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– Ya te conté lo que ocurrió. -Eve aferró el brazo de Sandra para sujetarla-. Jane no sabe más de lo que sabemos nosotros.

– Tiene que saber más. Estaba allí. -Apretó los labios-. ¿Y qué demonios estabas haciendo en aquel callejón detrás de un bar con mi hijo, Jane? Deberías haber sabido que podían estar merodeando todo tipo de drogadictos y criminales…

– Tranquila, Sandra -dijo Eve en voz baja-. Estoy segura de que ella tiene una explicación. No es culpa suya que…

– No me importa de quién es la culpa. Quiero respuestas. -Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas-. Y me prometió que…

– Lo intenté. -Jane cerró los puños en los costados-. No sabía… Pensé que estaba haciendo lo correcto, Sandra.

– Es sólo un niño -dijo Sandra-. Mi niño. Llegó a mí después de estar con aquella horrible madre y se convirtió en mío. No debería haberle ocurrido esto. Esto no debería habernos ocurrido.

– Lo sé. -A Jane le tembló la voz-. Yo también lo quiero. Siempre ha sido como un hermano pequeño para mí. Siempre he intentado cuidar de él.

– Y has cuidado de él -dijo Joe-. Sandra está alterada, o se acordaría de todas las veces que lo has sacado de apuros y has hecho que siguiera el buen camino.

– Hablas como si fuera un mal muchacho -retrucó Sandra-. A veces no ha pensado, pero todos los niños tienen momentos en los que…

– Es un chico fantástico. -Jane se acercó un paso. Quiso extender la mano y tocarla, consolarla, pero Sandra se puso en tensión, y Jane se detuvo-. Es inteligente y encantador, y…

– ¿Quinn? -Manning estaba en la entrada-. La operación ha terminado, y el doctor Benjamin viene hacia aquí para hablar con todos ustedes. Fox y yo nos pondremos en contacto con usted más tarde.

El detective procuró no mirar a nadie excepto a Joe, evitando los ojos de los demás, lo cual no le pasó desapercibido a Jane.

¡Oh, Dios mío!

– ¿Mike? -susurró Sandra-. ¿Mike? -Había interpretado la actitud de Manning de la misma manera que lo había hecho Jane, y sus ojos se abrieron desmesuradamente de espanto.

– El doctor hablará con ustedes. -Manning se dio la vuelta rápidamente y salió de la sala, cruzándose con el cirujano al marcharse.

La expresión del doctor Benjamin era seria y compasiva… y triste.

– No -susurró Jane-. No. No. No.

– Lo siento -dijo el médico-. No sé cómo decirles cuánto…

Sandra lanzó un grito.

– Está muerto, Trevor -dijo Bartlett-. El chico murió en la mesa de operaciones.

– ¡Mierda! -Aquel era el peor panorama de una situación ya de por sí mala-. ¿Cuándo?

– Hace dos horas. Acaban de irse del hospital. Jane tenía un aspecto horrible.

Trevor soltó una palabrota.

– ¿Están Quinn y Eve con ella?

– Sí, aparecieron en el hospital poco antes de que el chico muriera.

Entonces, Jane tenía al menos el apoyo y protección de su familia.

– ¿Sabes cuándo va a ser el funeral?

– ¡Eh!, que acaba de ocurrir. Y me dijiste que vigilara, pero que no me pusiera en contacto con ella.

– Averígualo.

– ¿Vas a ir al funeral?

– Aún no lo sé.

– ¿Quieres que vuelva a la Pista?

– ¡Joder, no! Quédate aquí y no la pierdas de vista. Ahora es más vulnerable que nunca.

– ¿Crees que fue Grozak?

– Es muy probable. La coincidencia es demasiado grande para conformarse. Querían a Jane, y el muchacho se puso en medio.

– Es una pena. -El tono de Bartlett era de pesadumbre-. No sabes cuánto siento haberle fallado. No tenía ni idea. Ocurrió tan deprisa. Desapareció con el chico en el callejón, y lo siguiente que supe fue que el coche salía a la calle haciendo un ruido infernal.

– No fue culpa tuya. Ni siquiera estábamos seguros de que Grozak estuviera en la escena. No habías visto ningún indicio sospechoso.

– Es una pena -repitió Bartlett-. La vida es preciosa, y era muy joven.

– Igual que Jane. Y no quiero que Grozak le ponga las manos encima. Vigílala.

