Brooke frunció el ceño y observó a Julian mientras se alejaba. No parecía muy preocupado por lo que sucedía. «Quizá se debe a que todavía soy novata o a que hago una montaña de un grano de arena», se dijo, aunque no estaba nada convencida de que así fuera. Se preguntó qué más coleccionaba Manny y si Julian ordenaría el registro de la habitación del menor. Si no lo pedía, debería hacerlo. Brooke se dijo que ella lo haría.
– Brooke, ¿te pasa algo? -preguntó Devin nada más salir de la cafetería.
– Estoy preocupada por Manny. Recorta artículos de periódicos sobre incendios provocados.
Devin arrugó el entrecejo.
– No me gusta. ¿Se lo has dicho a Julian?
– Sí, pero no está muy preocupado. ¿Qué hay que hacer para que registren la habitación de un interno?
– Basta con una preocupación válida y yo diría que la tienes. Brooke, habla con el encargado de seguridad. Sin duda querrá estar al tanto de algo así.
Brooke pensó en Bart Secrest, el austero jefe de seguridad que la ponía nerviosa.
– Julian pensará que intento pisarle el terreno.
– Lo entenderá. Avísame si quieres que más tarde te acompañe a hablar con Bart. Sé que impone, pero en el fondo es un pastelillo de nata.
– Un pastelillo de nata… -Brooke meneó la cabeza-. Querrás decir de nata agria.
Devin esbozó una sonrisa.
– Habla con Bart y recuerda que, perro ladrador, poco mordedor.
Martes, 28 de noviembre, 12:30 horas
El equipo de Jack estaba en casa de Penny Hill cuando Mitchell y Solliday se presentaron. Jack la recibió con cara de pocos amigos en lugar de dedicarle su sonrisa habitual.
– Mia, muchísimas gracias.
La detective parpadeó.
– ¿Qué te pasa?
– ¿En qué estabas pensando cuando dejaste un maldito gato en el laboratorio?
Mia tuvo que hacer un esfuerzo para disimular la sonrisa.
– Jack, es una prueba.
La mala cara de Jack se agudizó.
– ¿Alguna vez has intentado bañar a un gato?
– Pues no -repuso Mitchell alegremente-. Las mascotas no se me dan bien.
A sus espaldas, Solliday rio entre dientes.
– Basta con preguntarle a Fluffy, el pez de colores.
Jack puso los ojos en blanco.
– La próxima vez que se te ocurra dejar un animal vivo, haz el favor de avisar, ¿de acuerdo? -El especialista hizo señas de que lo siguieran-. Tapaos los pies. Creo que hemos encontrado algo.
La CSU había cuadriculado la cocina y Ben seleccionaba los escombros cercanos a los fogones. Ben levantó la cabeza y vieron que el sudor trazaba líneas a lo largo de la suciedad que le cubría la cara.
– Hola, Reed. Hola, detective.
– Hola, Ben. -Solliday miró a su alrededor con cara de preocupación-. ¿Qué habéis encontrado?
– Fragmentos de huevo, como en la otra casa. Los he enviado al laboratorio con la intención de que encuentren una pieza lo bastante grande como para extraer huellas. También está lo del suelo. Jack, muéstraselo.
Jack se detuvo junto al sitio donde habían encontrado el cadáver de Hill. Pasó un dedo enguantado por el suelo y les mostró un polvo muy fino, de color marrón oscuro.
Mia detectó instantáneamente el cambio que Solliday experimentó cuando cogió la mano de Jack y acercó el dedo a la luz.
– Es sangre -afirmó y miró a Mia-. Mejor dicho, lo era. Las proteínas comienzan a degradarse al alcanzar temperaturas tan altas como las de este incendio. Anoche estaba demasiado oscuro para verla.
– Había mucha sangre -añadió Jack-, tanta que se filtró por las juntas del linóleo.
Mitchell clavó la vista en el suelo e imaginó el cuerpo de Hill tal como lo habían encontrado, enroscado en posición fetal y con las muñecas todavía atadas.
– Entonces, ¿también le disparó?
Jack se encogió de hombros.
– Barrington te lo dirá a ciencia cierta.
– ¿Habéis encontrado huellas en la sangre? -quiso saber la detective.
