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– ¿Pero podría verlos llegar con esta tormenta?

– No del todo bien. Pero quizá lo suficiente.

– ¿Y sólo hay un par de centinelas?

– Cuando estaba allí, a veces ni siquiera eso. Con las cámaras de vídeo no es necesario. -Se dirigió a la pared de paneles del otro lado de la habitación, colocó las manos en dos puntos, apretó y una sección de la pared de casi dos metros se deslizó hacia atrás para dejar a la vista una cavidad que contenía una gran caja rectangular de madera-. Esa es la distribución. Que tengan buena suerte.

– La tendrían mejor, si esperases y los condujeras hasta Reilly.

Él negó con la cabeza.

– Te he dado todo lo que puedo. -Levantó la tapa de la caja-. Ven aquí.

Jane cruzó la habitación hasta donde se encontraba Jock y miró el interior de la caja.

– ¡Dios bendito!, aquí tienes suficientes armas para empezar una guerra. -La caja estaba llena de fusiles automáticos, granadas de mano, cuchillos, pistolas…

– A Reilly siempre le gustó que estuviera preparado. Tenía alijos de armas por todo el estado. Este era el más cercano a su cuartel general. En cada misión me enviaba aquí para que escogiera el arma adecuada. No estaba seguro de si el alijo seguiría aquí. -Sonrió sin alegría-. ¿Pero por qué deshacerse de él, cuando él estaría seguro de que yo nunca podría volver a actuar como un ser humano pensante? Probablemente lo ha utilizado para entrenar a su favorito actual. -Cogió una pistola, un fusil, cable, dinamita y explosivos plásticos de la caja-. ¿Sabes utilizar una pistola? -Cuando Jane asintió con la cabeza, le entregó la pistola y metió la mano en la caja para coger otra para él-. No te separes de ella. No la dejes ni un minuto.

– No te preocupes.

Jock le devolvió el móvil.

– Te quedas sola.

– Y tu también. No tiene por qué ser así.

– Sí, sí que tiene. Porque lo he escogido así. Y, ¡por Dios!, es bueno poder tener la voluntad para escoger mi propio camino. -Se dirigió a la puerta-. Quédate aquí y no hagas ruido y estarás a salvo. La puerta se abrió, dejando que entrara una ráfaga de viento frío humedecido por la nieve. Al instante siguiente Jock había desaparecido.

Tenía que ir a por Reilly. Tenía que aprovechar su ventaja y darse prisa. Que Dios lo ayudara.

Jane abrió su móvil y marcó el número de Trevor.

– Quédate dónde estás -dijo Trevor-. Estamos en Boise. Llegaremos allí lo antes posible.

– No voy a ir a ninguna parte sola. Vagaría por la nieve y probablemente haría estallar alguna de las bombas trampa o me grabarían las cámaras de vídeo. Jock ya está corriendo suficiente peligro para que alerte a ese bastardo. -Miró la nieve que caía fuera. Parecía estar haciéndose más intensa-. ¿No puedes llamar a Venable y conseguir que haga que la CIA o el Departamento de Seguridad Nacional acordonen toda esta zona?

– No, hasta que sepas que estás a salvo.

– Ya estoy a salvo.

– Y un cuerno lo estás. Estás sentada en la puerta de Reilly. Además, no podrían organizar una operación de esa envergadura en un abrir y cerrar de ojos. Sobre todo con los conflictos que hay entre ellos. Podrían meter la pata, poner sobre aviso a Reilly y hacer que éste llamara a ese campo de entrenamiento de Montana del que te habló Jock. Y si Reilly tiene tantos refugios como afirma Jock, se les podría escapar. -Jane le oyó decir algo lejos del teléfono-. MacDuff está mirando el mapa. Parece que podrías estar a una hora por carretera. Quince minutos por aire. Vamos para allí. MacDuff dice que dispondremos de un helicóptero, si este maldito tiempo lo permite. -Jane oyó más conversaciones al fondo-. Mario ha alquilado un todoterreno urbano con neumáticos para nieve y se pone en camino ahora mismo. De una manera u otra, llegaremos hasta ti. -Colgó.

Jane se sintió un poco más reconfortada y animada mientras apretaba el botón de desconexión. No estaba realmente sola; podía marcar el número de Trevor y oír su voz.

