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La expresión de Kelsey se mantuvo impasible, pero su mirada se oscureció a causa de un tormento que casi nunca manifestaba en presencia de su hermana.

– No disparé, pero me quedé quieta mientras Stone lo hacía. No hice nada por salvar a ese hombre y a su hijo. El último acto del padre consistió en proteger al niño con su cuerpo.

La hermana menor se quedó rígida y clavó la mirada en un punto situado por encima del hombro de Mia. La detective supo que ambas pensaban que era algo que su padre jamás habría hecho.

– Maldita sea, Kelsey. Eras joven, estabas asustada y te habías drogado.

– Era culpable y sigo siéndolo. -Le temblaron tanto los labios que los apretó.

Mia se mordió con fuerza un carrillo.

– Asistiré a la vista por la condicional.

Kelsey cerró los ojos durante unos segundos y al abrirlos su mirada se tornó fría y distante.

– Chica, me he enterado de que te pegaron un balazo.

Mia se dio cuenta de que el tema de la libertad condicional estaba cerrado.

– Así es, ocurrió hace dos semanas.

– ¿Cómo está tu compañero?

– ¿Te refieres a Abe? Sigue hospitalizado, pero se recuperará.

– No bajes la guardia. -Kelsey esbozó una ligera sonrisa-. Eres la única que viene a visitarme a la cárcel, por lo que no quiero que te pase nada.

Mia carraspeó.

– De acuerdo.

– Ay, antes de que se me olvide. Dile a Dana que gracias, pero que no, gracias.

– ¿De qué hablas?

– Me envió una postal desde la playa. Es la foto de una langosta enorme y horrible y decía que le habría gustado que yo estuviese allí para ayudarles a comérsela. Las langostas me parecen desagradables.

– Se lo diré. Tengo que irme. Me esperan unas cuantas horas de lectura después de ponerle los puntos sobre las íes a alguien.

Aunque enarcó las cejas con apacible interés, la mirada de Kelsey fue aguda cuando preguntó:

– ¿Brutalidad policial?

– No. Se trata de mi compañero provisional. Me ha seguido y espera en el aparcamiento. -La detective carraspeó-. Cree que no me he dado cuenta de que me seguía.

La mirada que Kelsey le dirigió a su hermana fue risueña.

– ¿Por qué te ha seguido?

– Porque… -Mia pensó en todas las actitudes amables que Reed Solliday había tenido con ella durante los dos últimos días: café, analgésicos, abrirle la puerta como si fuera… como si fuera una dama. Al parecer, Reed Solliday era un caballero de los de antes y un tío agradable que había jugado al fútbol, al que le gustaba la poesía y que parecía sentir el dolor de las víctimas tan agudamente como ella. Suspiró y prosiguió-: Está preocupado por mí. Por lo que ha dicho, alguien se empotró en el coche de su esposa porque estaba demasiado cansado para conducir.

– ¿Está casado? -Kelsey meneó la cabeza en actitud reprobadora-. Eme, Eme.

– Es viudo y tiene una hija. ¡No me mires con esa cara! -apostilló cuando Kelsey la observó significativamente-. No es más que un compañero provisional, hasta que Abe regrese.

– ¿Cómo es?

Era un hombre corpulento y fornido.

– Guarda cierto parecido con Satán -dijo Mia y se pasó el pulgar y el índice alrededor de la boca al tiempo que explicaba-: Lleva perilla.

– Suena a guapo. -Kelsey levantó una ceja-. ¿Satán es un ángel caído o una gárgola?

Inquieta, Mia se acomodó en la silla.

– Entra… entra bien por los ojos.

Kelsey asintió con la expresión cargada de curiosidad.

– ¿Y qué más?

«Es un hombre honrado y me cae bien». Mia respiró hondo. «¡Mierda!»

– Eso es todo.

Kelsey se puso de pie.

– De acuerdo, si prefieres plantearlo así tendré que esperar la próxima carta de Dana, en la que me contará la exclusiva de pe a pa.

Sin despedirse, Kelsey colgó y se alejó. Nunca decía adiós, se limitaba a despedirse.

