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La mayor parte.

¡Joder!, con esa temperatura glacial y estaba sudando sangre. Las bombas trampas eran una de las cosas que más había detestado siempre. Había perdido muchos hombres por las minas terrestres. Uno no podía verlas, no podía luchar contra ellas. Sólo cabía intentar evitarlas y tener esperanza. O rezar.

No habría recorrido más de veinte metros desde que se había separado de Jane y Trevor, y aquel avance espantosamente lento no lo hacía un hombre feliz.

Mejor ser un hombre paciente que uno muerto.

Otra cámara de vídeo allí arriba, un poco más adelante. ¡Joder!, eran difíciles de ver con aquella nieve torrencial y el camuflaje que Reilly había preparado.

Estudió el ángulo de la cámara; estaba orientada hacia el sendero que tenía a su izquierda.

Pero aquello no significaba que no hubiera otra cámara detrás de aquel pino próximo a…

– No se mueva.

MacDuff giró la cabeza como el rayo y vio a Jock parado a pocos metros de él.

– Es un triplete. -Jock caminó cuidadosamente por la nieve-. De tanto en tanto Reilly plantaba minas terrestres en una hilera que atravesaba los senderos. Le explotarían a cualquiera que intentara evitar las bombas trampas principales. -Estaba pegado a MacDuff-. No debería estar aquí. Podría haber acabado herido.

– A mi me lo vas a decir -dijo MacDuff con gravedad-. Podría decir lo mismo de ti.

– Conozco este bosque. Sé dónde está plantada cada una de esas minas terrestres. No sabría decirle la de veces que he atravesado esto estando oscuro como boca de lobo. -Se dio la vuelta-. Venga. Lo sacaré de aquí.

– No, pero puedes llevarme hasta Reilly.

Jock negó con la cabeza.

– No me digas que no -dijo MacDuff con brusquedad-. Lo voy a liquidar, Jock. Llévame hasta él o iré por mis propios medios.

– No hay ningún motivo para ir. Me he encargado de él.

MacDuff se puso tenso.

– ¿Lo has matado?

Jock negó con la cabeza.

– Pronto.

– No puedo esperar. Tiene que suceder ya.

– Pronto.

– Mira, a ti te gusta Jane. Ella y Trevor se dirigen en este momento al cuartel general de Reilly. No saben lo que va a ocurrir cuando lleguen allí, pero no será fácil.

Jock se paralizó.

– ¿Hace cuánto?

– Deberían llegar allí en cualquier momento. -Escudriñó el rostro de Jock con los ojos entrecerrados-. ¿Por qué?

– No deberían haber ido. Le dije a ella que se quedara en la choza. -Jock giró sobre sus talones y empezó a dirigirse en dirección al cuartel general de Reilly-. Sígame. De prisa. Pise donde pise yo.

– Créeme, lo haré. -MacDuff colocó la bota cuidadosamente en la huella dejada por Jock en la nieve-. Adelante. Te seguiré.

– Tendrá que hacerlo. Eliminé a los dos centinelas, pero eso no impedirá que ella… -Jock avanzaba sobre la nieve como una flecha-. Morirá. Mire que se lo dije. No debería haber ido…

Tenían que estar cerca de la casa, pensó Jane. Le parecía que hubieran estado caminando por aquel bosque eternamente. Levantó la vista hacia las ramas del árbol que tenía delante. Las cámaras estaban tan bien camufladas que sólo había sido capaz de localizar dos en todo el camino. ¿Cómo las iba a evitar MacDuff, si ella apenas había podido verlas?

Que se preocupara de eso MacDuff. Ella y Trevor tenían sus propios problemas.

– Es allí. -Trevor habló en voz baja detrás de ella-. Sigue recto.

Ella también podía ver las luces. A unos cien metros de donde se encontraban.

– La nieve está amainando. Mantén inclinada la cabeza.

– La llevo tan baja que prácticamente me estoy tocando el culo con ella -dijo Trevor-. No puedo hacer nada… ¡Al suelo!

Un disparo.

– ¡Por Dios! -Jane se lanzó contra el suelo-. La cámara de vídeo… Lo saben. Han visto…

Otro disparo.

Trevor soltó un gruñido de dolor.

Jane se volvió para mirarlo. Sangre. En la parte superior del pecho. El pánico se apoderó de ella.

– ¿Trevor?

