– ¡Cira!
– ¡Por los dioses, Antonio! -Abrió los párpados de golpe-. Ya te dije que no iba a morir. Sólo estoy cansada. Ya no tengo tiempo para consolarte más. Cierra la boca o vete mientras me ocupo de tener a este niño.
– Me callaré.
– Bueno. Me gusta que estés conmigo…
MacDuff contestó al teléfono al quinto timbrazo. Parecía somnoliento.
– ¿Cuántos hijos tuvo Cira? -preguntó Jane cuando descolgó.
– ¿Cómo dices?
– ¿Tuvo sólo uno? ¿Murió en el parto?
– ¿Por qué quieres saberlo?
– Dígamelo.
– Según la leyenda familiar, Cira tuvo cuatro hijos. No sé cómo murió, aunque alcanzó una edad muy avanzada.
Jane soltó un suspiro de alivio.
– Gracias. -Cambió repentinamente de idea-. ¿Dónde está?
– En Canadá.
– ¿Ha encontrado a Jock? -Todavía no. Pero lo encontraré.
– Siento haberlo despertado. Buenas noches.
MacDuff se rió entre dientes.
– Ha sido un placer. Me alegra que pienses en nosotros. -Colgó.
– ¿Todo bien? -Eve estaba en la entrada del dormitorio de Jane.
– Muy bien. -Jane pulsó el botón de desconexión-. Tenía que comprobar una cosa, nada más.
– ¿A estas horas?
– Me pareció urgente en el momento. -Se levantó de la cama y se puso la bata-. Vamos. Ya que estamos despiertas, podríamos tomarnos un chocolate caliente. Has estado trabajando tanto, que apenas he tenido ocasión de hablar contigo desde que volví a casa. -Torció el gesto mientras se dirigía a la puerta-. Por supuesto que en parte es por mi culpa. Me he estado acostando pronto y levantando tarde. No sé lo que me pasa. Me siento como si hubiera estado consumiendo drogas.
– Agotamiento. Estás reaccionando a la muerte de Mike, por no hablar de lo que pasaste en Idaho. -Siguió a Jane a la cocina-. Me alegra ver que estás descansando, para variar. ¿Cuándo vas a volver a la universidad?
– Pronto. He perdido demasiado tiempo este trimestre. Tendré que hacer algo para ponerme al día.
– ¿Y luego?
– No lo sé. -Sonrió-. Puede que me quede por aquí hasta que me eches a patadas.
– Eso no es una amenaza. A Joe y a mí nos gustaría que lo hicieras. -Echó unas cucharadas de cacao en dos tazas-. Pero no creo que tengamos la más mínima oportunidad. -Vertió el agua caliente-. ¿Otro sueño, Jane?
Jane asintió con la cabeza.
– Pero no de los que dan miedo. -Arrugó la nariz-. A menos que consideres que tener un niño es algo terrorífico.
Eve asintió con la cabeza.
– Y absolutamente maravilloso.
– Creía que los sueños cesarían cuando Cira salió del túnel. Parece que tengo que cargar con ella.
Eve le dio a Jane su taza.
– ¿Y eso te inquieta?
– No, supongo que no. Se ha convertido en una buena amiga con los años. -Se dirigió al porche-. Pero a veces me deja colgada.
– Ella ya no te inquieta. -Eve se medio sentó sobre la barandilla del porche-. Antes estabas muy a la defensiva.
– Porque no sabía la razón de que tuviera aquellos condenados sueños. No era capaz de encontrar una secuencia lógica que los explicara.
– ¿Y ahora ya la tienes?
– Las referencias a Demónidas. Podría haber salido en otros documentos, aparte de los que encontramos. Podría haberme enterado de algo sobre Cira a partir de él.
– O no.
– Eres de una gran ayuda.
– Si lo que dijo MacDuff acerca de que descendías de Cira es verdad, ahí podría haber una respuesta. -Eve miró hacia el lago-. Tengo entendido que existe una cosa que se llama memoria racial.
– ¿Convertida en unos sueños en los que casi puedo meterme? Eso es pasarse, Eve.
– Es todo lo que puedo hacer. -Eve hizo una pausa-. En una ocasión me dijiste que no sabías si Cira estaba intentando ponerse en contacto con la intención de que impidieras la utilización que se iba a hacer de su oro.
