– Estoy de acuerdo. Sospecho que el pirómano eligió la casa de los Dougherty, donde la acechó o la encontró por casualidad, y aprovechó la situación.
– Burnette también podría ser el verdadero objetivo. -Solliday cerró la portezuela del lado del acompañante y se dirigió a su asiento. El motor ya estaba en marcha cuando Mia oyó la risa grave del detective-. «Un rapero matón que quiere que seas su mejor amigo». Es muy poético. ¿Puedo repetirlo?
Mitchell le sonrió y en ese instante se sintió profundamente en paz.
– Cuando quieras.
Ambos aprovecharon el trayecto de regreso a la comisaría para oír el buzón de voz de sus móviles. Reed aparcó el todoterreno junto al coche de la detective.
– ¡Caramba, qué bonito!
Mia miró con cariño su pequeño Alfa Romeo bien conservado.
– Es mi único capricho. -Se apeó del vehículo y se volvió para mirar al teniente-. Barrington ha hecho oficial la identificación de Caitlin.
– El laboratorio encontró un mensaje en la caché del ordenador de los Dougherty. La hora se corresponde con la explicación de Joel.
– Entonces algo hemos avanzado. ¿Qué tal si mañana a las ocho nos reunimos en el despacho de Spinnelli? Tiene debilidad por las reuniones a las ocho de la mañana.
– Para entonces intentaré conseguir el informe del laboratorio sobre las muestras que tomé. Quedamos en tu escritorio. Los Dougherty me enviaron un correo de voz en el que dicen que llegarán a medianoche. Podemos hablar con ellos después de informar a Spinnelli.
– Le pediré a Jack que también acuda a la reunión de mañana y que informe de lo que encontró en el análisis de la moqueta. Así sabremos con más claridad dónde sucedieron las cosas. -Mia guardó silencio casi un minuto, suspiró y murmuró-: Vi cómo caía mi compañero.
Reed tardó un segundo en reaccionar.
– ¿Te refieres a esta mañana, cuando clavaste la mirada en el cristal? ¿Qué pasó aquella noche?
– Buscábamos a Getts y DuPree por un homicidio cometido en South Side. Fue un asunto de drogas que se desmandó y asesinaron a dos mujeres atrapadas en el fuego cruzado. -La detective suspiró-. Sea como fuere, recibimos el soplo de que se escondían en un apartamento, pero no era así.
– Fue una trampa.
– Eso parece. De todos modos, los vi. Además, dispararon a Abe.
– Y a ti -añadió Solliday y Mia sonrió con amargura.
– Solo fue un rasguño. Mientras estuve de baja, Spinnelli reasignó el caso.
– A los dos agentes que envió esta tarde. Se mantuvieron al margen mientras cogías a DuPree.
La detective sonrió ante la incredulidad que creyó percibir en la voz de Reed.
– Fue… en realidad fue un regalo. Me dejaron detenerlo. Saben lo mucho que significa para mí.
– Me parece que lo comprendo. Oye, lamento lo que ha ocurrido esta mañana, pero sucede que la chaqueta y el sombrero te daban un aspecto… un aspecto indeseable.
– ¿Has dicho indeseable? -preguntó Mia sonriente.
– ¡No te burles de mis adjetivos! -exclamó el teniente en tono jocoso.
– Está bien. -Ella se serenó-. La chaqueta nueva tiene un agujero de bala y está manchada de sangre. -Mitchell recordó que se trataba, sobre todo, de la sangre de Abe-. Necesito cobrar antes de comprarme un abrigo nuevo. -Su sonrisa se convirtió en una burla de sí misma-. He gastado hasta el último céntimo en el coche.
Solliday levantó una ceja.
– ¿Qué hay del sombrero?
– Lo lamento, pero el sombrero me lo quedo porque es cómodo. Espero que no llueva. Adiós.
Mia había empezado a cerrar la portezuela cuando Reed se lo impidió. Su mirada reveló simpatía y también respeto.
– Mitchell, lamento lo que le pasó a tu compañero y la muerte de tu padre. -Solliday se echó hacia atrás y se acomodó frente al volante-. Nos vemos mañana a las ocho en punto.
