– Buenos días, profesora -saludó Jeff arrastrando las palabras-. Parece que la pandilla está al completo.
En lugar de bajar la mirada, Brooke lo desafió en silencio hasta que los ojos del chico se clavaron en sus pechos. «Que Dios nos ayude cuando salga». Era una frase corriente que todos los profesores repetían. Recordó lo que Devin había dicho la víspera: Jeff volvería a cometer un delito y estaría nuevamente entre rejas un mes después de dejar el centro.
Brooke no quería ser la víctima de ese delito.
– Abrid los libros -dijo-. Hoy hablaremos del capítulo tres.
Capítulo 8
Martes, 28 de noviembre, 9:45 horas
Reed se alegró de lavarse las manos. Salió del lavabo de hombres del establecimiento de comida preparada sin dejar de mirarse los zapatos con el ceño fruncido. Tendría que habérselos cambiado antes de entrar en la casa; para eso llevaba varios pares en la parte trasera del vehículo.
Cubierto de barro y de otras cosas que era mejor no identificar, el condenado gato se encontraba en una caja que Mitchell había apoyado en su regazo. Desde donde estaba, Reed la vio en el todoterreno, con los codos sobre la caja mientras, concentrada, hablaba por teléfono. Mia esperaba la conexión con Servicios Sociales para pedir información de los familiares de Penny Hill cuando él entró en el servicio a lavarse las manos. La expresión de la detective había cambiado, se había suavizado y se mostraba compungida. Le estaba comunicando los hechos al hijo de la señora Hill, que se encontraba a quinientos kilómetros. Su expresión era la misma que había puesto al informar personalmente a los Burnette.
La familia de Penny Hill no era, simplemente, un apunte más en la libreta de Mia Mitchell. Insistió en usar el nombre en vez de referirse a «la víctima». Mia se preocupaba por los demás. Esa actitud le encantó al teniente.
Solliday bostezó abriendo mucho la boca. Había pasado la noche en vela y le aguardaba una tarde dedicada a leer la letra pequeña de los expedientes. Se dirigió a la caja con dos vasos de café y se quedó de piedra al ver el fajo de periódicos que había a sus pies.
– ¿Es todo? -preguntó el cajero.
Reed levantó la cabeza y volvió a mirar el diario.
– Sí, los cafés y el periódico. Gracias.
Cuando salió de la tienda, Mia había terminado de hablar por teléfono y miraba hacia delante. Golpeó la ventanilla de su lado y la detective reaccionó con rapidez y la abrió para coger los cafés.
– ¿Qué es eso? -preguntó Mia sin levantar la vista del diario.
– Ha sido tu amiga Carmichael. Anoche te siguió.
– ¡Maldita sea! -exclamó Mitchell al tiempo que examinaba la página-. No es la primera vez que me sigue hasta el escenario de un crimen. Es como si tuviera un radar. Me gustaría saber cuándo duerme.
– Pues a mí me gustaría saber dónde se ocultó. Examiné a los congregados, por lo que tendría que haberla visto.
– Parece capaz de esfumarse. Probablemente se escondió cuando nos vio.
Reed puso el motor en marcha.
– ¿Cómo se las apañó para publicarlo en la edición matutina?
Mia sonrió con ironía.
– El Bulletin se imprime a la una de la madrugada.
– ¿Lo sabes por experiencia?
Mitchell se encogió de hombros.
– Ya te he dicho que no es la primera vez. Ha colocado un par de artículos importantes en primera plana. El incendio se comenta en la parte superior y a continuación figura que ayer detuve a DuPree. -Dejó escapar un siseo-. La muy desgraciada ha mencionado a Penny Hill.
Solliday ya lo había visto.
– ¿Has logrado informar a la familia antes de que se enterase por otros medios?
La detective se apenó a medida que leía.
– Al hijo sí, pero no he podido dar con la hija.
– Dice que las autoridades estaban ocupadas y no hicieron declaraciones.
– Lo que significa que me llamó al despacho mientras me encontraba en el escenario. Esa mujer es de lo que no hay. -Mia suspiró-. Los vecinos han hablado a pesar de que les pedí que guardasen silencio.
– A algunas personas les gusta ver su nombre en letras de molde.
– Espero que seas una de ellas, ya que figuras en el artículo. -La detective usó la caja como bandeja y le añadió crema al café-. Gato, quédate quieto -murmuró cuando la caja se movió-. Solliday, aquí dice que te han condecorado. ¡Qué interesante!
– Solo tengo unas pocas menciones, como tú. Iremos directamente al laboratorio para quitarnos el gato de encima.
Mitchell dio unos ligeros golpecitos a la caja.
– Pobre minino.
– ¡Sucio minino! -Reed se internó en medio del tráfico-. El gato apesta.
Mia rio.
– Hay que reconocer que posee cierto… aroma. ¿Qué pasa? ¿No te gustan los animales?
– Los limpios sí. Mi hija tiene un cachorro de perro que se embarra las patas y lo ensucia todo.
– Siempre he querido tener una mascota -reconoció Mitchell casi con nostalgia.
– Pues búscate un animal.
– Sentiría demasiada culpa. En cierta ocasión lo intenté con un pez de colores. Fue una especie de prueba y suspendí. Tuve un turno de treinta y seis horas y al volver a casa estaba tan cansada que me olvidé de alimentarlo. Fluffy * acabó flotando en la pecera.
A Reed no le quedó más alternativa que sonreír.
– ¿Has dicho Fluffy? ¿Le pusiste Fluffy a un pez?
– Yo no. Lo bautizaron los hijos adoptivos de mi amiga Dana. Fue un esfuerzo compartido. Como todos mis amigos tienen mascotas juego con ellas y así no le hago daño a nadie. -Mia bebió café y permaneció callada tanto rato que Reed se volvió para mirarla. La detective irguió inmediatamente la espalda, como si se hubiese percatado de que divagaba-. El hijo de Penny Hill ha dicho que vendrá a recoger los restos de su madre. Llegará mañana por la mañana.
– ¿Qué pasa con la hija de Hill? Según el vecino, vive en Milwaukee.
– El hijo dice que su hermana se divorció hace poco y regresó a Chicago.
– ¿Tienes sus señas?
– Sí, vive más o menos a media hora de aquí.
– En ese caso, dejaremos a Percy e iremos a visitarla.
Mitchell dejó escapar un suspiro.
– Solo espero que no lea el Bulletin.
Martes, 28 de noviembre, 12:10 horas
Manny Rodríguez miró a un lado y a otro antes de tirar el periódico en el cubo de basura que estaba en la puerta de la cafetería. Situado detrás de Brooke, Julian maldijo con voz baja y reconoció:
– Tenías razón.
– Lo he visto con el diario al final de la primera clase. ¿Quieres que lo recuperemos?
Julian levantó la tapa del cubo.
– Hoy es el Bulletin y ayer fue el Trib.
– Ambos están en recepción -afirmó Brooke.
– Lo que ha cortado es noticia de primera página. Vete a comer mientras yo averiguo qué leía el señor Rodríguez. Tal vez no es más que un artículo de deporte.
– ¿Hablas en serio?
Julian negó con la cabeza.
– No. ¿Has tenido algún problema con él durante la clase?
– No. A decir verdad, ha estado muy tranquilo. Ni siquiera ha abierto la boca cuando nos hemos referido a la hoguera de señales del libro. Se ha comportado como si algo le preocupase.
– Hablaré con Manny. Gracias, Brooke. Agradezco sinceramente la ayuda que me prestas.