– Sí, eso es lo que me dijiste. -Pat sonrió mientras se sacaba las zapatillas con sendos puntapiés-. Pero aquí estás, dibujando de nuevo al señor Maravilloso.
– Créeme, no tiene nada de maravilloso. -Cerró el cuaderno de golpe-. Y sin duda alguna no es el tipo de hombre que una llevaría a casa para que conociera a mamá y a papá.
– ¿Una oveja negra? Excitante.
– Eso sólo ocurre en las telenovelas. En la vida real, no son más que un gran problema.
Pat torció el gesto.
– Pareces una hastiada mujer del mundo. ¡Por Dios!, tienes veintiún años.
– No estoy hastiada. El hastío es para la gente que no tiene la imaginación suficiente para hacer que la vida siga siendo interesante. Pero he aprendido a ver la diferencia entre enigmático y problemático.
– Podría aprender a vivir con esa clase de problema si va en un envoltorio tan atractivo. Es guapísimo. Una especie de cruce entre Brad Pitt y Russell Crowe. A ti también te lo debe de parecer, o de lo contrario no estarías pintando su cara a todas horas.
Jane se encogió de hombros.
– Es interesante. Encuentro algo nuevo en su cara cada vez que lo dibujo. Esa es la razón de que lo utilice como distracción.
– ¿Sabes?, la verdad es que me gustan esos bocetos. No sé por qué no le has hecho un retrato de cuerpo entero. Sería mucho mejor que el que hiciste de la anciana y que ganó aquel premio.
Jane sonrió.
– No creo que el jurado estuviera de acuerdo contigo.
– Oh, no te estoy criticando. El otro retrato era magnífico. Aunque por otra parte, tú siempre eres magnífica. Algún día serás famosa.
Jane chasqueó la lengua.
– Quizá si viviera tanto como la abuela Moses. Soy demasiado práctica. No tengo temperamento artístico.
– Siempre te burlas de ti misma, pero te he visto cuando trabajas. Te abstraes… -Inclinó la cabeza-. Me he estado preguntando por qué no admites que te aguarda un futuro fantástico. Me llevó algún tiempo, pero al final lo averigüé.
– ¿De veras? Estoy impaciente por oír tu contribución al respecto.
– No seas sarcástica. A veces puedo ser perspicaz. Y he llegado a la conclusión de que, por algún motivo, tienes miedo de alcanzar el éxito. Tal vez pienses que no te lo mereces.
– ¿Que qué?
– No estoy diciendo que no tengas confianza en ti misma. Sólo creo que no estás todo lo segura de tu talento que deberías estar ¡Por Dios!, ganaste uno de los concursos más prestigiosos del país. Eso debería decirte algo.
– Me dice que a los jueces les gustó mi estilo. El arte es algo subjetivo. Si hubiera sido otra la composición del jurado, puede que no me hubiera ido tan bien. -Se encogió de hombros-. Y no habría pasado nada. Pinto lo que quiero y a quien quiero. Me produce placer. No siento la necesidad de superar a nadie.
– ¿No la sientes?
– No, no la siento, señorita Freud. Así que echa el freno.
– Lo que tú digas. -Pat seguía mirando fijamente el boceto-. ¿Dijiste que era un viejo amigo?
¿Amigo? De ninguna manera. La relación entre ambos había sido demasiado voluble como para incluir la amistad.
– No, dije que lo conocí hace años. ¿No deberías darte una ducha?
Pat se rió entre dientes.
– ¿Estoy pisando terreno privado otra vez? Lo siento, es mi naturaleza de metomentodo. Es consecuencia de haber vivido en una ciudad pequeña toda mi vida. -Se puso en pie y se estiró-. Tienes que admitir que la mayor parte del tiempo me contengo.
Jane sonrió al tiempo que meneaba la cabeza.
– Cuando estás dormida.
– Bueno, no te debe de importar demasiado. Llevas dos años compartiendo habitación conmigo y nunca me has puesto arsénico en el café.
– Todavía podría ocurrir.
– Ca, ya te has acostumbrado a mí. En realidad, nos complementamos. Tú eres comedida, trabajadora, responsable y apasionada. Yo soy abierta, perezosa, mal criada y una picaflor social.