– Sabes que lo haré. Pero no soy lo bastante competente para manejar a tipos como Grozak, si la situación se pone difícil. Como sabes, tengo una mente prodigiosa, pero carezco de un adiestramiento letal. Deberías mandar a Brenner o ir tú mismo.

– Brenner está en Denver.

– Entonces no tienes elección, ¿verdad? -preguntó Bartlett-. Tendrás que ponerte en contacto con ella y decírselo.

– ¿Y permitir que Grozak sepa que sus suposiciones eran ciertas? De ninguna manera. Puede que se dejara llevar por un presentimiento cuando envió a sus hombres a Harvard. No quiero confirmar nada que le indicara que Jane puede ser importante para el oro de Cira.

– Una jugada bastante dura para tratarse sólo de un presentimiento. Ha matado a Mike Fitzgerald.

– No demasiado dura para Grozak. Lo he visto degollar a un hombre que le había pisado sin querer. Puede que sea el hijo de puta más sanguinario con el que me haya cruzado jamás. Pero esto ha sido demasiado tosco. Quienquiera que disparara al chico actuó a tontas y a locas y reveló sus intenciones. Probablemente fuera Leonard, y apostaría a que Grozak no ordenó la muerte. Lo más probable es que Leonard la cagara.

– Entonces quizá se eche para atrás, ahora que Jane está protegida y rodeada de su familia.

– Tal vez. -Confiaba en que Bartlett tuviera razón, pero no podía contar con ello-. O tal vez no. Pégate a ella como su sombra. -Descolgó el teléfono y se recostó en el sillón. ¡Joder!, había confiado en que el chico saliera adelante. No sólo porque matar a un inocente no era juego limpio, sino porque Jane no necesitaba otra cicatriz. Había recibido suficientes heridas mientras crecía en los barrios bajos para que le durasen toda una vida. No es que ella hubiera hablado alguna vez sobre su infancia. El tiempo que habían pasado juntos había estado demasiado marcado por los recelos para que hubiera habido confidencias; demasiados recelos para cualquier intercambio personal normal. Aunque nada de lo que había habido entre ellos cuatro años atrás había sido normal. Había sido estimulante, aterrador, inquietante y… sensual. ¡Hostias, sí!, sensual. Los recuerdos que él había reprimido concienzudamente empezaron a aflorar, y su cuerpo se tensó, reaccionando como si ella estuviera delante de él, en lugar de estar en aquella ciudad universitaria a cientos de kilómetros de distancia.

Envió aquellos recuerdos de vuelta a su lugar de procedencia; aquel era el peor momento posible para permitir que el sexo entrara en escena. No sólo para él, sino para Jane MacGuire.

Si pudiera mantenerla a distancia, eso aumentaría las posibilidades de Jane de sobrevivir.

– Ahora está durmiendo. -Eve salió al salón desde la habitación del hotel y cerró la puerta con cuidado-. El doctor le ha dado un sedante lo bastante fuerte para dejar fuera de combate a un elefante.

– El único problema con eso es que tendrá que volver a enfrentarse a todo cuando se despierte -dijo Jane-. Sabía que esto le sentaría mal, pero no tenía ni idea de que se derrumbaría. Desde que era niña, siempre me pareció que ella era casi tan fuerte como tú.

– Y es fuerte. Consiguió desengancharse de las drogas y me ayudó a superar la pesadilla del asesinato de mi Bonnie. Construyó una nueva vida y un nuevo matrimonio sin ninguna ayuda, y luego sobrevivió al divorcio con Ron. -Eve se frotó la sien-. Pero la pérdida de un hijo puede destruirlo todo. A mí casi me destruyó.

– ¿Dónde está Joe?

– Está haciendo los preparativos para el funeral. Sandra quiere llevarse a Mike a casa, a Atlanta. Nos vamos mañana por la tarde.

– Iré con vosotros. ¿Te quedas con ella esta noche?

Eve asintió con la cabeza.

– Quiero estar aquí cuando se despierte. Puede que no duerma tan bien como esperamos.

– O podría tener pesadillas -añadió Jane cansinamente-. Pero la que parece estar despierta es la pesadilla. No me puedo creer lo que ha ocurrido. No me puedo creer que Mike esté… -Tuvo que interrumpirse porque se le quebró la voz. Empezó de nuevo un instante después-. A veces la vida no tiene lógica. Lo tenía todo para vivir. ¿Por qué…? -Se detuvo de nuevo-. ¡Mierda!, le mentí. Estaba tan asustado. Le dije que confiara en mí, que me aseguraría de que estuviera bien. Y me creyó.