– He sufrido una decepción -dijo Grozak-. Estaba deseando entregaros a ambos a Reilly. Habría sido un buen seguro.
– Si Trevor aparece y no estoy aquí, llamará a las autoridades.
– Si Trevor aparece, se dará de bruces con Wickman, y Wickman estará encantado de despacharlo antes de que tenga oportunidad de llamar a alguien.
– ¿Wickman está aquí?
– Estará aquí. Se supone que tenía que reunirse conmigo hace diez minutos. La nieve debe haberlo retrasado. -Grozak sonrió-. Ahora deja de intentar retrasarme. Hoy tengo muchas cosas que hacer. Mañana es el día del espectáculo.
– No puedes salir de esta. Vas a caer, Grozak.
Grozak se rió entre dientes.
– ¿Has oído, Mario? La estoy apuntando con un arma, pero soy yo el que va a caer.
– La he oído. -Entonces apuntó a Grozak con el revólver que le había quitado a Jane-. La verdad, Grozak, es que vas a caer.
Y disparó a Grozak entre los ojos.
– ¡Dios mío! -Jane vio como Grozak se desplomaba sobre el suelo-. Lo has matado…
– Sí. -Mario bajó la vista hacia Grozak sin mostrar ninguna emoción-. ¿No es extraño? Pensé que sentiría alguna satisfacción, pero no la siento. No debería haber matado a mi padre de aquella manera. Le dije a Grozak que no sentía ningún afecto por él, y que podía liquidarlo, si tenía necesidad de hacerlo. Pero no debería haberlo hecho de aquella manera. Me afectó. Lo convirtió en algo… muy personal.
Jane lo miró fijamente con incredulidad.
– Sí, el parricidio es algo muy personal.
– Nunca lo consideré mi padre. Quizá de niño. Pero se marchó, y nos dejó a mi madre y a mí en aquel apestoso pueblo donde los dos tuvimos que trabajar de sol a sol sólo para sobrevivir.
– El abandono no es igual a la pena de muerte.
Mario se encogió de hombros.
– No lo tenía planeado así. Grozak ni siquiera estaba seguro de que tuviera que hacerlo. Sólo si creía que mi situación precisaba de algún refuerzo. Pero él no podía tocar a ninguno de los del castillo, y yo no estaba haciendo los progresos con los pergaminos que él necesitaba para encontrar el oro. Era el único del castillo que podía lograr lo que él necesitaba. Así que tenía que estar absolutamente libre de sospechas.
Jane meneó la cabeza.
– Pero sé que quedaste consternado cuando ocurrió. Nadie podría ser tan buen actor.
– Y estaba consternado. Tenía órdenes de no ponerme en comunicación con Grozak, a menos que fuera para decirle que sabía dónde encontrar el oro. Él no quería que hiciera saltar por los aires mi tapadera. Era un plan plausible, y supongo que eso hizo que mi reacción ante la muerte de mi padre fuera más realista. Hijo de puta.
– ¿Has trabajado para Grozak desde el principio?
– Desde el día que Trevor me contrató. Tenía que partir hacia la Pista a la mañana siguiente, pero Grozak vino a verme aquella noche y me hizo una oferta que no pude rechazar.
– ¿El oro?
Mario asintió con la cabeza.
– Pero no tardé en averiguar que era mentira. ¿Por qué habría de darme el oro, cuando podía utilizarlo como moneda de cambio?
– En efecto, ¿por qué?
– La verdad es que aquella noche fui muy popular. Reilly también me llamó y me dijo que me daría una bonificación, si podía avisarle cuando Jock abandonara el castillo. Según parece no confiaba en Grozak. Yo tampoco confiaba en este vil hijo de puta. Así que tuve que empezar a hacer planes por mi cuenta.
– Un pequeño doble juego.
– A todas luces era la forma de jugar el partido. Después de marcharnos de la Pista llamé a Grozak, y le dije que te dirigías a Estados Unidos. También llamé a Reilly para cerrar mi propio acuerdo. Reilly quería asegurarse de que Jock no hablara, y te quería a ti o al oro. O ambas cosas.
– Y por eso quisiste pasar ese tiempo con Jock. ¿Estabas planeando matarlo?
Mario frunció el entrecejo.
