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– Entonces, ¿por qué no te enfrentas a Trevor y consigues que te diga donde están?

– Convencer a Trevor de que haga algo es imposible. Quiere el oro, y cree que se lo merece después de perder a su amigo Pietro en aquel túnel. Además, ¿cómo se supone que voy a encontrarlo, cuando la Interpol no fue capaz de seguirle el rastro?

– Me dio la impresión de que él podría haberse puesto en contacto contigo cuando estuviste allí.

– No. -En la primera expedición Jane se había resistido a aquel pensamiento irracional durante todo el tiempo que estuvo en Herculano. Se había sorprendido mirando por encima del hombro, recordando la voz de Trevor, resistiéndose a la sensación de que él aparecería a la vuelta de la esquina, en la habitación contigua, en cualquier parte… cerca-. No era probable que se mantuviera en contacto. Yo sólo tenía diecisiete años, y él creía que era demasiado joven para ser interesante.

– Diecisiete y él treinta -dijo Eve-. Y Trevor no era idiota.

– Te sorprenderías.

– Nada de lo que Trevor hiciera me sorprendería. Es único en su especie.

El tono de Eve fue casi afectuoso, se percató Jane.

– Te gustaba.

– Me salvó la vida. Y salvó a Joe. Y a ti. Es difícil que te desagrade un hombre que ha acumulado esa clase de méritos. Eso no significa que esté de acuerdo con él. Puede que su inteligencia sea algo fuera de lo común, y sin duda tiene algo. Pero es un contrabandista, un timador y sabe Dios qué más.

– ¿Que qué más? Ha tenido cuatro años para meterse en todo tipo de actividades nefandas.

– Al menos no lo defiendes.

– De ninguna manera. Probablemente sea el hombre más genial que haya conocido jamás, y sería capaz de convencer a los pájaros de que abandonaran los árboles. Aparte de eso, es un enigma, domina todas las formas de violencia y es adicto a caminar por la cuerda floja. Ninguna de esas cualidades tiende a suscitar las simpatías de una mujer práctica y testaruda como yo.

– Mujer… -Eve menó la cabeza con tristeza-. Todavía sigo viéndote como a una niña.

– Entonces será así como me quede. -Jane apoyó la cabeza en el hombro de Eve-. Seré lo que quieras que sea. Lo que sea.

– Sólo quiero que seas feliz. -Rozó la frente de Jane con los labios-. Y que no desperdicies tu vida persiguiendo a una mujer que lleva muerta dos mil años.

– No desperdicio mi vida. Sólo tengo que encontrar la respuesta a mis preguntas antes de que pueda desentenderme del asunto.

Eve guardo silencio durante un instante.

– Puede que tengas razón. Tal vez esté equivocada al querer enterrar el pasado. Quizá hubiera sido más saludable dejar que fueras tras ello.

– Deja de culparte. Jamás me dijiste nada cuando volví a Herculano.

Eve miró fijamente hacia el lago.

– No, nunca te dije nada.

– Y no es como si estuviera dedicando todo mi tiempo a Cira. He ganado un par de concursos, he estado en varias misiones de rescate con Sarah y he continuado con mis estudios. -Levantó la vista con una sonrisa-. Y no he estado pensado en ningún irresponsable como Mark Trevor. Todo me va de maravilla.

– Sí, te va de maravilla. -Eve se estiró y se levantó-. Y quiero que sigas así. Hablaremos más después del funeral. -Se dirigió hacia la puerta-. Las dos deberíamos dormir un poco. Le dije a Sandra que la recogeríamos a las once.

– Entraré enseguida. Quiero quedarme aquí fuera con Toby un rato. -Le dio un achuchón al perro-. ¡Dios mío!, lo extraño cuando estoy en la universidad. -Hizo una pausa-. ¿Por qué ha tenido que suceder ahora este infortunio, Eve?

– No lo sé. -Abrió la puerta mosquitera-. Mike. Que crimen más horrible y absurdo. Supongo que ha hecho que me acuerde de Aldo y de su fijación por Cira, y de todos aquellos asesinatos… y de la manera en que te acechó. Puede que el asesinato de Mike también tenga algo que ver contigo.

