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La sonrisa de la subdirectora fue pesarosa.

– ¡Qué suerte!

El individuo le permitió teclear treinta segundos más antes de comentar:

– Las calles están muy resbaladizas, así que tenga cuidado cuando conduzca hasta su casa. Se prevé que habrá más nieve.

– Se lo agradezco, pero no iré pronto a casa. Pasaré toda la noche aquí.

El individuo hizo una mueca.

– ¿Ha dicho toda la noche? ¡Caray!

«¿Toda la noche? ¡Maldición!» Necesitaba la tarjeta para abrir las puertas.

La mujer se encogió de hombros y siguió tecleando a toda pastilla.

– Hay dos empleados con gripe, por lo que haré doble turno. No salgo hasta mañana a las siete. -La subdirectora terminó de teclear, lo miró y le dedicó su plena atención-. ¡Vaya, qué flores tan bonitas!

No podía ser de otra manera: le habían costado cincuenta dólares.

– Son para… -Sacó un papel del bolsillo-. Para Dougherty. ¿Puede confirmar si estoy en el sitio correcto?

– Lo está -replicó-. Los Dougherty se hospedan aquí.

– ¿Las entregarán esta misma noche?

– Las entregaré personalmente en cuanto pueda escaparme un momento de la recepción.

Martes, 28 de noviembre, 20:15 horas

Al cabo de doce años, Mia ya tendría que haberse acostumbrado a ver a su hermana menor caminar por la zona de visitas ataviada con el uniforme carcelario. Kelsey se dejó caer en la silla y esperó.

La detective cogió el auricular situado junto al plexiglás y, tras unos instantes de vacilación, Kelsey hizo lo mismo.

– Ya está enterrado -afirmó Mia y Kelsey esbozó una sonrisa.

– Es lo que esperaba. Ojalá se pudra.

Mia también sonrió, aunque con pesar.

– Me habría gustado que asistieras.

– Dana te acompañó.

– Sí, acudió y se lo agradezco, pero es a ti a quien necesitaba.

Kelsey parpadeó.

– Habría ido por ti, jamás por él.

La detective lo consideró comprensible.

– Eme, ¿qué haces aquí?

Jamás le decía «Mia» sino, simplemente, «Eme». Kelsey intentaba guardar las distancias por si alguna reclusa reconocía a Mia como agente de policía. Por suerte no se parecían. Kelsey era clavada a su madre y Mia, la imagen de Bobby Mitchell. En su juventud Bobby había sido un rubio encantador que parpadeaba y abría desmesuradamente los ojos azules para parecer sincero cuando la ocasión lo requería. Mia siempre había sospechado que era mujeriego y ahora lo sabía con certeza.

– Ha ocurrido algo y tienes que saberlo. El día del funeral de Bobby fui al cementerio y… -Mitchell evocó mentalmente la pequeña lápida. Se había llevado una sorpresa mayúscula: otra traición que añadir a las precedentes-. La parcela contigua está ocupada.

Kelsey echó la cabeza hacia atrás y entornó los ojos.

– Por el bueno de Liam.

Mia se quedó boquiabierta y finalmente recuperó la voz para preguntar:

– ¿Lo sabías?

Kelsey enarcó las cejas y su mirada fue fría.

– ¿No estabas enterada? Qué interesante.

– ¿Cómo lo supiste?

– Cierta vez buscaba dinero en su armario y encontré una caja con una foto. Era de un crío encantador, sentado en nuestra mecedora. Supongo que se trataba del «auténtico heredero» del reino.

Mia estaba apabullada.

– Yo encontré la caja cuando fui a recoger uno de sus trajes para llevarlo a la funeraria. No la abrí hasta que volví a casa después del entierro. Cuando fui al cementerio vi el nombre de Liam en la parcela contigua a la de Bobby. Hasta entonces ni siquiera sabía que Liam existía.

En la lápida decía: Liam Charles Mitchell, querido hijo.

Una sombra oscureció el rostro de Kelsey.

– Lo lamento. Habría preferido que te enterases por otra vía. Francamente, pensaba que lo sabías. ¿Qué hizo ella?

«Ella» era su madre.