– Eso fue en uno de mis momentos de mayor chaladura. -Se sentó en la escalera del porche y le dio una palmaditas a Toby, que estaba estirado en el escalón que tenía debajo-. No es que haya disfrutado de muchos momentos de racionalidad desde que Cira empezó a hacerme estas visitas nocturnas. No pasa nada, me he acostumbrado a ella. Incluso la eché de menos cuando dejó de acudir durante algún tiempo.
– Eso lo entiendo -dijo Eve.
– Sé que sí. -Jane levantó la vista hacia ella-. Siempre has entendido todo lo que me ha pasado. Por eso puedo hablar contigo, cuando no soy capaz de hacerlo con nadie más.
Eve guardó silencio durante un instante.
– ¿Ni siquiera con Trevor?
Jane negó con la cabeza.
– Eso es demasiado nuevo, y se queda sólo en la superficie. Trevor hace que pierda bastante la cabeza, y eso no ayuda a analizar la relación. -Titubeó, pensando en ello-. Cira escribió sobre las noches de terciopelo y las mañanas de plata. Estaba hablando de sexo, claro está, pero para ella las mañanas de plata significaban algo más. He estado intentando entenderlo. ¿Una relación que cambió su manera de verlo todo? -Meneó la cabeza-. No lo sé. Soy demasiado testaruda. Probablemente tardaría mucho tiempo antes de permitirme pensar de esa manera.
– Mucho, mucho tiempo.
Jane no estuvo segura de si Eve estaba hablando de ella o de su propia experiencia.
– Puede que no me ocurra nunca. Pero la misma Cira era bastante testaruda, y fue la que le dijo a Pía lo que había que buscar.
– Mañanas de plata… -Eve dejó tu taza sobre la barandilla y se sentó en el escalón, al lado de Jane-. Suena bien, ¿verdad? -Rodeó a Jane con el brazo-. Frescas, limpias y brillantes en un mundo de oscuridad. Puede que algún día las encuentres, Jane.
– Ya lo he hecho. -Sonrió a Eve-. Me das una todos los días. Cuando me caigo, tú me levantas. Cuando estoy confundida, lo aclaras todo. Cuando creo que no hay amor en el mundo, me acuerdo de los años que me has dado.
Eve rió entre dientes.
– De todas maneras no creo que fuera de eso de lo que hablaba Cira.
– Tal vez no. Nunca tuvo a una Eve Duncan, así que puede que no se diera cuenta de que las mañanas de plata no están reservadas sólo a los amantes. Pueden venir de las madres, los padres, las hermanas y los hermanos, de los buenos amigos… -Apoyó la cabeza en el hombro de Eve con satisfacción. La brisa era fría, pero llegaba con el olor de los pinos y los recuerdos de los años pasados, cuando se había sentado de aquella manera con Eve-. Sí, sin duda alguna de los buenos amigos. Ellos también pueden cambiar la manera que tengas de ver el mundo.
– Sí, sí que pueden.
Permanecieron sentadas en silencio durante mucho tiempo, contemplando el lago con satisfacción. Al final, Eve suspiró y dijo:
– Es demasiado tarde. Supongo que deberíamos entrar.
Jane negó con la cabeza.
– Eso tiene demasiada lógica. Estoy cansada de ser razonable. Es como si toda mi vida me hubiera obligado a ser práctica y sensata, y no estoy segura de no haber perdido un montón de cosas por no permitirme un capricho. Mi compañera de cuarto, Pat, siempre me decía que si tienes bien plantados los pies en el suelo, entonces jamás podrás bailar. -Sonrió a Eve-. ¡Joder!, no nos vayamos a la cama. Quedémonos a ver amanecer y veamos si la mañana sale de plata.
Iris Johansen
Vive cerca de Atlanta, Georgia. Después que sus dos hijos empezaran a ir al colegio, Iris decidió dedicar su nuevo tiempo libre a escribir. Como era una gran lectora de novelas románticas, escribió una historia de amor y se sorprendió cuando comprobó que era tan voraz escritora como lectora. Durante los años 80, su nombre estuvo ligado a fogosas aventuras, apasionados misterios y ardientes escenas de amor. Su nombre figuró en las listas del New York Times junto con otras escritoras consagradas. Pronto en sus novelas, desarrolló el hábito de seguir a sus personajes de libro en libro, algunas veces introducía como secundario al que en una novela posterior era protagonista, creando así familias, relaciones y países imaginarios a través de todas sus novelas.