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No donde ella estaba.

Había llegado al estrecho pasadizo que daba la vuelta para dirigirse a las colinas, en lugar de a los acantilados. Empezó a caminar por el pasadizo.

Oscuridad. Una estrechez agobiante. Piedras resbaladizas bajos los pies.

Y una puerta de roble a unos cien metros más adelante.

¿Estaba cerrada?

No, se abrió girando sobre uno goznes engrasados.

Se detuvo en la entrada, y el haz de su linterna alumbró la oscuridad.

– ¿Por qué titubea? -preguntó secamente MacDuff detrás de ella-. ¿Por qué no un allanamiento más? ¿Una invasión más de la intimidad?

Jane se puso tensa y se volvió para enfrentarlo.

– No va a conseguir que me sienta culpable. ¡Joder!, a lo mejor tengo derecho a saber por qué Jock decía que usted pasaba aquí tanto tiempo.

La expresión de MacDuff permaneció inalterable.

– Trevor no tiene alquilada esta parte de la propiedad. No tiene ningún derecho a estar aquí.

– Trevor ha invertido mucho en intentar encontrar el oro de Cira.

– ¿Cree que está aquí?

– Creo que hay una posibilidad.

El terrateniente levantó las cejas.

– ¿Se supone que he encontrado el oro de Cira en uno de mis viajes a Herculano y lo he escondido aquí?

– Es posible. -Ella meneó la cabeza-. Aunque no es eso lo que supongo.

MacDuff sonrió levemente.

– Será fascinante oír sus especulaciones. -Hizo un gesto-. Entremos en la habitación de Angus y podrá contármelo todo. -Su sonrisa se ensancho cuando vio la expresión de Jane-. ¿Cree que me voy a permitir jugar sucio? Podría hacerlo. El oro de Cira es un gran instigador.

– Usted no es idiota. Trevor destrozaría este sitio, si desapareciera. -Se volvió y entró en la habitación-. Y vine aquí para ver lo que había en esta habitación, y ahora tengo una invitación.

MacDuff rió.

– Una invitación a regañadientes. Deje que encienda los faroles para que pueda ver bien. -Atravesó la habitación hasta una mesa apoyada contra la pared y encendió dos faroles, que iluminaron la estancia. Era un cuarto pequeño que contenía una mesa, sobre la que descasaba un ordenador portátil abierto, una silla, un jergón y diversos objetos cubiertos con telas apoyados contra la pared opuesta-. Ningún cofre rebosante del oro de Cira. -Se apoyó perezosamente contra la pared y cruzo los brazos sobre el pecho-. Pero a usted no le interesa realmente el oro, ¿no es así?

– Me interesa todo lo relacionado con Cira. Quiero saber.

– ¿Y cree que puedo ayudarla?

– Estaba muy impaciente por coger los archivos de Reilly sobre Herculano. No le gustó ni un pelo que no le permitiera tenerlos.

– Es cierto. Como es natural, me preocupaba que pudieran proporcionar una pista sobre dónde estaba el oro.

Jane meneó la cabeza.

– Lo que le preocupaba es que entre esos documentos hubiera un cuaderno de bitácora escrito por un mercader llamado Demónidas.

MacDuff la miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Ah, sí? Bueno, ¿y por qué?

Jane no respondió.

– No caí en la cuenta de lo importante que podía ser ese cuaderno de bitácora hasta que leí la traducción de Mario de la última carta de Cira.

– ¿La encontró?

Ella asintió con la cabeza y se metió la mano en el bolsillo.

– ¿Le gustaría leerla?

– Muchísimo. -Se apartó de la pared y alargó la mano. -Sabe que me encantaría.

Jane lo observó desdoblar las hojas, e intentó descifrar la expresión de MacDuff mientras éste leía las palabras que tenía grabadas en la memoria.

Necesito hablarte de la vida. De nuestra vida. No puedo prometerte que vaya a ser ni fácil ni segura, pero será libre y no daremos cuentas a nadie. Eso sí que puedo prometértelo. Ningún hombre nos tendrá bajo su talón. Achavid es una tierra salvaje, pero el oro la hará más dócil. El oro siempre alivia y reconforta. Demónidas todavía no ha aceptado llevarnos más allá de la Galia, pero lo convenceré. No deseo perder tiempo buscando otro barco que nos lleve más lejos. Julius jamás cejará en su persecución.