– Por eso tienes una nota media de notable.
– Bueno, también soy competitiva, y tú me estimulas. Esa es la razón de que no busque una compañera de cuarto que sea tan fiestera como yo. -Se sacó la camiseta por la cabeza-. Además, espero que el señor Maravilloso haga acto de presencia, para poder seducirlo.
– Te llevarás un chasco. No va a aparecer. Probablemente ni se acuerde de que estoy viva, y a estas alturas para mí no es más que una cara interesante.
– Me aseguraría de que me recordara. ¿Cómo dijiste que se llamaba?
Jane sonrió con socarronería.
– Señor Maravilloso. ¿Cómo, si no?
– No, en serio. Sé que me lo dijiste, pero…
– Trevor. Mark Trevor.
– Eso es. -Pat se dirigió al baño-. Trevor…
Jane bajó la mirada hacia el cuaderno de dibujo. Resultaba curioso que Pat se volviera a centrar de repente en Trevor. A pesar de lo que había dicho, por lo general respetaba la intimidad de Jane, y con anterioridad había retrocedido, cuando había visto que Jane se retraía después de que le hubiera preguntando por él.
– Deja ya de analizar. -Pat asomó la cabeza por la puerta del baño-. Puedo oír girar los engranajes incluso por encima del ruido de la ducha. Acabo de decidir que tengo que ocuparme de ti y encontrarte un tío cachas que te folle y te haga liberar toda esa tensión acumulada que estás almacenando. Últimamente has estado viviendo como una monja. Ese tal Trevor parece un buen candidato.
Jane negó con la cabeza.
Pat torció el gesto.
– Tozuda. Bueno, entonces pasaré de él y seguiré con los talentos locales. -Volvió a desaparecer dentro del baño.
¿Pasar de Trevor? No era probable, pensó Jane. Había intentado ignorarlo durante los últimos cuatro años, ocasionalmente con éxito. Sin embargo, él siempre había permanecido en un segundo plano, esperando a colarse en su conciencia. Esa era la razón de que hubiera empezado a dibujar su cara hacía tres años. Una vez que terminaba el dibujo, podía olvidarlo de nuevo durante un tiempo y seguir con su vida.
Y era una buena vida, plena, con muchas cosas por hacer, y por supuesto nada vacía. No lo necesitaba. Estaba cumpliendo sus objetivos, y la única razón para que permaneciera el recuerdo de Trevor era las dramáticas circunstancias en las que transcurrió el tiempo que habían pasado juntos. Tal vez a Pat pudieran resultarles enigmáticas las ovejas negras, pero su amiga había crecido entre algodones y no era consciente de cuánto…
Su móvil sonó.
La estaban siguiendo.
Jane miró por encima del hombro.
No había nadie.
Al menos nadie sospechoso. Un par de estudiantes de la universidad que habían salido a pasárselo bien paseaban por la calle y observaban a una chica que acababa de bajar del autobús. Nadie más. Nadie que se interesara en ella. Debía de estar volviéndose paranoica.
¡Y una mierda! Todavía conservaba sus instintos de niña de la calle y confiaba en ellos. Alguien la había estado siguiendo.
De acuerdo, podía ser cualquiera. En aquel vecindario había bares en todas las manzanas que daban servicio a los universitarios que acudían en bandadas desde todos los campus de los alrededores. Quizás alguno había advertido que estaba sola, había concentrado su atención en ella durante unos minutos como polvo en ciernes, y luego había perdido el interés y vuelto a escabullirse dentro del bar.
Como iba a hacer ella.
Lanzó una mirada a las luces de neón del edificio que tenía delante. ¿El Gallo Rojo? ¡Oh, por Dios, Mike! Si se iba coger una cruda, al menos podría haber escogido un bar cuyo propietario tuviera algo de originalidad.
Eso era esperar demasiado. Incluso cuando Mike no era presa del pánico, no era ni selectivo ni crítico. Era evidente que esa noche tanto le daba que el lugar se llamara La Taberna de las Gotas de Rocío, siempre que le sirvieran la suficiente cerveza. Por lo general ella habría optado por dejarle cometer sus propios errores y que aprendiera de ellos, pero le había prometido a Sandra que lo ayudaría a instalarse.