– No, si estaba seguro de que no iba a recordar. No soy como Grozak o Reilly. No mato de manera indiscriminada. Y si Jock recordaba, Wickman estaba en los alrededores, vigilando el chalé, y podría haberlo llamado para que se hiciera cargo.
– Pero Jock te engañó. No te dijo que había recordado. ¿Se enfadó Grozak contigo?
– Sí, pero Wickman os estaba siguiendo. Le dije a Grozak que debía dejar que Jock te metiera en la jaula de los leones, y que ya le notificaría cuándo y dónde atraparte.
– Y eso lo que hiciste.
Mario meneó la cabeza con tristeza.
– No lo entiendes. No quiero hacer esto. Pero no soy como tú. Necesito tener cosas bonitas: una casa excelente, libros antiguos y cuadros bonitos. Es un deseo vehemente.
– Es corrupción.
– Tal vez. -Hizo un gesto con el revólver-. Aunque probablemente te pareceré de una limpieza inmaculada después de que conozcas a Reilly. Creo que es un hombre sumamente desagradable.
– ¿De verdad me vas a entregar a Reilly?
– Por supuesto, y a toda prisa. -Consultó su reloj-. Trevor y MacDuff no perderán tiempo. Deben de estar pisándome los talones.
– ¿Por qué estás haciendo esto? No podrás salirte con la tuya.
– Pero sí que puedo. Te entregaré a Reilly. Le daré la información sobre el oro que había en ese último pergamino de Cira y dónde encontrar la transcripción en la Pista. Él me da el dinero que me prometió y me abro. Si me tropiezo con Trevor y MacDuff, les digo que estás en poder de Reilly y que me dirigía a avisar a la policía.
– Yo les diré exactamente lo que hiciste.
– Dudo que vayas a tener oportunidad de hacerlo. Reilly escapará, y probablemente te lleve con él. Se ha pasado media vida preparando guaridas y refugios, y la CIA no ha sido capaz de dar con él durante los últimos diez años. No hay razón para pensar que vayan a tener éxito en esta ocasión. -Volvió a hacer un gesto con el arma-. No hay tiempo para hablar. Tenemos que movernos.
– Y si no lo hago, supongo que también me amenazarás con pegarme un tiro en las rodillas, ¿no es así?
– Detestaría tener que hacerlo. Me gustas mucho, Jane.
Pero lo haría. Un hombre que se había mantenido al margen mientras masacraban a su padre realmente no tendría ningún reparo en hacerlo. Probablemente Jane tendría más posibilidades con Reilly. En todo caso, no tenía nada que ganar allí parada, con el revólver de Mario apuntándola. Empezó a dirigirse a la puerta.
– Vamos. No querría hacer esperar a Reilly.
Sintió el escozor helado de la nieve cuando abrió la puerta. Mario la hizo pasar junto a los tres coches aparcados delante de la choza.
– ¿No vamos a ir en coche?
Mario negó con la cabeza.
– Reilly me dijo que a menos que tuvieras los códigos de desactivación del camino de acceso, el coche haría detonar los explosivos. Y es imposible que vaya a darte esos códigos. Dijo que atravesáramos el bosque. Debería llamarlo en cuanto lleguemos a la espesura, para que desconectara las bombas trampas cuando las cámaras de vídeo nos localicen atravesando la arboleda.
Jane apenas veía a un metro por delante de ella a través de la nieve. ¿Cómo demonios podría Reilly ver algo en la cámara?
– Cambia de idea, Mario -le dijo por encima del hombro-. Hasta ahora el único delito que has cometido es matar a un asesino.
– Y convertirme en cómplice de un terrorista. Por eso o te pegan un tiro o te meten entre rejas y tiran la llave. Tomé una decisión la noche que Grozak me contrató. Iba a ser rico. Todavía puedo hacer que funcione. -Se detuvo-. Para. Casi hemos llegados a los árboles. -Marcó un número en su teléfono-. Soy Mario Donato, Reilly. La tengo. Vamos a entrar. -Escuchó un instante-. De acuerdo. -Cortó la comunicación-. Vamos a tener un comité de bienvenida cuando lleguemos a la casa. Kim Chan y el último protegido de Reilly, Chad Norton. -Hizo una mueca-. Otro Jock. Otro pelele.