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Capítulo 6

Lunes, 27 de noviembre, 20:00 horas

Mia le mostró la placa a la enfermera.

– Vengo a visitar a Abe Reagan.

– Señora, no es horario de visitas.

– Vengo a hablar de la herida de bala del detective Reagan. Tenemos una pista.

La enfermera se mordió los carrillos.

– Vaya, vaya. Detective, ¿qué lleva en la bolsa?

Mia miró la bolsa de papel de estraza donde llevaba baklava, uno de los dulces preferidos de Abe. Levantó la cabeza y repuso con cara seria:

– Fotos de delincuentes.

La enfermera asintió y le siguió la corriente:

– Está en la tercera habitación a contar desde el final. Dígale que la aguja que utilizaré será enorme si esta noche le sube la tensión por comerse las fotos de delincuentes.

– ¡Cuánta maldad! -ironizó Mia al oír que la enfermera reía a sus espaldas.

Con un nudo en el estómago, la detective se dirigió lentamente a la habitación de Abe. Se detuvo ante la puerta y estuvo a punto de darse la vuelta pero, como había dado su palabra, llamó.

– Váyase. No quiero más gelatina, puré de manzana o lo que sea -repuso Abe con tono quejumbroso y, pese a no tenerlas todas consigo, Mia sonrió.

– ¿Qué opinas de esto? -preguntó y le mostró la bolsa al tiempo que entraba.

Abe estaba sentado en la cama y veía el partido por televisión. Le quitó el volumen al televisor y se volvió hacia su compañera con una mirada cautelosa que borró la sonrisa de los labios de Mia.

– Depende. ¿Qué traes? -Abe miró el contenido de la bolsa e irguió la cabeza con expresión inescrutable-. Puedes quedarte.

Incómoda, Mia se metió las manos en los bolsillos y escrutó el rostro del detective. Estaba más delgado y pálido. El corazón de Mia pareció detenerse cuando la invadió una nueva oleada de culpa. Abe no dijo nada y se limitó a observarla con actitud expectante. Mia se llenó la boca de aire y lo expulsó antes de decir:

– Lo lamento.

– ¿Qué lamentas? -preguntó Abe sin inmutarse.

Mia desvió la mirada.

– Todo. Lamento que te disparasen y no haber venido a visitarte. -Se encogió de hombros-. Lamento que te pinchen con una aguja enorme en el caso de que te comas lo que hay en la bolsa.

Abe masculló algo ininteligible.

– Cháchara de enfermeras. No me dan miedo. Siéntate.

Aunque hizo caso, Mia fue incapaz de mirarlo a los ojos. Aguantó el silencio tanto como pudo antes de espetar:

– Dime… ¿Dónde está Kristen?

– En casa, con Kara. -Kara era la hija que Abe trataba como el precioso tesoro que realmente era-. Por favor, Mia, mírame.

Los ojos azules de Abe no revelaron ira, sino pesar al comprobar que Mitchell no sabía si sería capaz de soportarlo. La detective se puso de pie, pero su compañero la sujetó del brazo.

– Mia, haz el favor de sentarte. -Abe aguardó a que tomase asiento y lanzó una maldición en voz baja-. ¿Se te ha ocurrido pensar, aunque solo sea por un instante, que te responsabilizo de lo ocurrido?

Mitchell lo miró a los ojos.

– Supuse que lo habías hecho, aunque sabía que no me culparías.

– Mia, no tenía la certeza de que estabas bien… -Tragó saliva con dificultad-. Me figuré que habías decidido perseguirlos y yo no estaba para cubrirte las espaldas -se sinceró con un tono grave.

La detective rio con pesar.

– Los perseguí, pero no los encontré.

– Te ruego que no vuelvas a hacer lo mismo.

– ¿A qué te refieres? ¿A permitir que te disparen?

– También a eso -replicó Abe secamente-. Kristen dice que esta mañana te ha soltado una buena.

– Espero no tener que enfrentarme con ella en un tribunal. Me sentí como una mierda.

– Habrías sido lo peor de este mundo si Kristen no se hubiese compadecido. Le dijiste que aquella noche no prestabas atención. ¿Por qué? -Abe impidió que Mitchell se explicase-. No digas nada. Hace demasiado que somos compañeros y sabía que algo te preocupaba.