– No. -Jack se incorporó-. No hemos encontrado ni una sola huella. El autor probablemente usó guantes, pero… -El especialista en escenarios de crímenes los condujo hasta la puerta principal de la casa-. Mirad.
En el pomo de la puerta había una mancha marrón.
– Salió por aquí con las manos ensangrentadas -concluyó Solliday-. Tiene coherencia con el relato del vecino, que oyó chirridos de neumáticos y luego vio el coche de Hill, que salió disparado calle abajo.
Jack agitó el aire por encima de la pilastra de la barandilla de la escalera.
– Ahora mirad aquí.
Mia se acercó a la escalera, miró a Solliday y comentó:
– Pelo castaño atrapado en el grano de la madera. Aquí se pelearon.
– Igual que con Caitlin -murmuró Solliday.
– Tomaremos una muestra para analizarla en el laboratorio -aseguró Jack-. El cabello castaño presenta raíces canosas, lo que me lleva a pensar que no es del asesino, sino de la víctima. Lo siento.
– No creo que Penny Hill fuera lo bastante fuerte como para golpear la cabeza del asesino contra la pilastra de la barandilla -coincidió Mia mientras abría la puerta y estudiaba el porche bordeado de árboles. Aunque estaban muy quemados, los vecinos le habían contado que los árboles se veían llenos de hojas y frondosos-. ¿No habéis encontrado pruebas de que forzasen la puerta trasera?
– Nada de nada -confirmó Jack.
– Las pautas de carbonización indican que la puerta trasera permaneció cerrada durante el incendio -apostilló Solliday.
– En ese caso, el asesino probablemente entró por la puerta principal. No tuvo problemas para esconderse entre los árboles y esperar a que la mujer volviese a casa. Era tarde y Penny Hill estaría cansada. Esta mañana he hablado con su supervisor cuando he telefoneado para que me diesen el número de contacto de sus familiares. Me ha explicado que la señora Hill había bebido demasiado ponche durante la fiesta de despedida. La primera vez que he llamado el supervisor pensaba que era para comunicar que la habían detenido por conducir bajo los efectos del alcohol.
– Por consiguiente, apenas se tenía en pie -concluyó Jack-. El asesino espera a que la mujer abra la puerta, la empuja, la obliga a entrar y la golpea contra la pilastra.
– Sorprendió a Caitlin en el interior de la casa y a Penny la esperó fuera, en medio del frío. ¿Por qué no forzó la entrada? -Mia miró la pared de arriba abajo-. No veo el teclado de la alarma.
– Porque no lo hay -explicó Solliday-. No está aquí ni junto a la puerta trasera.
– No tiene sentido -insistió Mia con gesto de contrariedad-. La espera en el exterior de la casa, a cinco grados bajo cero; entra dándole un empujón, la domina, la obliga a dirigirse a la cocina, le dispara, incendia la casa y roba su coche.
– ¿Ya lo hemos encontrado? -quiso saber Jack.
– Todavía no. -Mia paseó la mirada por el vestíbulo-. ¿Habéis examinado esta zona?
– Dos veces -contestó Jack secamente-. Los escombros van de camino al laboratorio.
Mitchell no se dio por enterada del tono empleado por el especialista.
– ¿Encontrasteis una bolsa con regalos o un maletín?
– Ni una ni otro.
– Según el supervisor, abandonó la fiesta a las veintitrés quince con una bolsa de regalos y su maletín. Supuso que en el maletín hallaríamos su agenda.
– Era tarde -intervino Solliday-. Tal vez dejó la bolsa con los regalos en el coche.
– Es posible. -Mia respiró hondo-. Me encantaría ver su agenda.
Jack esbozó una mueca comprensiva e inquirió:
– ¿Cabe la posibilidad de que tuviera GPS en el coche?
– No. Su coche tiene diez años y, según su hijo, los chismes tecnológicos no le interesaban. -Mia soltó el aire retenido-. Sigo preguntándome por qué la esperó aquí. ¿Por qué no forzó la entrada por la puerta trasera, como hizo en casa de los Dougherty? No es que Penny Hill tuviera un gran… ¡Mierda! Un momento. -Se dirigió rápidamente a la cocina, atravesó la cuadrícula con gran cuidado y se acercó a los armarios, que se habían desplomado junto con la encimera. El suelo estaba cubierto de fragmentos de vidrio y de cerámica-. Ben, ¿ya has examinado este material?