– Me han dado -dijo él con violencia-. ¡Maldita sea!, lárgate de aquí a toda hostia. Van a salir en manada de esa casa de un momento a otro.

¡Joder!

– ¡Lárgate de aquí!

– ¿Puedes caminar?

– ¡Joder, sí! Ha sido en el hombro. -Se estaba moviendo hacia los árboles, arrastrándose sobre el vientre-. Pero no tan deprisa como tú. ¡Corre!

– Corre tú. A mí no me van a disparar. Van a por ti. Reilly me quiere viva. -Jane se levantó-. Echaré a correr hacia ellos con las manos en alto y te daré tiempo para que huyas. Y no te atrevas a discutir conmigo. Encuentra a MacDuff y llamad a la CIA. Haced algo. Quiero que haya alguien aquí fuera para seguirme, cuando esté ahí dentro con Reilly.

Otro disparo.

Jane oyó el golpe seco que hizo la bala al incrustarse en la nieve cerca de la cabeza de Trevor.

Él pulso se le aceleró.

No había más tiempo.

Se levantó de un salto, alzó las manos por encima de la cabeza y empezó a correr hacia la casa.

– ¡No!

– Deja de gritar y mueve el culo, Trevor. No estoy haciendo esto para nada. -Miró por encima del hombro y se sintió aliviada cuando lo vio incorporarse y correr agachado para ocultarse tras los árboles.

¿Aliviada? Trevor podría esquivar aquellas balas, ¿pero y qué pasaba con aquellas malditas minas?

¡Oh, Dios!, que tuviera cuidado.

Alguien estaba parado en el camino. ¿Un hombre?

No, una mujer. Pequeña, de rasgos delicados, y con un cuerpo delgado y compacto que no obstante conseguía parecer fuerte.

Y con una pistola en su mano que apuntaba directamente hacia Jane.

– No voy a oponer resistencia -dijo Jane-. No llevo ninguna arma y no puedo hacer daño…

¡Una explosión sacudió el suelo!

Jane miró por encima del hombro hacia el lugar por donde había desaparecido Trevor…

Una espiral de humo se elevaba hacia el cielo.

Los altos cedros estaban ardiendo.

– No -susurró horrorizada-. Trevor…

Las minas terrestres.

Muerto; tenía que estar muerto. Nadie podía sobrevivir a ese infierno.

Pero era incapaz de aceptarlo y rendirse. Trevor podría haber sobrevivido. Tendría que haber alguna manera en que ella pudiera ayudarlo. Retrocedió un paso hacia el bosque. La explosión podía haberlo hecho derribado y…

Dolor.

Oscuridad.

Paredes de piedra. De color castaño claro, agrietadas y aparentemente muy, muy antiguas.

– Realmente no deberías haber intentado escapar. Me decepcionaste.

Jane volvió la mirada hacia el hombre que había hablado. Cincuentón, de rasgos delicados, pelo negro con las patillas blancas. Y hablaba con acento irlandés, se percató de repente.

– ¿Reilly? -susurró Jane.

El hombre asintió con la cabeza.

– Y es la última vez que se te permitirá dirigirte a mí con semejante falta de respeto. Empezaremos con «señor», y avanzaremos desde ahí.

Jane sacudió la cabeza para despejarse, y se estremeció cuando sintió un dolor penetrante.

– Me… ha golpeado.

– No, te golpeó Kim. Tuviste suerte de que ella no hiciera que Norton te pegara un tiro. Desaprueba mi interés en reprogramarte, y estaría encantada de deshacerse de ti. -Se volvió hacia el rincón opuesto-. ¿No es eso cierto, Kim?

Jane miró rápidamente a la pequeña mujer que estaba sentada en la silla que había junto a la ventana. Era la mujer euroasiática que la había recibido en el camino. Desde aquella distancia parecía tener una complexión aun más fina y delicada, y tenía una voz suave y dulce.

– Ha salido demasiado cara. Puede que nunca veas ese oro, y has sacrificado a Grozak y a dos de nuestros hombres mejor entrenados como pago por ella.

– Me puedo permitir algunos excesos. -Había cierto tonillo en la voz de Reilly-. Y soy yo quien decide lo que estoy dispuesto a pagar. Deberías recordar eso, Kim. Últimamente te muestras demasiado arrogante. Lo tolero porque eres…