Mia exhaló un suspiro.

– Supongo que mi padre, el funeral… Me derrumbé.

Abe entornó los ojos porque no creyó ni una sola palabra. Mia pensó que ya sabía que no se lo tragaría.

– ¿Es tan malo que no puedes decírmelo?

Mitchell cerró los ojos y vio la lápida contigua a la de su padre y los ojos de la desconocida, que se cruzaron con los suyos.

– Si te digo que sí, ¿te ofenderás?

Abe titubeó unos segundos e inquirió en un tono bajo:

– Mia, ¿tienes problemas?

La detective abrió los ojos de par en par y reparó en la expresión preocupada de su compañero.

– No, los tiros no van por ahí.

– ¿Estás enferma? -Abe hizo una mueca-. ¿Te has quedado preñada?

– No y no.

Abe dejó escapar un suspiro de alivio.

– Tampoco tiene que ver con un hombre porque hace tiempo que no sales con nadie.

– Gracias -repuso Mia con ironía y Abe sonrió-. Casi lo había olvidado.

– Solo pretendía ayudarte. -La sonrisa de Abe se esfumó-. Si necesitas hablar, ven a verme, ¿de acuerdo?

– De acuerdo. -Mia se alegró de cambiar de tema-. Tengo novedades. ¿Te acuerdas de Getts y DuPree?

– Vagamente -respondió y su tono se volvió árido.

– Al parecer, heriste a DuPree antes de que Getts te disparara.

Abe entrecerró los ojos y se centró en el tema.

– Me alegro. Espero que al cabrón le duela hasta el alma.

– DuPree está todavía peor. -Más que sonreír, Mia se limitó a mostrar los dientes-. Hoy lo he detenido. Joanna Carmichael me dijo dónde estaba. -Abe abrió desmesuradamente los ojos y Mia asintió muy a su pesar-. Yo también me he llevado una soberana sorpresa. Supongo que tanto sigilo por su parte por fin da resultados. Lo lamentable es que Getts escapó.

– ¡Maldito sea! -espetó Abe con suavidad.

– Lo lamento.

– Mia, deja de decir tonterías. A ti también te disparó y ahora sabe que conoces el sitio en el que suele estar. Por si eso fuera poco, has detenido a su compinche. Getts desaparecerá una temporada o plantará cara.

– Me la juego a que se esconderá.

– Hasta que te pille por sorpresa. No les vi las caras, pero tú sí. Eres la única que puede identificar a Getts. Los buscábamos por asesinato y ahora se trata del intento de asesinato de un policía. ¿Crees que querrá verte vivita y coleando?

Mia ya lo había pensado.

– Tendré mucho cuidado.

– Dile a Spinnelli que, hasta mi regreso, te asigne un compañero que te cubra las espaldas.

– Ya lo tengo… al menos de forma provisional -se apresuró a añadir Mitchell al ver que Abe enarcaba sus oscuras cejas.

– ¿De verdad? ¿Quién es?

– Me han asignado a la OFI por un caso de incendio provocado con homicidio. Se llama Reed Solliday.

Abe se inclinó.

– ¿Y qué más? ¿Es joven o viejo? ¿Es novato o experimentado?

– Posee bastante experiencia y pocos años más que tú, los suficientes como para tener una hija de catorce años. -Mia se estremeció de forma exagerada-. Lleva los zapatos demasiado brillantes.

– Deberían azotarlo.

Mitchell rio entre dientes.

– Al principio me resultó desagradable, pero creo que es un buen tipo.

Abe abrió la bolsa y Mia supo que estaba todo perdonado.

– ¿Quieres? -preguntó el detective.

– Me he comido mi ración cuando venía para el hospital. Si la enfermera pregunta algo, la bolsa contiene fotos de delincuentes.

Abe miró furtivamente en dirección a la puerta e inquirió:

– ¿La oyes?

Mia disimuló la sonrisa.

– Me parecía que no le tenías miedo a las enfermeras ni a su cháchara.

– Te he mentido. La enfermera de noche es el anticristo. -Abe cogió un trozo de baklava y se recostó en la almohada-. Háblame del incendio provocado y no te saltes ni una coma.