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– Me sorprende que Reilly tolerara en su entorno a alguien que dijera cosas fuera de lugar.

– Kim no se atrevería a permitir que él se enterara de que había cometido algún error. Puede que ni siquiera recordara haberlo hecho. Confiaba plenamente en la estabilidad del condicionamiento de Reilly y en que no tendría que tener cuidado conmigo. Lleva con él más de diez años.

– ¿Una relación personal?

– Sólo en el sentido de que se retroalimentan. Él le permite tener un cierto poder, y ella hace todo lo que él le dice que haga.

– Pareces recordarlo muy bien -dijo Jane con sequedad-. Ahí no tienes lagunas.

– A Kim le gustaba que estuviera bien despierto y limpio de drogas cuando le tocaba el turno de trabajar conmigo.

– Pero ahora podrás ajustarle las cuentas.

– Sí.

– ¿Sin entusiasmo? Me dijiste que odiabas a Reilly.

– Y lo odio. Aunque ahora no puedo pensar en ello.

– ¿Por qué?

– Se interpondría en mi camino. Cuando pienso en Reilly, se me hace difícil pensar en otra cosa. Tengo que encontrarlo y asegurarme de que no hace daño al señor. -Cambió de tema-. Según el mapa, la siguiente ciudad es Salt Lake. Si dejamos el coche en el aeropuerto, tal vez tarden varios días en encontrarlo. Cogeremos otro coche y haremos lo mismo en…

– Lo tienes todo planeado. -Un atisbo de sarcasmo moduló las palabras de Jane-. Me siento como un chófer.

Jock la miró con inseguridad.

– ¿No crees que debamos hacerlo así?

Ella torció el gesto.

– Por supuesto que sí. Estoy un poco nerviosa. Es una buena idea. Pararemos en Salt Lake. Lo cierto es que me siento un poco más optimista acerca de todo esto, pero sigo sin aprobar tu chantaje. Aunque tengas puesto el automático, tienen muchísima más experiencia en esto que yo. Es algo así como volver las armas de Reilly en contra de él.

Jock sonrió con satisfacción.

– Lo es, ¿verdad? Me hace sentir mejor cuando me acuerdo de eso. -Volvió a bajar la vista al mapa-. Tal vez deberíamos coger un todoterreno con tracción a las cuatro ruedas la próxima vez. En la radio han pronosticado ventiscas en el Noroeste para los próximos días. A la zona donde vamos, las carreteras se ponen difíciles con el mal tiempo.

Un día

– ¿Cuánto falta? -Jane aguzó la vista para ver a través del parabrisas-. Ni siquiera puedo ver la línea blanca de la carretera. -La nieve se arremolinaba sobre el asfalto por delante del todoterreno como un derviche en trance.

– No mucho. -Jock miró el mapa que tenía sobre el regazo-. Unos pocos kilómetros más.

– Esta zona es muy desolada. Llevo más de treinta kilómetros sin ver una gasolinera.

– Así es como le gusta a Reilly. Que no haya vecinos. Que no haya preguntas.

– Trevor me dijo lo mismo sobre la Pista de MacDuff. -Echó un vistazo a Jock-. Pero el otro lado de la moneda es que es difícil encontrar ayuda en sitios tan asilados como este. Me dijiste que me dejarías llamar a la policía o a cualquiera con quien quisiera ponerme en contacto en cuanto llegáramos hasta Reilly. No me dijiste que tendrían que hacerle frente a una tormenta de nieve y a este paisaje inhóspito para llegar hasta aquí.

– No estás siendo justa. No sabía que iba a haber una tormenta. Aunque esto todavía no es una ventisca. Pero las ráfagas han estado yendo y viniendo. Dale otro par de horas. -Sonrió-. Y, por más inteligente que sea, no creo que Reilly tuviera la tecnología para provocarla. Es sólo mala suerte.

– No parece que eso te inquiete. -Jane estudio la cara de Jock a la luz del salpicadero. Su expresión era de tensión, de atención y, ¡vaya por Dios!, de impaciencia. Los ojos le brillaban de excitación, y parecía un niño que fuera a correr una gran aventura, advirtió Jane muerta de miedo.