La detective cerró la portezuela del todoterreno, montó en su coche y se sintió tranquila y emocionada a la vez. Encendió el motor y maldijo el aire frío que la calefacción escupió a todo trapo. Iría a visitar a Abe. No tenía ni la más remota idea de lo que diría cuando llegase al hospital.
Lunes, 27 de noviembre, 18:40 horas
Hacía hora y media que Brooke se bebía la misma cerveza.
– Ha sido divertido -comentó.
– Ya te dije que te sentaría bien -afirmó Devin con actitud presuntuosa.
Aunque se le aceleró el pulso, Brooke decidió que no permitiría que la cerveza le hiciese perder la sensatez. Devin había reído y bromeado con ella tanto como con el resto de los profesores con quienes se había reunido en el bar. Brooke se sorprendió de la cantidad de docentes congregados durante la happy hour. Evidentemente, no era la única que se estresaba con el trabajo.
– ¿A qué hora vuelven a sus casas?
Devin se mostró sorprendido.
– Es lunes y los lunes por la noche nos quedamos a ver el partido.
– Ah, el partido…
– El programa Monday Night Football, el partido. Supongo que me estás tomando el pelo, ¿no?
– No. A mi familia no le interesan los deportes.
Devin se puso más cómodo en el asiento.
– ¿Qué hacíais para divertiros?
– Jugábamos al Scrabble, al Risk y al Trivial Pursuit.
Devin disimuló la sonrisa.
– ¡Y eso que me consideraba un sabelotodo!
«Ni yo lo creo». Esa posibilidad la mareó y buscó mentalmente palabras que la ayudasen a destrabar la lengua.
– La bibliotecaria dice que usas tus aptitudes matemáticas para el mal.
El profesor echó la cabeza hacia atrás y se desternilló de risa.
– Está furiosa porque no dejo de ganar a la quiniela. -Devin enarcó una ceja-. Deberías participar. Te haré ganar una fortuna.
La risa de Devin la estremeció de la cabeza a los pies.
– ¿Has dicho una fortuna?
White se encogió de hombros.
– Bueno, en el peor de los casos solo perderás cinco pavos.
Brooke suspiró.
– Cinco pavos representan una fortuna.
El profesor de matemáticas adoptó una actitud filosófica.
– Ya sabías que dando clases nadie se enriquece, ¿verdad?
– Claro que lo sabía.
– ¿Y lo demás lo desconocías?
– Soñaba con ayudar a los niños a querer los libros, pero las cosas no funcionan de esa manera.
– Manny y el fuego te han inquietado, ¿no?
– Detesto la idea de que podría ayudarlo a cometer una atrocidad.
Devin suspiró.
– Brooke, es imposible obligar a alguien a que haga lo que no quiere. Esos chicos son problemáticos. La debilidad de Manny es el fuego y la de Mike, el robo.
– ¿Qué me dices de Jeff? -preguntó la profesora en un tono apesadumbrado y Devin puso los ojos en blanco.
– Nadie entiende a Jeff. Hace meses que intento comprenderlo. Hay algo cruel en él. Por desgracia, es uno de los jóvenes más espabilados que conozco.
Brooke parpadeó y preguntó:
– ¿Hablamos del mismo Jeff?
– Sí. Es un genio para las matemáticas. Si no estuviera en un centro de internamiento, le lloverían las becas.
Algo se rebeló dentro de Brooke.
– Destruirán su expediente cuando cumpla los dieciocho años. Eso no debería afectar a sus posibilidades de acceder a un buen centro de estudios.
– No tiene la menor importancia. Lo detendrán al cabo de un mes de dejar el centro.
Brooke se indignó.
– ¿Por qué lo dices? ¿Por qué lo das por perdido?
Devin hizo señas a la camarera para que le sirviera otra cerveza y miró a su compañera con expresión de pesar.
– Yo no lo doy por perdido. Es Jeff quien se da por perdido a sí mismo. Daría un ojo de la cara por cambiar la situación, pero la he vivido demasiadas veces. A ti te ocurrirá lo mismo.