– Cinco días, Grozak.
– No tienes necesidad de recordármelo. Ahora estoy en Chicago, encargándome del envío de los explosivos a Los Ángeles. Luego, iré a Los Ángeles y me aseguraré de que se han pagado los sobornos.
– Todos tus magníficos planes no servirán de nada, si no le damos a Reilly lo que quiere. -Wickman colgó el teléfono.
Grozak apretó los labios mientras hacía lo propio. Wickman se mostraba más arrogante cada vez que hablaba con él. Estaba empezando a lamentar el día que había contratado a ese hijo de puta. Puede que Wickman fuera inteligente y eficiente, pero había momentos en que Grozak sentía como si el sicario estuviera perdiendo el control.
¿Tendría que matarlo?
Todavía no.
Miró en calendario del escritorio y sintió que se le hacía un nudo en el estómago.
Cinco días.
Cuatro días
– Hola, Jock. -Jane se sentó detrás de él en los peldaños del porche, y se quedó absorta en la magnificencia de la puesta del sol antes de abrir su cuaderno de dibujo.
– Qué paz se respira aquí, ¿verdad? Me recuerda al chalé que Joe tiene en el lago de nuestra ciudad.
– ¿Tenéis montañas?
– No, sólo colinas. Pero la paz es la misma.
El chico asintió con la cabeza.
– Me gusta esto. Hace que me sienta limpio por dentro. Y libre.
– Eres libre.
– En este momento. Pero nunca estoy seguro de si seguiré así.
– Sé cómo te sientes. -Levantó la mano cuando Jock empezó a menear la cabeza-. Vale, nadie podría saberlo a menos que pasara por lo que has pasado tú, pero me lo puedo imaginar. No creo que haya nada peor que el que a uno lo controlen como si fuera un esclavo. Es la peor de mis pesadillas.
– ¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza.
– Y Trevor me dijo que a Reilly le encantaría intentar echarme el guante para controlarme. Me puse enferma.
Jock arrugó la frente.
– Pero en su campamento no había ninguna mujer excepto Kim, y ella trabaja para Reilly.
– Se supone que yo iba a ser la excepción.
Jock asintió con la cabeza.
– Tal vez se deba a tu parecido con Cira. A él le gustaba. No paraba de preguntarme por ella y si el señor había averiguado algo sobre el oro o…
– ¿Eso hizo? -Jane desvió la mirada rápidamente hacia la cara del muchacho-. ¿Te acuerdas de eso?
– Sí, he estado recordando algunas pequeñas cosas estos últimos días.
– ¿Qué más?
– Cuatro ocho dos.
Jane sintió que la invadía la decepción.
– Oh.
– No es eso lo que querías que dijera.
– Creía que ya lo habías aceptado.
– Ahora sí. Ahora que he recordado que hice todo lo que pude.
– ¿Te gustaría contarme lo que sucedió aquella noche?
– No hay mucho que contar. Reilly me indicó la dirección y la víctima, y me dirigí a hacer lo que me había dicho.
– ¿Y por qué una niña?
– Para hacer daño a Falgow. Algo relacionado con la Mafia. Creo que habían pagado a Reilly para que castigara a Falgow por no colaborar.
– Pero a una niña pequeña…
– Eso le haría sufrir. A mí me hizo sufrir. No pude hacerlo. Pero si yo no lo hacía, Reilly enviaría a otro. Yo lo sabía. Tenía que hacer algo…
– ¿El qué?
– Cualquier cosa. Pensaban que la niña estaba a salvo. Pero no lo estaba. Jamás estaría a salvo, si no la protegían. Tiré una mesa. Y rompí una ventana y salí a aquel camino. Tenían que saber que había alguien allí, que ella no estaba segura.
– Pero a mí sí.
– También a Mario. Pero sin Reilly, Grozak no puede hacer nada. Podéis atraparlo más tarde.
– ¿Y si no podemos?
Jock meneó la cabeza.
¡Dios santo!, qué tozudo que era. Y Jane se veía incapaz de razonar con él, porque el muchacho sólo veía un camino, un objetivo.
– ¿Qué harías si te digo que no y volviera a entrar en el chalé y le dijera a Trevor y a MacDuff lo que has recordado?
