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– Más la huella del calzado. Antes de que me olvide, Ben dice que el laboratorio le ha comunicado que corresponde al número cuarenta y cuatro.

– Lo que significa que calza el mismo número que miles de hombres en Chicago -se lamentó Mitchell-. A menos que descubramos algo más o que vuelva a atacar, no tenemos nada.

– A no ser que estemos equivocados y que alguien acudiera a casa de los Dougherty con la intención expresa de matar a Caitlin. En ese caso, las compañeras de la residencia pueden ser útiles.

– Solo podemos abrigar esperanzas -murmuró la detective.

Lunes, 27 de noviembre, 18:00 horas

Judy Walters se balanceó en el borde de la cama y exclamó:

– ¡Ay, Señor!

Mitchell se había arrodillado junto a la compañera de habitación de Caitlin y la miraba a la cara.

– Lo siento, Judy, pero necesito que te tranquilices -afirmó la detective-. Quiero que me ayudes a responder a ciertas cuestiones. Deja de llorar.

El tono delicado suavizó la exigencia implacable contenida en las palabras, por lo que la joven se esforzó por controlar el llanto.

– Lo lamento. ¿Quién le disparó? ¿Quién fue capaz de hacer esa barbaridad?

Mitchell se sentó en la cama, junto a Judy.

– ¿Cuándo viste por última vez a Caitlin?

– El sábado… más o menos a las siete de la noche. Montamos una fiesta y había mucho ruido. Supuse que pasaría el fin de semana en el apartamento de Joel. -Parecía muy afligida-. Ay, Señor, tengo que avisarle.

Judy intentó incorporarse, pero la detective le apoyó una mano en la rodilla.

– Todavía no. El padre de Caitlin dijo que había roto con Joel.

– Es lo que Caitlin les contó para que sus padres la dejasen en paz. Joel no le gustaba a su padre.

– ¿Por qué? -intervino Reed y se sorprendió al ver la mirada furibunda de la muchacha.

– Porque su padre es un policía muy controlador y no deja de decirle a Caitlin lo que tiene que hacer.

Algo iluminó la mirada de Mitchell, pero lo controló rápidamente. Su padre había sido policía. El teniente se preguntó cuánto tenían en común Mia y Caitlin.

– ¿Solía pasar el fin de semana con Joel? -quiso saber Solliday.

– Sí, pero es imposible que Joel le haya disparado, ya que la quiere.

– Judy, ¿recuerdas qué ropa llevaba Caitlin esa noche?

– Tejanos y un jersey rojo. -Rompió a llorar-. Fui yo quien le regaló el jersey.

Mitchell le palmeó el hombro.

– Ya conocemos la salida. -La detective esperó a llegar al todoterreno para preguntar-: ¿Encontró remates o cierres metálicos de los tejanos en las proximidades del cadáver?

Reed abrió la portezuela del lado del acompañante.

– Según Ben, en el vestíbulo hallaron botones de metal.

Mia trepó al habitáculo y se volvió con mirada severa.

– En ese caso también la violó.

– ¿Qué hacemos ahora? -inquirió el teniente.

– Tenemos que averiguar cuánto la quería Joel.

Lunes, 27 de noviembre, 18:40 horas

El compañero de habitación de Joel Rebinowitz estudiaba Derecho, de lo que se sentía muy orgulloso. Zach Thornton se interpuso entre los visitantes y la puerta del cuarto de baño, a través de la cual oyeron los sollozos de Joel.

– No dirá una sola palabra, salvo en presencia de un abogado -declaró Zach.

Mia dejó escapar un suspiro.

– Que el cielo nos salve de los abogados en pañales. Oye, chico, quítate de en medio o te llevaré del culo a comisaría por obstrucción.

– No puede hacerlo -replicó con actitud beligerante.

– ¿Qué te juegas? -preguntó Mitchell y notó cómo cambiaba la actitud de Zach-. Supuse que no te arriesgarías. -Llamó a la puerta del cuarto de baño-. Sal, Joel. Tenemos que hablar contigo y no nos iremos sin hacerlo.

– ¡Maldición, lárguense! -La voz de Joel sonó entrecortada-. Déjenme en paz.

Mia miró a Solliday e inquirió:

– ¿Quiere entrar a buscarlo?