¿A quién estaba engañando? No había estado más sola en su vida de lo que lo estaba en aquella desvencijada choza situada a pocos kilómetros de la guarida de Reilly.

De acuerdo, tenía un arma. Agarró la culata del Mágnum calibre 357 con más fuerza.

Apuntaló el pomo de la puerta delantera poniéndole debajo una silla, se acurrucó en la esquina más cercana a la estufa y se abrazó a sí misma para mantenerse caliente. Aquella estufa de propano tal vez la salvara de la congelación, aunque era lamentablemente inadecuada para dar calor.

Vamos, Trevor, pensó. Atrapemos a ese bastardo.

Había alguien cerca.

Jock se quedó inmóvil, escuchando.

Había recorrido sólo unos cuantos cientos de metros desde la choza, cuando notó… algo.

En ese momento también podía oírlo. El crujido de la nieve bajo unos pies.

¿Dónde?

Procedía de la carretera, de donde había venido él.

¿Quién era? Los centinelas siempre se apostaban alrededor de la casa, nunca tan lejos. Pero podría ser que Reilly se hubiera vuelto más cauteloso desde que se había implicado con Grozak.

Pero si fuera un centinela, Jock no debería de poder oírlo; el silencio era primordial en el entrenamiento de Reilly. El ruido era de torpes, y Reilly no permitía la torpeza.

Otro paso que hizo crujir la nieve.

Y se movía hacia la choza donde había dejado a Jane.

¡Joder!, no tenía tiempo para aquello.

Tenía que darse prisa.

Giro en redondo y avanzó en silencio sobre la nieve.

La torrencial nieve le impidió ver nada hasta que estuvo sólo a unos pocos metros de distancia.

Allí adelante, una mancha oscura. Alta, muy alta, piernas largas…

Tenía que calcular a qué distancia se encontraba.

Silencio.

Silencio, no podía olvidarlo.

¿Dónde estaban? Sin duda había transcurrido una hora desde que llamara a Trevor. Jane consulto su reloj: una hora y quince minutos. No era el momento de dejarse llevar por el pánico. Las carreteras estaban fatal, y en la última media hora la nieve se había intensificado. En ese momento la nevada era fortísima. Tal vez el cálculo de Trevor había pecado de optimista.

Un golpe en la puerta.

– ¡Jane!

Ella se incorporó con una sacudida. Conocía la voz. Gracias a Dios estaban allí. Se levantó de un salto, atravesó la estancia corriendo y quitó la silla de debajo del pomo.

– ¿Por qué habéis tardado? Empezaba a temer…

El canto de una mano cayó sobre su muñeca, y su mano entumecida soltó el revólver, que cayó al suelo.

– Lo siento, Jane. -La voz de Mario era de pesar-. Habría preferido no hacer esto. La vida puede ser una mierda. -Mario se volvió hacia el hombre que estaba a su lado-. La entrega según lo pactado, Grozak.

Grozak. Durante un instante Jane se quedó mirando sin comprender al hombre en cuestión. Pero aquellos eran los rasgos del hombre de la foto que Trevor le había enseñado aquel día en el estudio.

– ¿Mario?

Él se encogió de hombros.

– Era necesario, Jane. Tú y el oro de Cira parecéis compartir la prioridad como los trofeos más codiciados por Grozak, y tuve que…

– Para ya de quejarte -dijo Grozak-. No vine aquí para que me hagas perder el tiempo. -Levantó la mano y apuntó a Jane con una pistola-. Fuera. Tenemos que ir a visitar a Reilly. Ni te imaginas con qué entusiasmo te espera.

– ¡Que te jodan!

– Te quiero viva, pero la verdad es que no me importa que sufras algún daño. O me acompañas o te pego un tiro en la rodilla. Estoy seguro de que a Reilly no le importaría tu incapacidad para lo que tiene en mente.

Jane seguía mirando con incredulidad a Mario. ¿Era un traidor?

– Mario, ¿de verdad has hecho esto?

Él se encogió de hombros.

– Haz lo que te dice, Jane. No tenemos mucho tiempo. Temía que Trevor se me adelantara, pero aterrizaron con su helicóptero en un aeropuerto de mala muerte cerca de aquí, y está haciendo lo que pueden para alquilar un coche.