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Jeremy negó con la cabeza.

– No. -Se mordió el labio-. Mi mamá también mintió.

Ajá.

– ¿Te refieres a cuando dijo que no lo había visto? Te estaba protegiendo.

– Tú también. -Jeremy se enderezó bruscamente-. Quiero vivir contigo.

Mia parpadeó. Abrió la boca. Negativas y razones de por qué no podía ser brotaron en su mente, pero se negaron a cruzar sus labios. Solo existía una respuesta para aquel niño que había pasado por tanto.

– Vale. -Ya encontraría la manera de hacer que ocurriera, aunque tuviera que remover cielo y tierra-. Pero te advierto que soy una cocinera pésima.

– No importa. -Jeremy se acurrucó a su lado con el mando de la tele en la mano-. He estado viendo programas de cocina. No parece tan difícil. Creo que podré cocinar para los dos.

Mia rio y lo besó en la coronilla.

– Bien.

Lunes, 11 de diciembre, 17:15 horas

Dana se había llevado a Jeremy y Mia volvía a estar sola. Tenía mucho en lo que pensar. Había ganado un gato, un novio y un niño y había perdido un riñón y su actividad profesional, todo en apenas dos semanas. Kates había muerto, a manos de Reed. Jeremy estaba vivo. Y también su madre. Habría sacrificado casi cualquier cosa por salvar a Jeremy, pero salvar a su madre le había supuesto sacrificar su profesión y eso le parecía un precio muy alto.

«Debí matar a Kates cuando tuve la oportunidad», pensó. Cuando Kates sostenía el cuchillo contra la garganta de su madre, tuvo la sensación de que era una desconocida. Había arriesgado su vida para salvar a su madre. Pero había arriesgado su vida por desconocidos muchas otras veces.

Había más probabilidades de que un desconocido le diera un riñón, por eso. Era difícil no estar resentida. «Viviré». Y en realidad eso era lo único que importaba. Aunque ya podía despedirse de su profesión a menos que encontraran un donante. Kelsey no era compatible, tampoco Dana, Reed, Murphy y los demás amigos que se habían ofrecido sin que nadie se lo pidiera. Por lo visto hasta Carmichael se había hecho las pruebas, pero no había habido suerte.

Olivia era una posibilidad que tenía presente en su mente, pero no era algo que se creyera con derecho a pedir. Eran dos extrañas. Tal vez algún día se hicieran amigas, y Mia quería que fuera por las razones correctas, no porque hubiera cultivado una relación con ella con la esperanza de suplicarle un riñón. Eso le parecía… deshonesto.

Así pues, se avecinaba para ella un cambio profesional. «¿Qué podría hacer?» Era una pregunta interesante y bastante aterradora, pero de momento no necesitaba pensar en eso. Se estaba dando el respiro que Spinnelli le había prometido. Aunque no precisamente en la playa, y su piel estaba adquiriendo el tono contrario a un bronceado. «Pero viviré».

– Hola. -Reed entró con un periódico en una mano y una bolsa de plástico en la otra-. ¿Cómo te encuentras?

– Me duele la cabeza, pero por lo demás bien. Te juro, Solliday, que si llevas una caja de condones en esa bolsa, será mejor que te busques a otra.

Reed se sentó en el borde de la cama y la besó dulcemente.

– Nunca pensé que echaría de menos tu delicada boca. -Le tendió el periódico-. Pensé que te gustaría ver esto. -El titular rezaba: Presentadora de informativos local acusada de extorsión. Firmado por Carmichael.

A Mia le temblaron los labios.

– Esto es mucho mejor que todos los calmantes que me obligas a tragar. -Leyó por encima y levantó la vista con una sonrisa-. La pobre Wheaton tendrá que emitir desde una celda. Nunca pensé que esa amenaza se haría realidad.

– Me has contado por qué ella te odiaba, pero nunca me has contado por qué la odiabas tú.

– Ahora me parece tan trivial… ¿Recuerdas que te conté que había discutido con Guy en aquel restaurante elegante y le devolví la sortija? Pues por lo visto alguien se lo sopló a Wheaton. En aquel entonces la habían degradado de noticias de primera plana a crónicas de sociedad porque ningún poli la dejaba acercarse a los escenarios de los crímenes. El caso es que Wheaton nos estaba esperando fuera del restaurante con una cámara. Me preguntó si era verdad que Guy y yo habíamos roto. Ni siquiera era un buen chisme. Solo lo hizo por resentimiento.