– ¿Qué hizo en el cementerio? Se aisló. -Después le dio por hablar. Mia no había tenido paciencia con su madre. Pasaría mucho tiempo antes de que volviesen a hablar con cordialidad. Mia pensó que la situación debería preocuparle más de lo que realmente le inquietaba-. Nació cuando yo tenía diez meses y murió un año después. He visto la partida de nacimiento de Liam, donde dice que su madre se llama Bridget Condon.

– Ya lo sé.

Mia se sorprendió.

– ¿Te lo contó Bobby?

Kelsey se encogió de hombros.

– Un día esperé a que se emborrachara y se lo pregunté.

Mia cerró los ojos.

– ¿Cuándo?

– Poco antes de las navidades, cuando yo tenía trece años.

Mia se acordó.

– Tuvieron que darte seis puntos en el labio.

– En el hospital ella dijo que me había caído del monopatín.

Era la forma de actuar de su madre. Hacía juegos malabares tanto en las urgencias como con las mentiras, lo que hiciera falta con tal de mantener el secreto.

– ¡Mierda, Kelsey!

– Es pasado, Eme. Ahora él está en su infierno particular.

– Le dio su apellido al niño. -Hacía tres semanas que ese tema afectaba a Mia.

– Se había ido a vivir con Bridget y pensaba casarse con la madre de su hijo.

– Quería dejarnos porque Bridget había tenido un varón y Annabelle no.

– Pero regresó después de la muerte del pequeño.

– Así es. Lo sé porque Annabelle me lo contó. -Su madre se lo explicó después de que Mia le hubiese plantado cara una vez celebrado el funeral-. Annabelle lo acogió.

– Y nueve meses después nací yo, otra niña.

– Rechazó a dos hijas porque no tenían polla. -Mitchell apretó los dientes para contener la cólera-. Y pensar en todos los años durante los cuales intenté satisfacerlo y aplacarlo. -Mia suspiró-. ¿Qué sabes de la otra hija?

Kelsey parpadeó.

– No sé de qué hablas.

Mia también agitó las pestañas.

– En el cementerio… en el cementerio vi a una mujer. Se parece a mí, aunque es un poco más joven. Tiene mis ojos. -«Y los de Bobby», se dijo la detective-. Fue muy extraño.

Era evidente que Kelsey estaba desconcertada.

– No lo sabía. Eme, en ese tema no puedo ayudarte.

– De todos modos, te agradezco que me creas. Sé que parece un disparate.

– Jamás me has mentido. -Kelsey se apoyó en el respaldo de la silla y recapacitó-. Por lo tanto, somos tres engendros bastardos que no han salido varones.

– Que sepamos, tal vez hay más. Vete a saber cuántas veces intentó tener un varón.

Kelsey rio divertida.

– Por lo visto, Bobby disparó principalmente X. No produjo pequeñas Y que engendrasen pequeños Bobby.

Mia sonrió a pesar del lastre que cargaba sobre sus hombros.

– Por favor, no sabes cuánto te echo de menos.

Kelsey tragó saliva con dificultad.

– Calla, no me hagas… -Respiró hondo y miró subrepticiamente de un lado a otro-. Eme, no quiero hacerme ilusiones.

– Dentro de tres meses podrás volver a solicitar la libertad condicional.

– ¿Crees que no sé exactamente cuánto falta? No servirá de nada.

– Te prometo que allí estaré.

– Siempre has estado, has acudido a cada vista por la condicional y te lo agradezco. De todos modos, Shayla Kaufmann también asiste y su dolor tiene más peso que tus buenas palabras.

Mia apretó los puños.

– Kelsey, han pasado doce años.

– Su marido y su hijo siguen muertos.

– Tú no les disparaste. El vídeo de la tienda lo muestra claramente.

Kelsey había permanecido paralizada y la mano le temblaba tanto que estuvo a punto de soltar el arma. Su amigo Stone fue el autor de los disparos y por eso cumplía cadena perpetua sin posibilidad de solicitar la condicional. Kelsey había cooperado, lo que le permitió hacer un trato: de ocho a veinticinco años. En su momento, Mia se alegró de que la condena de Kelsey no fuese más dura. Doce años después, la detective conocía perfectamente la lentitud con la que el tiempo podía llegar a transcurrir.