¡Que le jodan, MacDuff! El sexo era magnífico, y Trevor era un hombre único que le estimulaba tanto la mente como el cuerpo. Eso era todo cuanto necesitaba o quería.
Apretó el paso.
– Tengo algo que contarte. Encontré la carta de Cira, y no me sorprende que Mario no quisiera contarnos lo que ella…
– ¿Qué es lo que quieres que haga al respecto? -preguntó Trevor en voz baja cuando Jane hubo terminado.
– ¿Sobre el oro? Haz lo quieras -dijo Jane-. Llevas buscándolo mucho tiempo. Tu amigo Pietro murió en aquel túnel intentando encontrarlo.
– Hay quien diría que MacDuff se merece el oro, puesto que técnicamente es la fortuna de su familia.
– Sí. ¿Y tú qué piensas?
– Que se lo merece, si es capaz de encontrarlo y conservarlo.
– Dijo que dirías algo así.
– Es un hombre perspicaz. -Hizo una pausa-. No iré tas el oro, si no quieres que lo haga. No es más que dinero.
– No me vendas eso. Es una puñetera fortuna. -Empezó a subir los escalones-. Y tendrás que tomar tu propia decisión. No voy a asumir la responsabilidad de influenciarte en uno u otro sentido. Estoy hasta la coronilla de ser responsable.
– Y yo creo que me estoy cansando de ser un irresponsable. ¿No crees que haríamos una pareja fantástica?
Jane sintió una oleada de felicidad, seguida de cansancio.
– ¿Qué es lo que estás queriendo decir?
– Sabes lo que quiero decir. Tienes miedo de admitirlo. Bueno, yo ya he pasado esa etapa. Tendrás que alcanzarme. ¿Cómo te sentiste cuando pensaste que estaba hecho pedacitos?
Jane dijo lentamente:
– Fatal. Asustada. Vacía.
– Bien. Esto progresa. -Le cogió la mano y le besó la palma-. Sé que me estoy precipitando. No lo puedo evitar. Te conozco hace años, y sé lo que quiero. Y tú tendrás que esforzarte en llegar a esto. No sé si puedes confiar en lo que tenemos. -Sonrió-. Y es labor mía demostrarte que estos sentimientos jamás van a desaparecer. No por mi parte y, Dios lo quiera, tampoco por la tuya. Voy a pisarte los talones, y a seducirte cada vez que tenga ocasión, hasta que decidas que no puedes vivir sin mí. -La volvió a besar en la palma-. ¿Qué vas a hacer después de marcharte de aquí?
– Me voy a casa, a estar con Eve y Joe. Voy a dibujar y descansar, y a olvidar todo lo relacionado con la Pista de MacDuff.
– ¿Y estoy invitado a acompañarte?
Jane se lo quedó mirando, y aquella oleada de felicidad desenfrenada la invadió de nuevo. Le dio un beso rápido y seco, y sonrió.
– Dame una semana. Y luego, ¡joder, sí!, estás invitado.
MacDuff se reunió con ellos en el patio cuando el helicóptero aterrizó dos horas más tarde.
– ¿Se marchan? ¿Debo entender que está dando por concluido su alquiler, Trevor?
– No lo he decidido. Puede esperar sentado. Puede que necesite un campamento base, si opto por buscar el oro, y la Pista de MacDuff podría venirme muy bien.
– O podría no venirle bien. -MacDuff sonrió ligeramente-. Esta es mi casa, mi gente, y esta vez no le extenderé la alfombra de bienvenida. Podría encontrarlo incómodo. -Se volvió a Jane-. Adiós. Cuídate. Espero verte pronto.
– No lo espere. Me voy a casa con Eve y Joe.
– Bien. Lo necesitabas. Yo también me iré. Tengo que volver a Idaho y encontrar a Jock.
– Puede que Venable se le adelante -dijo Trevor mientras empezaba a subir los escalones del helicóptero.
MacDuff negó con la cabeza.
– Sólo tengo que acercarme lo suficiente para que me oiga, y Jock acudirá a mí. La razón de que volviera aquí fue la de recoger a Robert Cameron. Sirvió bajo mis órdenes en el ejército, y es el mejor rastreador que he conocido nunca.
