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Fabel le aseguró que no era necesario, que él estaría bien y que su madre probablemente estaría de regreso en su casa en un par de días.

– No ha sido más que un disparo de advertencia -explicó.

Pero, después de colgar, Fabel se sintió de repente muy solo. Había comprado bocadillos abiertos ya cocidos pero se dio cuenta de que no podía enfrentarse a la idea de comer y los guardó en la nevera. Terminó el té y subió por la escalera hasta su antiguo dormitorio, bajo la amplia extensión de la empinada inclinación del techo. Arrojó el bolso y el abrigo en un rincón y se tumbó en la cama individual, pero sin encender la luz. Se quedó acostado en la oscuridad tratando de recordar la voz de su padre, muerto hacía ya largo tiempo, gritando desde la escalera para que Fabel y su hermano Lex se levantaran de la cama. Se dio cuenta de que sólo podía recordar la voz de su padre condensada en una sola palabra: traanköppe. Eso era lo que su padre gritaba por las mañanas: «dormilón» en frisón. Fabel suspiró en la oscuridad. Eso es lo que ocurría cuando uno llegaba a la mediana edad: las voces que en una época uno escuchaba to dos los días se desvanecían de la memoria hasta que sólo quedaban una o dos palabras.

Fabel levantó el móvil de la mesilla de noche y, sin encender la luz, buscó en la memoria del teléfono el número de la Cesa de Anna Wolff. Sonó varias veces y luego apareció el contestador. Decidió no dejar ningún mensaje y, siguiendo una corazonada, marcó el número directo de Anna en el Präsidium. I.1 voz generalmente animada de Anna estaba empequeñecida por el cansancio.

– Chef… No esperaba saber de ti… Tu madre…

– Se repondrá. Fue un infarto menor, o al menos eso dije-mu. He pasado la mayor parte de la tarde en el hospital. Regresaré luego. ¿Has avanzado algo con la identidad de la chica?

– No, chef, lo lamento. No. He recibido los resultados de mi búsqueda con la BKA. No hay ninguna persona desaparecida que encaje con la descripción. He ampliado los parámetros de búsqueda: tal vez ella fuera de otra parte de Alemania, o de otro lado. Nunca se sabe, con tanto tráfico de mujeres de Europa del Este.

Fabel lanzó un gruñido. El tráfico de mujeres jóvenes desde Rusia, los Balcanes y otros lugares en los bordes orientales de la riqueza de Occidente se había convertido en un serio problema para Hamburgo. Atraídas por toda clase de promesas, desde contratos como modelos hasta empleos domésticos, estas mujeres y chicas se convertían en virtuales esclavas y en la mitad de los casos terminaban vendidas a redes de prostitución. El nacimiento de un nuevo siglo había traído aparejado el renacimiento de un viejo maclass="underline" la esclavitud.

– Sigue en ello, Anna -le dijo, aunque sabía que no era necesario, por la misma razón por la que había deducido que la encontraría en el Präsidium. Una vez que Anna se concentraba en una tarea, era incansable-. ¿Algo más?

– El Kommissar Klatt ha venido esta tarde. Le expliqué que tu madre estaba enferma y que habías tenido que marcharte. Le hice un recorrido por el Präsidium y se lo presenté a todos. Parecía bastante impresionado. Fuera de eso, nada. Oh, espera, Holger Brauner ha llamado. Ha dicho que había preparado los exámenes de ADN y que se los llevará a Möller al Institut für Rechtsmedizin mañana por la mañana.

– Gracias, Anna. Os llamaré mañana y os haré saber cuáles serán mis probables movimientos.

– Entonces te sugiero que hables con Werner cuando llames. Está preocupado por ti. Por tu madre.

– Lo haré. -Fabel colgó, interrumpiendo el contacto con su nuevo mundo, y volvió a hundirse en la oscuridad y el silencio del viejo.

Cuando Fabel regresó a la Kreiskrankenhaus Norden, el doctor con el que había hablado antes ya había terminado su turno, pero la enfermera jefe estaba allí. Era una mujer de mediana edad con una cara redondeada, franca y honesta. Sonrió cuando Fabel se acercó y le informó de las novedades sin que él tuviera que preguntarle nada.