Solliday hizo una mueca.

– En realidad no, pero iré.

Thornton cambió de táctica y su expresión se tornó totalmente sincera.

– Acaban de decirle que su novia ha muerto y que está carbonizada. ¿Qué pretenden de él?

– La verdad -replicó Mia-. Joel, te doy cinco segundos o mi compañero entrará.

Pálido y con los ojos hinchados de tanto llorar, Joel salió dando tumbos del cuarto de baño.

– No pienso hablar con ustedes ni los acompañaré a comisaría.

Zach asintió y recuperó su actitud presuntuosa.

– Si lo quieren tendrán que traer una autorización.

– Joel, ayúdanos a aclarar la situación para ocuparnos de los malos de verdad.

– Del verdadero asesino -ironizó Zach-. Eso es.

Mia se puso de puntillas y se colocó a pocos centímetros de la cara de Thornton.

– Cierra el pico o te juro que pasarás la noche en el calabozo. No es un farol. Me tienes harta. Si no te sientas y te callas acabarás rodeado de raperos matones que querrán convertirte en su mejor amigo. Espero que entiendas lo que digo.

Solliday soltó un suave silbido.

– En el calabozo no suelen disfrutar de la compañía de chicos guapos.

Mia se tragó la sonrisa cuando Zach se sentó en su cama sin pronunciar palabra. Se dirigió seriamente a Joeclass="underline"

– Joel, ayúdame a encontrar al culpable. ¿Cuándo viste a Caitlin por última vez?

– El sábado por la noche, alrededor de las siete. Dijo que esa noche había fiesta en TriEpsilon y que tenía que estudiar. Le propuse que se quedara en el apartamento, pero me respondió que si venía acabaríamos… bueno, que no estudiaría. No quería darle a su padre el gusto de verla suspender. -El muchacho cerró los ojos-. Tengo la culpa de todo.

– Joel, ¿por qué dices eso? -intervino Solliday.

– Porque salía demasiado conmigo. Tendría que haberme alejado, como quería su padre.

El crío era inocente o se trataba de un actor consumado. Mia se decantó por la primera opción.

– ¿Supiste algo de ella a lo largo de la noche?

– A las once me envió desde el ordenador un mensaje en el que decía que me quería -concluyó con voz entrecortada.

Mia le echó un vistazo a Solliday y comprendió que estaban de acuerdo con respecto a la inocencia del muchacho.

– Joel, ¿dónde estuviste esa noche?

– Hasta las once, aquí. Respondí a su mensaje y luego me reuní con varios amigos en el salón recreativo.

Joel mencionó seis nombres y la detective tuvo la certeza casi absoluta de que los jóvenes corroborarían sus palabras.

Aunque detestaba presionar en esas condiciones, Mia sabía que era necesario, por lo que inquirió:

– ¿Alguien quería hacerle daño a Caitlin? ¿Alguien la seguía? ¿Alguien la llevó a sentirse incómoda?

Joel se recostó en la pared y apoyó el mentón en el pecho.

– No, no y no.

– Joel, una pregunta más -terció Solliday-. ¿No te has preocupado al darte cuenta de que ni ayer ni hoy tenías noticias de Caitlin?

Levantó la cabeza y su mirada se tornó furibunda.

– Claro que sí. Pensaba que había vuelto a su casa. Yo no podía llamar a casa de sus padres, ya que Caitlin les había contado que habíamos terminado. Supuse que me telefonearía en cuanto pudiera. Esta mañana no ha venido a clase y les he preguntado a sus amigos. Nadie la había visto. Me he puesto muy nervioso y he llamado a sus padres. He dejado dos mensajes en el contestador, pero prefieren verme entre rejas antes que decirme que está muerta -concluyó con amargura-. ¡Malditos sean!

Dadas las circunstancias, Mia comprendió su punto de vista.

Cuando volvieron a montar en el todoterreno de Solliday, la detective meneó la cabeza y comentó:

– Si alguna vez tengo hijos no pienso entrometerme.

Solliday le abrió la portezuela, como había hecho a lo largo del día.

– Nunca digas nunca jamás. -Reed decidió tutearla-. Entiendo a las dos partes. El padre quiere lo mejor para la hija y la hija quiere dirigir su propia vida. Diría que Joel no está implicado.