– Si dijeras que no, entonces no estaré aquí cuando vengan a buscarme. -Jock mantenía la vista fija en las cumbres nevadas-. Sé como esconderme en las montañas. MacDuff podría encontrarme, pero ya sería demasiado tarde para todos.
– Jock, no hagas eso.
– Sólo a ti.
Hablaba en serio. Tenía los labios apretado con determinación.
Jane se rindió.
– De acuerdo -dijo secamente-. ¿Cuándo?
– Esta noche. Abrígate. Tal vez tengamos que quedarnos a la intemperie. ¿Puedes conseguir las llaves del coche?
– Me las arreglaré. -Se levantó-. A la una de la madrugada.
Él asintió con la cabeza.
– Eso estaría bien. Y coge una tarjeta de crédito. Necesitaremos gasolina y otras cosas. -La miró fijamente con cara de preocupación-. ¿Estás furiosa conmigo?
– Sí. Y no quiero hacer esto. Tengo miedo por ti. -Y añadió-: Y, ¡maldita sea!, tengo miedo por mí.
– No te ocurrirá nada. Te lo prometo.
– No puedes hacerme ese tipo de promesas. No sabemos lo que va a suceder.
– Pensé que querrías ir. Puedo ir solo.
– No, no puedes. Tengo que aprovechar la oportunidad de agarrarlo. -Jane lo miró por encima del hombro y empezó a recorrer el sendero-. Pero voy a dejar una nota. -Cuando Jock empezó a hablar, lo interrumpió-. No me digas que no. No voy a abandonarlos sin decirles ni una palabra y dejar que se preocupen por nosotros. Eso no te perjudicará. No me has dicho nada de valor.
– Supongo que tienes razón -dijo lentamente mientras empezaba a dirigirse hacia el embarcadero-. No quiero preocupar a nadie.
– Entonces no hagas esto.
Jock no contestó y avanzó por el sendero.
No, no quería preocupar a nadie, pero estaba dispuesto a lanzar un cartucho de dinamita en medio de aquel lío, pensó Jane mientras se dirigía hacia el chalé.
De acuerdo, no podía permitir mostrar su preocupación y nerviosismo. Tenía que quedarse allí fuera un ratito más, y para entonces ya sería hora de irse a la cama. Echó un rápido vistazo hacia el coche aparcado junto al chalé. Sin duda alguien los iba a oír cuando se marcharan de madrugada.
Bueno, entonces sería demasiado tarde para detenerlos.
Tenía que ignorar el arrebato de pánico que le produjo la idea. Al menos estaban haciendo algo para encontrar a Reilly. Jock le había prometido que ella podría pedir ayuda en cuanto llegaran a su destino.
Sí, y también le había prometido que estaría a salvo. No era muy probable. Jock estaría concentrado en atrapar a Reilly, y no en protegerla.
Entonces, tendría que protegerse a sí misma. ¿Y qué diferencia suponía eso? Había cuidado de sí misma toda su vida. De todas formas, Jock no le había sido de mucha ayuda. El muchacho era como una campana que a veces sonaba con nitidez y en otras explotaba con una algarabía atronadora.
Lo único que tenía que hacer ella era concentrarse en evitar que esa explosión la matara.
Lakewood, Illinois
Las cuatro chimeneas de la central nuclear rasgaban el horizonte.
Grozak se paró en un lateral de la carretera.
– Sólo podemos permanecer aquí un minuto. Las patrullas de seguridad hacen la ronda por toda la zona cada treinta minutos.
– No necesitaba ver esto -dijo Cari Johnson-. Todo lo que tiene que hacer es decirme lo que tengo que hacer, y lo haré.
– Pensé que no haría ningún daño. -Y Grozak quería ver la reacción de Johnson ante la visión del lugar donde iba a encontrarse con la muerte. Cuando había recogido a Johnson, el sujeto lo había impresionado. Era un hombre joven de aspecto pulcro, bien parecido, y hablaba con un acento del Medio Oeste. Por supuesto, aquel aspecto típicamente norteamericano estaba bien, aunque a Grozak lo preocupaba: no era capaz de imaginarse a Johnson atravesando aquella verja con el camión-. El camión es una furgoneta de reparto de comida y bebida y acude a la central todos los días a las doce del mediodía. Tiene autorización para entrar, aunque lo registran en cuanto llega al punto de control.