Mia suspiró.

– Y así fue como Bobby descubrió que se le habían acabado las entradas de hockey gratis. Se aseguró de comunicarme su descontento. En realidad no debería haberme importado. Supongo que era una razón estúpida para odiarla. -Sonrió-. Pero, de todos modos, me alegro de vaya a parar con sus huesos a la cárcel.

Reed rio y la besó de nuevo.

– Yo también. -Se trasladó a la silla-. Beth va a participar en otro concurso de poesía. Estoy invitado. Y tú también, si sales a tiempo.

Mia se puso seria.

– ¿Le pediste que te leyera «Casper»?

Algo vibró en los ojos oscuros de Reed, algo intenso y profundo.

– Sí, y luego le dije que la quería, tal como me aconsejaste.

– Tiene un don.

– Y que lo digas. No tenía ni idea de que se sintiera así. -Reed tragó saliva-. Pensar que creía que estaría dispuesto a cambiarla por su madre. Nunca fue mi intención herirla de ese modo.

– ¿Y qué piensas hacer al respecto?

Reed sonrió.

– He tenido una reunión con los contratistas para hablar de la casa. He aprobado los planos estructurales, pero voy a dejar que Beth y Lauren la decoren. Tú podrás opinar sobre mi dormitorio.

Mia enarcó las cejas.

– ¿No me digas?

– Vendrás a vivir con nosotros cuando salgas de aquí.

Lo dijo con una belicosidad impropia de él. Mia mantuvo las cejas en alto.

– ¿En serio?

– En serio. Al menos hasta que estés del todo bien. Después podrás irte, si quieres. ¿Tienes algo que decir al respecto, Mitchell?

Estaba nervioso. Era enternecedor.

– Vale. Pero ¿solo podré opinar?

Reed se relajó.

– No quiero rayas ni cuadros. Beth tiene buen ojo para esas cosas. Tú puedes opinar.

– Vale. -Entrelazaron sus manos-. Jeremy ha venido hoy a verme.

– Y habéis visto la tele -comentó con ironía Reed.

Mia rio.

– La historia del queso, creo. -Suspiró-. Reed, llevo días dándole vueltas a algo. -Contempló las manos de ambos-. No quiero que Jeremy crezca en un hogar de acogida, aunque sea un buen hogar como el de Dana.

– Quieres adoptarlo.

– Sí. Me preguntó si podía vivir conmigo cuando salga del hospital. Le dije que sí y haré lo que haga falta para cumplir mi promesa. Quería que lo supieras.

– Tenemos una habitación de más. Puede ocuparla. Pero no debe tener su propio televisor. Ese chiquillo ya ve suficiente tele.

Representaba tan poco esfuerzo para él acoger a un niño… Mia casi no podía hablar ante la generosidad y la facilidad con que Reed se estaba comprometiendo.

– Estamos hablando de un niño, Reed, de una persona. No quiero que tomes esta decisión a la ligera.

Reed la miró con gravedad.

– ¿Lo hiciste tú?

– No.

– Yo tampoco. -Solliday respiró hondo-. Yo también he estado dándole vueltas a algo. ¿Te acuerdas cuando te pregunté si creías en las almas gemelas?

El corazón de Mia se aceleró.

– Sí.

– Dijiste que creías que algunas personas las tenían.

– Y tú dijiste que cada persona solo podía tener una.

– No, dije que no lo sabía.

– Vale. Luego dijiste que no habías conocido a ninguna mujer que pudiera reemplazar a Christine.

– Y nunca la conoceré.

Mia parpadeó. No había esperado que la conversación fuera por esos derroteros.

– ¿Por qué me has pedido que viva en tu casa, Reed? Porque si es solo por compasión, no estoy interesada.

Reed contempló el techo con un suspiro de frustración.

– Qué mal se me da esto. Tampoco se me dio bien la primera vez. De hecho, fue Christine quien me propuso matrimonio.

Mia la miró boquiabierta.

– ¿No… no me estarás proponiendo matrimonio?

Reed le clavó esa sonrisa pícara que siempre conseguía seducirla.