– ¿Por qué habría de inquietarme? No me importa la nieve. Reilly me enseñó a realizar mi función con todo tipo de condiciones atmosféricas. Siempre decía que nadie esperaba el ataque de un enemigo cuando ya estaba siendo atacado por la naturaleza.

– Aunque Reilly sí que lo esperaría.

– Tal vez. Pero sigue creyendo que seguimos en la Pista. Ahí justo delante hay una bifurcación de la carretera a la derecha. -Entrecerró los ojos, intentando ver a través del parabrisas-. Cógela. Al cabo de un kilómetro y medio más o menos verás una choza.

Jane se puso tensa.

– ¿Reilly?

– No, es una antigua cabaña de caza. El lugar está en ruinas, pero hay una estufa de propano, y podrás calentarte hasta que consigas que venga alguien. También hay una chimenea, pero no la enciendas. No creo que nadie pudiera ver el humo con esta tormenta, pero no querrías correr ese riesgo.

Jane ya podía ver la choza, que estaba tan ruinosa como Jock había dicho que estaría. Las ventanas estaban cegadas con tablas y al porche le faltaban varios tablones.

– ¿Y aquí es donde me vas a dejar?

– Es el lugar más seguro que conozco. Y sólo es seguro, si tienes mucho cuidado.

Jane detuvo el coche delante de la choza.

– ¿A qué distancia estamos de la casa de Reilly?

Jock no respondió.

– Jock, me lo prometiste. Tengo que poder decirle a Trevor dónde está él. Ya tienes tu ventaja. Ahora, ¡maldita sea!, dame la información que necesito.

Jock asintió con la cabeza.

– Tienes razón. -Salió del todoterreno y se dirigió a la puerta delantera-. Entra. Tengo que coger una cosa y no tengo mucho tiempo. -Le dedicó una leve sonrisa-. No estropees esa ventaja.

El mobiliario de aquella madriguera consistía en una desvencijada mesa de madera, dos sillas, la estufa de propano que le había mencionado Jock y, tirado en un rincón, un saco de dormir apolillado. Jock encendió la estufa, tras lo cual desplegó un mapa del estado sobre la mesa. Señaló un punto en la esquina central occidental del estado.

– Aquí es donde estamos ahora. -Se sacó los guantes y paseó el dedo, casi rozando el mapa, hasta un lugar cercano a la frontera con Montana-. Aquí es donde está situado el cuartel general de Reilly. Es un antiguo almacén rural, pero Reilly lo compró, lo remodeló y le añadió otros ciento ochenta metros cuadrados. El nuevo añadido está medio soterrado, y ahí es donde están situados los aposentos personales de Reilly. Tiene un dormitorio y un despacho con un cuarto especial para archivar la documentación. Al lado de éste está su lugar favorito, el cuarto de las antigüedades.

– ¿De las antigüedades?

– Tiene un despacho con estanterías que contienen todo tipo de objetos procedentes de Herculano y Pompeya. Archivos, documentos antiguos, libros, monedas… Y montones y montones de libros sobre monedas antiguas. -Dio unos golpecitos con el dedo sobre otro punto-. Aquí está la puerta trasera que conduce desde su despacho a la plataforma de aterrizaje del helicóptero.

– ¿Cuántos hombres tiene allí?

– Por lo general, sólo un guardia, dos a lo sumo. El campo de entrenamiento principal está al otro lado de la frontera de Montana. Las únicas personas que habitan la casa son Reilly, Kim Chan y el pupilo más prometedor del momento. -Sus labios se curvaron en una sonrisa de amargura-. Su favorito.

– Como tú.

– Como yo. -Jock señaló el campamento al otro lado de la frontera-. Si tiene la oportunidad de avisar al campamento, un enjambre de sujetos podría atravesar la frontera del estado como una nube de abejas asesinas. Dile a Trevor que no le permita hacer esa llamada.

– ¿Pillarlo desprevenido?

– Es difícil sorprenderlo. Tiene instaladas cámaras de vídeos en los árboles a lo largo del bosque que rodea el comercio y minas de tierra plantadas a intervalos regulares. En la casa hay una sala de seguridad desde donde se controlan las cámaras y se pueden activar las minas. Cualquier extraño que se acercara sería un blanco fácil.