– Tu madre se encuentra bien -dijo-. Se durmió esta tarde después de que te fueras y le hicimos otro electrocardiograma. En realidad no hay nada de qué preocuparse si se lo toma con calma.

– ¿Hay probabilidades de que tenga otro ataque?

– Bueno, una vez que has sufrido el primero, las probabilidades del segundo son siempre más altas. Pero no, no necesariamente. Lo importante es que tu madre se levante y se mueva, y que mantenga un ritmo de actividad razonable en los próximos días. Yo diría que es posible que esté en condiciones de volver a su casa mañana por la tarde. O tal vez el día siguiente.

– Muchas gracias, enfermera -dijo Fabel, y se volvió hacia la habitación de su madre.

– No te acuerdas de mí, ¿verdad, Jan? -dijo la enfermera. El se dio la vuelta y vio que había algo tentativo y tímido en su sonrisa-. Soy Hilke. Hilke Tietjen.

Fabel necesitó uno o dos segundos para que ese nombre se registrara y destacara en medio de las pilas de otros que había en su memoria.

– Dios mío, Hilke. ¡Deben de haber pasado veinte años! ¿Cómo estás?

– En realidad casi veinticinco. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? He oído que eras Kommissar de la policía de Hamburgo.

– Erster Hauptkommissar ahora -dijo Fabel con una sonrisa. Recorrió esa cara redondeada de mediana edad en busca de Vestigios de las facciones más jóvenes, más delgadas y más bonitas que él siempre había relacionado con el nombre Hilke Tietjen. Allí estaban, en la estructura del rostro, como huellas arqueológicas cubiertas por los años y el peso ganado-. ¿Sigues viviendo en Norddeich?

– No. Vivo aquí, en Norden. Ahora me llamo Hilke Freericks. ¿Recuerdas a Dirk Freericks, de la escuela?

– Claro -mintió Fabel-. ¿Tenéis niños?

– Cuatro -rio ella-. Todos varones. ¿Y tú?

– Una hija, Gabi. -Fabel se sintió irritado consigo mismo cuando se dio cuenta de que no quería admitir que estaba divorciado. Sonrió con incomodidad.

– Ha sido un placer volver a verte, Jan -dijo Hilke-. Debes de estar ansioso por ver a tu madre.

– Ha sido bueno verte a ti también -dijo Fabel. La observó alejarse por el pasillo del hospital. Una mujer pequeña, de caderas anchas y mediana edad llamada Hilke Freericks quien, veinticuatro años antes, había sido Hilke Tietjen, delgada, con una rara bonita pecosa rodeada de un brillante cabello rubio rojizo y que había compartido momentos urgentes y jadeantes con Fabel entre las dunas de la costa de Norddeich. Para Fabel, en esos descarnados cambios provocados por el paso de casi un cuarto de siglo había un contraste intolerablemente deprimente y triste. Y esa sensación le produjo la misma urgencia de antes de alejarse lo más posible de Norddeich y de Norden.

La madre de Fabel estaba sentada en la silla junto a su cama, mirando Wetten, Dass…? en la televisión cuando él entró en la habitación. El aparato enmudeció y Thomas Gottschalk siguió sonriendo y charlando sin sonido. Ella sonrió ampliamente y apagó el televisor con el mando a distancia.

– Hola, hijo. Pareces cansado. -Su voz tenía una combinación casi cómica de acento británico y el duro dialecto frisón con que hablaba alemán con su hijo. Fabel se inclinó para besarle la mejilla. Ella le palmeó el brazo.

– Yo estoy bien, mutti. No es por mí por quien deberíamos preocuparnos. Pero parece que hay buenas noticias… La enfermera me ha dicho que tu electro salió normal y que podrías salir mañana por la tarde.

– ¿Has hablado con Hilke Freericks? Salisteis juntos en alguna ocasión, según recuerdo.

Fabel se sentó en el borde de la cama.

– Aquello fue hace mucho tiempo, mutti. Apenas la reconocí. -Mientras hablaba, el recuerdo de Hilke, de su largo pelo dorado y rojizo y su piel traslúcida bajo el luminoso sol de un verano lejano chocó con la imagen de la mujer anticuada y de mediana edad con quien había charlado en el pasillo-. Ha cambiado. -Hizo una pausa-. ¿ Yo también he cambiado tanto, mutti?