Mia la miró boquiabierta.
– ¿No… no me estarás proponiendo matrimonio?
Reed le clavó esa sonrisa pícara que siempre conseguía seducirla.
– No, pero deberías haberte visto la cara. -Se llevó las manos de Mia a los labios y se puso serio-. Nadie puede reemplazar a Christine. Fue una parte importante de mi vida. Me dio a Beth. Pero lo que he comprendido es que no necesito que nadie la reemplace. -Contempló las manos de ambos-. Amaba a Christine porque con ella era más de lo que era solo. Me hacía feliz. -Levantó la vista y sonrió-. Tú me haces feliz.
Mia intentó engullir el nudo que se había formado en su garganta.
– Me alegro.
Reed levantó una ceja.
– ¿Y?
– Y tú también me haces feliz. -Mia torció el gesto-. Me pregunto cuál será el próximo desastre.
– Ser feliz no es ningún crimen, Mia. ¿Crees en el amor a primera vista?
Era una pregunta con trampa.
– No.
Reed sonrió.
– Yo tampoco. Sobre todo porque a primera vista parecías una demente.
– Y tú parecías Satanás. -Le pasó un dedo por la perilla-. Pero está empezando a gustarme. Reed, puede que no vuelva a ser la misma… nunca más.
Él recuperó la seriedad.
– Lo sé, y resolveremos los problemas a medida que se presenten. Por el momento, concéntrate en ponerte bien. Seguiremos buscando un donante compatible. -Se aclaró la garganta-. Te he traído algo. -Introdujo la mano en la bolsa de plástico y sacó el juego de mesa Clue-. Para que mantengas en forma tus habilidades detectivescas.
Los ojos de Mia se humedecieron.
– Empiezo yo. Y seré cualquier ficha menos el revólver y el cuchillo.
Reed preparó el tablero.
– Puedes ser el candelabro. Y que tengas un agujero en la barriga no es razón para hacer favoritismos contigo. Tiraremos los dados para ver quién sale primero, como todo el mundo.
Mia estaba a punto de descubrir al coronel Mustard en la biblioteca con la pipa cuando una voz en la puerta la sobresaltó.
– La señorita Scarlett en el conservatorio con la cuerda.
Mia abrió los ojos como platos.
– ¿Olivia?
Reed parecía mucho menos sorprendido, pero más preocupado.
– Olivia.
Olivia llegó al pie de la cama y respiró hondo.
– De acuerdo.
Un fino hilo de esperanza penetró en la mente de Mia.
– ¿De acuerdo qué?
Olivia miró a Reed.
– ¿No se lo has contado?
Solliday negó con la cabeza.
– No quería que se hiciera ilusiones. Además, dijiste que no.
– No, simplemente no dije que sí. -Olivia se volvió hacia Mia-. Reed me llamó el día después de que te dispararan y me explicó lo que necesitabas. También me dijo que tu madre se negó a hacerse las pruebas. Tú ganas, hermana mayor. Tu familia es mucho peor que la mía.
Mia se había quedado muda.
– ¿Estás dispuesta a hacerte las pruebas?
– No. Me he hecho las pruebas. Nunca digo que sí a nada de buenas a primeras. Tenía que informarme, hacerme las pruebas, pedir una excedencia.
– ¿Y? -preguntó Reed con impaciencia.
– Y aquí estoy. Soy compatible. Lo haremos la semana que viene.
Reed soltó un fuerte suspiro.
– Gracias a Dios.
Mia sacudió la cabeza.
– ¿Por qué?
– No porque te quiera. Ni siquiera te conozco. -Olivia frunció el entrecejo-. Pero sé a lo que tendrías que renunciar si no lo hiciera. Eres policía. Una buena policía. Si no consigues un riñón, perderás eso y Chicago te perderá a ti. Yo puedo evitar que eso ocurra y lo evitaré.
Mia la observó detenidamente.
– No me debes nada, Olivia.
– Lo sé. Creo. -Su mirada se ensombreció-. O tal vez sí. Pero que te deba algo o no carece de importancia. Si un policía de mi departamento lo necesitara, lo haría. ¿Por qué no por alguien que lleva mi misma sangre? -Enarcó las cejas-. Claro que si no quieres mi riñón…
– Sí lo quiere -dijo firmemente Reed. Cogió la mano de Mia-. Deja que te ayude, Mia.
