pocas las cosas que Trevor no recordaba. Como Eve había dicho, era absolutamente genial, con un coeficiente intelectual fuera de lo normal y aquella sorprendente memoria no le iba a la zaga al resto.

– Sí, solo. -Jane le dio un sorbo al café-. ¿Cuánto falta para aterrizar?

– Otra hora, más o menos.

– He dormido más de lo que creía.

– Lo necesitabas. Has tenido un día endiablado. -Volvió a sentarse a su lado-. Sería una lástima que no pudieras tener sueños agradables. Pero los sueños con Cira nunca son agradables, ¿no es así?

– No diría eso. Una vez me dijiste que soñaste con Cira después de leer los pergaminos por primera vez, y que tus sueños habían sido asquerosamente agradables.

Trevor se rió entre dientes.

– ¿Y qué? Soy un hombre. ¿Qué esperabas?

– Un poco de respeto por una mujer que hizo todo lo que pudo en una época en que debería haber sido oprimida por el sistema.

– Y la respeto. Pero aquellos pergaminos sobre ella escritos por Julius eran tan eróticos como el Kama Sutra. Lo verás cuando los leas. -Se llevó la taza a los labios-. Nunca me hablaste de tus sueños.

– Sí, sí que lo hice.

– No gran cosa. Ella está en una cueva o en un túnel corriendo, hace calor y no puede respirar. ¿La noche de la erupción del Vesubio?

– Probablemente. Daba la sensación de que las condiciones hubieran sido las mismas. -Bajó la vista hacia el café-. Y si los sueños fueran provocados por algo que leí en alguna parte, entonces la erupción podría haber aparecido en ellos. Fue el acontecimiento más famoso de la época.

– Pero nunca conseguiste encontrar referencia alguna a Cira en ningún libro de historia ni en cualquier otra fuente, ¿no?

– Eso no significa que no exista. He sido un ratón de biblioteca desde que era niña. Podría haber sido una o dos frases simplemente que se me quedaran grabaras en la cabeza y que más tarde…

– ¡Basta! No estoy discutiendo contigo. En este mundo ocurren demasiados sucesos extraños para que me cuestione nada. Tu explicación me parece tan buena como cualquier otra.

Había dado la sensación de estar a la defensiva, se percató Jane, y no tenía que defenderse de Trevor.

– Si se te ocurre alguna mejor, estoy dispuesta a oírla. He estado buscando una respuesta lógica durante cuatro años y no he encontrado ninguna. Esa es una de las razones de que quiera leer esos pergaminos. Quizá contengan algo que desencadene un recuerdo.