Afligida, Mia permaneció sentada un minuto más en la sala de visita. Al final colgó el auricular y se dispuso a darle a Solliday su merecido.

Martes, 28 de noviembre, 20:30 horas

Cuando Tania salió de la recepción con las flores, el individuo pensó que ya estaba bien de esperar El habitáculo del coche que había robado era agradable y estaba caldeado, por lo que pegó más de una cabezada mientras aguardaba. Todas las puertas del motel daban al exterior, por lo que sabía que, tarde o temprano, Tania tendría que pasar por allí.

Condujo lentamente por el aparcamiento y no la perdió de vista. Al final la mujer se detuvo y llamó a una puerta, que apenas entreabrieron, lo que impidió que el individuo avistase el interior. No tenía la menor importancia. Cogió los prismáticos y enfocó habitación 129. «¡Allá vamos!»

Volvió a bostezar. Estaba agotado. Quería atrapar a la vieja Dougherty, pero le disgustaba estar tan cansado como para no disfrutar o, peor aún, como para cometer un error. Tonto era el que corría riesgos porque estaba fatigado. Además, necesitaba la tarjeta que abría puertas y Tania seguiría al pie del cañón hasta las siete de la mañana. Podía quitársela ahora mismo, pero alguien se percataría de su ausencia en la recepción, ya que, tras quitarle la tarjeta, la pequeña Tania y su boquita de piñón no irían a ninguna parte.

El individuo se dijo que disponía de tiempo. Al fin y al cabo, los Dougherty no tenían adónde ir. Por lo tanto, volvería a su casa, descansaría y regresaría a la mañana siguiente para cerciorarse de que la señorita Tania llegaba sana y salva a casa.

Martes, 28 de noviembre, 20:45 horas

Reed soñaba. Dentro del sueño sabía que estaba soñando, por lo cual era todavía mejor, ya que, incluso mientras soñaba, sabía que no se haría realidad. No se llevaría a Mia Mitchell a la cama. No le arrancaría la ropa. No besaría cada centímetro de su piel cremosa. Y, por descontado, no la penetraría con tanta intensidad como para empañar sus ojos azules.

Como nada de eso ocurriría, sabía que era mejor disfrutar del sueño mientras durase. ¡Vaya si lo disfrutaba! Gozaba tanto como ella. El cuerpo tenso de Mia se había arqueado y lo ceñía con sus músculos internos.

– ¡Por favor, Reed! -gemía la detective. No fueron los delicados susurros de Christine, sino una voz firme, lo bastante fuerte como para atravesar su placentero estupor-. ¡Reed!

Solliday despertó sobresaltado y dirigió la mirada a la ventanilla del todoterreno, cuyo cristal Mitchell aporreaba. Mia puso los ojos en blanco al verlo incorporarse con cara de sorpresa.

– Maldita sea, Solliday, pensaba que te habías desmayado por culpa del monóxido de carbono.

El teniente abrió la ventanilla, todavía aturdido a causa del sueño que había sido demasiado real como para sentirse cómodo. Estuvo a punto de estrecharla, ya que ahora sabía lo que sentiría al tener la cara de Mia entre sus manos. En realidad, no lo sabía… ni llegaría a saberlo.

– Creo que me he quedado dormido.

Mitchell parecía furiosa. ¿Por qué?

– ¿Qué haces aquí?

Reed se preguntó dónde estaba. Miró a su alrededor y reparó en la alambrada y en el puesto de seguridad de la cárcel. «Ah, claro». Recordó claramente la salida de la ciudad. Vaya con el seguimiento discreto. «¡Maldición!». Lo había pillado.

– Humm…

Se dio cuenta de que tenía la mente en blanco y el cuerpo absolutamente rígido.

Mia lo miró con expresión furibunda.

– ¿De verdad pensabas que no te había visto?

La circulación sanguínea retornó al cerebro de Solliday, por lo que se sintió más cómodo.

– Tal vez. Está bien, tienes razón, pensaba que no me habías visto. La he fastidiado, ¿no?

Mitchell suavizó su mala cara.

– Sí, pero tenías buenas intenciones. ¿Ha ido bien la cabezada?