– Olivia, ¿lo has meditado bien? -No quería hacerse ilusiones. Todavía no.
Olivia se encogió de hombros.
– Mi médico me ha dicho que podré volver al trabajo en dos o tres meses. Mi capitán está de acuerdo en que me tome ese tiempo. No creo que hubiera podido aceptar si no hubiesen sido esas las condiciones.
Mia aguzó la mirada.
– Una vez que me lo des no pienso devolvértelo.
Olivia rio.
– Lo sé. -Acercó una silla a la cama de Mia y recuperó la seriedad-. Quería disculparme contigo. La noche que hablamos… estaba tan alterada que conduje directamente hasta Minnesota.
– Necesitabas tiempo. Nunca fue mi intención soltártelo de ese modo.
– Lo sé. Habías tenido un mal día. Por cierto, buen trabajo con el caso Kates. -Sonrió-. Leo el Trib. Tengo boicoteado el Bulletin por principios.
Mia sonrió a su vez.
– Yo también. -Se puso seria cuando la sonrisa de Olivia se desvaneció.
– Mia, lo siento, juzgué sin comprender. Ahora lo comprendo todo mucho mejor. Y te agradezco que intentaras evitar que me sintiera… rechazada. Tenías razón, yo tuve más suerte. Ojalá mi madre estuviera viva para poder decírselo. -Se levantó-. Ahora me iré a buscar un hotel para poder dormir. Trabajé dos turnos seguidos antes de venir.
– Te diría que te quedaras con nosotros, pero aún estamos en un hotel -dijo Reed.
– No te preocupes. Tu médico tiene mi historial clínico. Lo actualizará una semana antes del día señalado y ya no habrá vuelta atrás. Dice que hará el procedimiento mediante laparoscopia en las dos. Me dará el alta en uno o dos días. Tú podrías estar en casa para Navidad. -Miró a Reed-. Doy por hecho que estás de acuerdo.
Reed asintió tembloroso.
– Lo estoy. Gracias.
Olivia se marchó y Mia la observó alejarse. Se volvió hacia Reed con la mirada vidriosa.
– Lo hiciste por mí.
– Lo intenté. No esperaba que aceptara.
– El día que nos conocimos me dejaste tu paraguas.
Reed sonrió.
– Lo recuerdo.
– Hoy me has devuelto la vida. O por lo menos una parte importante. -Pero no toda, comprendió. «Ya no». Era más que una policía. Tenía un gato. Y un niño. Y un hombre que la estaba mirando como si nunca fuera a dejarla ir-. ¿Cómo puedo agradecértelo?
Los ojos de Reed chispearon.
– Seguro que se nos ocurre algo.
Epílogo
Domingo, 12 de agosto, 9:25 horas
– ¡Reed!, ¡ya está bien! -Mia apartó la mano que la sobaba-. Mira.
– Es lo que intentaba -protestó Solliday.
– Lo que digo es que mires las noticias. Lynn Pope, de Chicago on the Town, insistió en que no me perdiese el programa de esta mañana.
Reed lanzó un suspiro por el sexo matinal que no tendría lugar, se incorporó en la cama y rodeó a Mia con un brazo. A Mitchell ya no le costaba apoyarse en él, pese a que se trataba de una sensación todavía novedosa, tan reciente como la gratitud que Reed experimentaba cada vez que despertaba a su lado.
Mia era una mujer extraordinaria y una policía competente. Había vuelto al trabajo cuatro meses después de la intervención quirúrgica. El primer día que la vio ajustarse la cartuchera, a Reed se le encogió el corazón de miedo, pero no dijo nada. Durante la primera semana, Mia y Abe Reagan detuvieron a dos asesinos. Desde entonces la observaba cada día cuando se ajustaba la cartuchera y todavía se le encogía el corazón, pero sabía que era una buena policía, incluso mejor gracias a la valoración añadida de su propia mortalidad. Era cuidadosa y tenía mucho que perder como para no serlo. Durante el resto de su vida tendría que vigilar su salud y tomar medicación, pero estaba viva y por ese motivo Olivia Sutherland figuraba para siempre en su lista navideña.