Que busque. Que se aventure a interne en aquellas agrestes colinas y se enfrente a aquellos hombres indómitos que el emperador llama salvajes. Julius no es un hombre que pueda sobrevivir sin sus exquisitos vinos y su vida fácil. No es como nosotras. Viviremos, prosperaremos y dejaremos a Julius con un palmo de narices.

Y si no estoy allí para ayudarte, entonces debes hacerlo por ti misma. Se arrogante con Demónidas. Es codicioso, y no permitas jamás que sepa que hemos escondido el oro entre las cajas que llevamos con nosotras.

Por todos los dioses, te estoy diciendo como tratarlo, y sin embargo espero de todo corazón estar allí para hacerlo por ti.

Pero si no estoy, lo harás tú. Llevamos la misma sangre. Cualquier cosa que pueda hacer, tú también podrás hacerla. Confío en ti, hermana mía.

Con todo mi cariño,

Cira

MacDuff dobló la carta y se lo devolvió.

– Así que Cira consiguió sacar el oro de aquel túnel.

– Y subirlo a un barco capitaneado por Demónidas que se dirigía a la Galia.

– Tal vez. A veces los planes se tuercen, y ella no estaba segura de sobrevivir siquiera a aquella noche.

– Creo que lo hizo. Creo que escribió esa carta la noche que el volcán entró en erupción.

– ¿Y sus pruebas?

– No tengo pruebas. -Se metió la mano en el bolsillo-. Pero tengo la traducción de Reilly del cuaderno de bitácora de Demónidas. Hace referencia a una tal señora Pía, que le pagó bien para transportarla a ella, a su hijo Leo y a sus sirvientes hasta la Galia, y luego al sudeste de Britania. Zarparon la noche de la erupción, y alardea de su propia valentía ante la catástrofe. Ellas querían que las llevara a lo que él llama Caledonia, el lugar que nosotros conocemos por Escocia, pero se negó. El ejército romano luchaba contra las tribus caledonias, y Agrícola, el gobernador romano, estaba organizando una flota para atacar la costa nordeste. Demónidas no quería formar parte de ella. Dejó a Pía y compañía en Kent y volvió a Herculano. O a lo que quedaba de Herculano.

– Interesante. Pero él hace referencia a esa tal señora Pía, no a Cira.

– Como ha leído, Pía debió ser la hermana de Cira. Probablemente fueran separadas de niñas, y Cira estuvo demasiado ocupada en sobrevivir para buscarla. Y cuando por fin la encontró, no quiso involucrarla en su guerra con Julius y poner su vida en peligro.

– Y entonces Cira murió, y Pía se largó en barco con el oro.

– O Pía murió en la ciudad, y Cira adoptó su nombre y su identidad para escapar de Julius. Es el tipo de cosa que ella haría.

– ¿Alguna referencia a los nombres de los sirvientes que la acompañaban?

– Dominicus… y Antonio. Cira tenía un criado, Dominicus, y un amante, Antonio, y había adoptado a un niño, Leo.

– Pero si Pía hubiera sido la superviviente, ¿no se habría hecho cargo de la familia de Cira?

– Sí. Pero, ¡maldición!, ¡Cira no murió!

MacDuff sonrió.

– Porque no quiere que ocurriera de esa manera.

– Antonio era el amante de Cira. No la habría abandonado y zarpado en el barco.

– ¡Vaya!, qué segura está. Los hombres abandonan a las mujeres, las mujeres abandonan a los hombres… Así es la vida. -Hizo una pausa-. ¿Y por qué vino aquí corriendo después de leer esos documentos y allanó el cuarto de Angus?

– No he allanado…, bueno, técnicamente no. Pero estaba dispuesta a hacerlo.

Él se rió entre dientes.

– Me encanta tanta sinceridad. Desde el instante en que la conocí, supe que yo…

– Entonces sea sincero conmigo. Deje de hacer juegos de palabras. -Respiró hondo y fue al grano-. Usted sabía que Demónidas había escrito ese cuaderno de bitácora.