– Puede que no. No sabemos nada con seguridad.

– No, no lo sabemos. -La puerta se cerró tras ella.

Era extraño que Eve hubiera relacionado el asesinato de Mike con aquella angustiosa época en Herculano. O quizá no tan extraño. Ella, Joe, Eve y Trevor se habían unido en una empresa común para acabar con aquel monstruo, Aldo, y luego lo habían superado. ¿Cómo, si no, se podía olvidar realmente el recuerdo de una experiencia así y salir ileso? Ella y Trevor habían estado tan íntimamente unidos, que había tenido la sensación de conocerlo de toda la vida. No le había importado que su pasado fuera turbio o que fuera absolutamente despiadado e interesado. A ella la había impulsado su instinto de conservación, y a Trevor lo había guiado la codicia y la venganza. Sin embargo, se habían unido para hacer el trabajo.

Se acabó el pensar en él. Hablar con Eve sobre Trevor había provocado que se agolpara en su cabeza una avalancha de recuerdos. Lo había relegado con firmeza a lo más profundo de su conciencia, y sólo lo sacaba a su conveniencia. De esa manera conservaba el control, algo que jamás había conseguido hacer cuando estaba con él.

¿Y qué cabía esperar? A la sazón ella sólo tenía diecisiete años, y él casi treinta, y una experiencia de mil demonios. Lo había manejado muy bien, si se tenía en cuenta el cataclismo emocional por el que ella había pasado en aquel tiempo.

Se levantó y se dirigió a la puerta. Tenía que olvidar a Trevor y a Cira; ya no pertenecían a su vida. Tenía que concentrarse en su familia y en el esfuerzo que iba necesitar hacer para superar ese día.

* * *

Capítulo 3

Odiaba los funerales, pensó Jane mientras miraba como atontada el féretro. Quienquiera que pensara que eran una especie de catarsis debía de estar chiflado. Era doloroso de principio a fin, y ella no era capaz de apreciar ninguna curación derivada de este ritual. Se había despedido a su manera de Mike durante los tres días transcurridos desde aquel absurdo asesinato. Estaba allí sólo por Sandra.

Y Sandra parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro y no prestaba atención a nadie. Eve estaba a su lado, aunque probablemente Sandra ni siquiera supiera que estaba allí. Varios de los amigos de Mike se habían congregado junto a la tumba. Jane conocía a algunos: Jimmy Carver, Denise Roberts y Paul Donnell. La compañera de habitación de Jane, Pat, también había cogido un vuelo para acudir al funeral, y parecía extrañamente solemne. Bonito detalle por su parte el haber ido. Bonito detalle por parte de todos.

Unos pocos minutos más y podrían marcharse del cementerio. Unos minutos que parecieron durar toda una vida.

Y la ceremonia tocó a su fin.

Jane se adelantó para arrojar su rosa sobre el féretro.

– ¿Puedo hacer algo? -le preguntó Pat a Jane cuanto ésta se alejó de la tumba-. Se supone que tengo que volver a la facultad, pero si me necesitas, te echaré un cable.

Jane negó con la cabeza.

– Vete. No te necesito. Te veré mañana, o quizá pasado.

Pat torció el gesto.

– Debería haberlo sabido. No necesitas a nadie. Siempre estás dispuesta a asumir responsabilidades cuando estoy en un aprieto, pero que no quiera Dios que intente devolverte el favor. ¿Alguna vez has pensado que me sentiría bien por estar en el lado del que da?

– No tienes ni idea de lo mucho que me has dado ya. -Jane tragó saliva para aflojar el nudo que tenía en la garganta-. Debería habértelo dicho. A veces, me resulta difícil… Cuando te conocí, era tan seria y responsable que ni siquiera era capaz de pensar en relajarme y pasarlo bien. Tú me has enseñado que divertirse no es un delito, y que se puede obtener placer de algunas situaciones bastante extrañas.

Pat sonrió.

– ¿Te refieres a como cuando nos quedamos atrapadas en el coche en medio de aquella tormenta de nieve, porque tuviste que ir a recogerme por haber bebido demasiado? Poco placer hubo en ello. Me las hiciste pasar canutas.