– ¿Otro de los suyos? -preguntó Jane con sequedad.
– Sí. A veces eso es muy útil. -Empezó a alejarse-. Nos vemos.
– Lo dudo. Pero buena suerte con Jock. -Jane empezó a seguir a Trevor, que desapareció en el interior del helicóptero.
MacDuff le gritó desde atrás.
– Te haré saber cuándo lo encuentre.
– ¿Cómo sabe que no llamaré a Venable? Me está convirtiendo en cómplice a posteriori.
MacDuff sonrió.
– No lo llamarás. La sangre es más espesa que el agua. Y Jock es uno de los tuyos… Es tu primo.
– Y un cuerno lo es. Y yo no soy la prima de usted.
– Sí, lo eres. Estaría dispuesto a apostar mi ADN a que sí. Pero una prima muy lejana. -Le guiñó un ojo y la saludó militarmente-. A Dios gracias.
Jane se lo quedó mirando con exasperación y frustración mientras MacDuff se alejaba en dirección al establo. Parecía absolutamente seguro de sí mismo, arrogante y en su salsa en aquella antigua reliquia de castillo. Seguro que el viejo Angus habría tenido aquella misma actitud petulante.
– ¿Jane? -Trevor la miraba expectante e inquieto en la puerta del helicóptero.
Jane apartó la mirada de aquel maldito escoto y empezó a subir los escalones.
– Ya voy.
– Bastardo -dijo Cira haciendo rechinar los dientes-. Tú me hiciste esto.
– Sí. -Antonio le besó la mano-. ¿Me perdonas?
– No. Sí. Puede ser. -Cira gritó cuando volvió a sentir aquel dolor desgarrador-. ¡No!
– La mujer del pueblo jura que el niño nacerá en pocos minutos. No es normal que un primer hijo tarde tanto. Sé valiente.
– Soy valiente. ¿Llevo intentando parir a este niño desde hace treinta y seis horas y te atreves a decirme eso? Y mientras, tú estás ahí, cómodamente sentado, con ese aire tan petulante. No sabes lo que es el dolor. Sal de aquí antes de que te mate.
– No, me quedaré contigo hasta que nazca el niño. -Antonio le apretó las manos con la suya-. Te prometí que no te volvería a abandonar.
– Ya podía haber deseado que rompieras tu promesa, antes de que este niño fuera concebido.
– ¿Lo dices en serio?
– No, no lo digo en serio. -Cira se mordió el labio inferior cuando el dolor la abrumó de nuevo-. ¿Eres idiota? Quiero a este niño. Lo único que no quiero es el dolor. Tiene que haber una manera mejor para que las mujeres hagan esto.
– Estoy seguro de que pensarás en algo más tarde. -Antonio habló entrecortadamente-. Pero te agradecería que parieras de una vez a este niño y acabaras con esto.
Él estaba asustado, se percató vagamente Cira. Antonio, el que nunca admitía tenerle miedo a nada en ese momento estaba asustado.
– Crees que voy a morir.
– No, jamás.
– Es verdad, jamás. Me quejo, porque tengo derecho a quejarme, y no es justo que las mujeres tengamos que dar a luz a todos los niños. Deberías ayudarme.
– Lo haría, si pudiera.
Lo dijo con un poco más de firmeza, pero la voz seguía temblándole.
– Pensándolo bien no creo que pudiera volver a acostarme contigo, si te viera con una tripa hinchada. Tendrías un aspecto ridículo. Sé que no podría soportar mirarme a mí misma.
– Estás preciosa. Siempre estás preciosa.
– Mientes. -Cira aguantó el siguiente espasmo de dolor-. Esta tierra es dura y fría y nada fácil para las mujeres. Pero no podrá conmigo. La haré mía. Como a este niño. Lo pariré, y lo educaré, y le daré todo aquello que he echado en falta. -Levantó la mano para tocar dulcemente la mejilla de Antonio-. Me alegra que no te echara en falta, Antonio. Noches de terciopelo y mañanas de plata. Eso es lo que le dije a Pía que buscara, pero hay mucho más. -Cerró los ojos-. La otra mitad del círculo…