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La madre de Fabel se echó a reír.

– No me lo preguntes a mí. Tú y Lex seguís siendo mis bebés. Pero yo no me preocuparía por ello. Todos cambiamos.

– Es sólo que cuando regreso aquí siempre espero que todo siga igual.

– Eso es porque este lugar es un concepto para ti, un sitio en tu pasado, más que una realidad. Vuelves aquí para reenfocar detalles de tus recuerdos. Yo hacía exactamente lo mismo cada vez que volvía a Escocia. Pero las cosas cambian, los lugares cambian. El mundo avanza. -Ella sonrió, estiró el brazo y pasó la mano suavemente por los pelos de la sien de Fabel, peinándolo con los dedos de la misma manera que lo hacía cuando él era un niño a punto de salir hacia la escuela-. ¿ Cómo está Gabi? ¿Cuándo traerás a mí nieta para que me visite?

– Pronto, espero -dijo Fabel-. Le toca venir un fin de semana.

– ¿Y cómo se encuentra su madre? -Desde la separación, la madre de Fabel no se había referido ni una sola vez a su ex esposa, Renate, por su nombre. Y, cuando hablaba, él podía oír el hielo cristalizándose en la voz de su madre.

– No lo sé, mutti. No hablo mucho con ella, pero cuando lo hago no es muy agradable. En cualquier caso, no hablemos de Renate; eso no hace más que enfadarte.

– ¿Y qué hay de esa nueva novia que tienes? Bueno, ya no tan nueva. Hace bastante tiempo que salís… ¿Es algo serio?

– ¿Qué… Susanne? -Fabel pareció desconcertado durante un momento. No era tanto la pregunta lo que lo había cogido con la guardia baja, sino el repentino descubrimiento de que no conocía la respuesta. Se encogió de hombros-. Nos llevamos bien. Muy bien.

– Yo me llevo muy bien con Herr Heermans, el charcutero, pero eso no significa que tengamos futuro juntos.

Fabel se echó a reír.

– No lo sé, mutti. Es sólo el principio. De todas formas, cuéntame qué te ha dicho el doctor sobre lo que debes hacer cuando salgas de aquí…

Fabel y su madre pasaron las dos horas siguientes charlando despreocupadamente. En ese lapso, él la examinó con más detalle de lo que lo había hecho en mucho tiempo. ¿Cuándo había envejecido tanto? ¿Cuándo se le había puesto blanco el pelo, y por qué él no se había dado cuenta? Pensó en lo que su madre había dicho respecto de que Norddeich era un concepto para él; se dio cuenta de que ella también era un concepto, una constante que él jamás había esperado que se alterara, que envejeciera. Que muriera…

Cuando Fabel regresó a la casa de su madre ya eran más de las diez y media. Cogió una cerveza Jever de la nevera y salió al fresco de la noche. Caminó hasta el final del jardín, atravesó la verja y la hilera de árboles. Luego trepó por la empinada orilla llena de pasto del terraplén y, cuando llegó a lo más alto, se sentó, con los codos sobre las rodillas, llevándose cada tanto a los labios la botella de cerveza frisona con aroma a hierbas. Era una noche fresca y clara y el inmenso cielo frisón estaba tachonado de estrellas. Las dunas se extendían delante de él y, a mitad del horizonte, alcanzó a ver las luces resplandecientes del ferry nocturno de Norderney. Esa era otra constante; ese sitio donde se había sentado, por encima de la tierra llana que tenía detrás y del mar plano que tenía delante. Se había sentado mu-días veces en ese lugar, de niño, de joven y de hombre. Fabel respiró profundamente, tratando de alejar los pensamientos que lo acorralaban, pero éstos continuaron zumbando en su cabeza azarosa e implacablemente. La imagen de una Hilke Tietjen, desaparecida hacía ya mucho tiempo, en las dunas, chocaba con la imagen de la chica muerta en la playa de Blankenese; pensó en los cambios que se habían producido en su hogar en su ausencia y la forma en que la casa de Paula Ehlers se había congelado durante la suya. El ferry, el último de la noche, se acercó a la costa de Norddeich. Bebió otro sorbo de la Jever. Trató de recordar a Hilke Tietjen con el aspecto actual, pero se dio cuenta de que no podía hacerlo; la imagen de la Hilke adolescente era más fuerte. ¿Cómo podía alguien cambiar tanto? ¿Y acaso se equivocaba sobre la chica muerta? ¿Podría haber cambiado en un lapso tan breve?

– Me pareció que te encontraría aquí… -Fabel se sobresaltó ante el sonido de la voz. Se giró a medias y vio a su hermano Lex de pie detrás de él.

– ¡Por Dios, Lex, casi me matas del susto!

Lex se echó a reír y le dio a Fabel un fuerte empujón con la rodilla.

– Pasas demasiado tiempo con criminales, Jannik -dijo Lex, usando el diminutivo frisón del nombre de pila de Fabel-. Parecería que siempre piensas que alguno de ellos te sorprenderá por detrás. Tienes que relajarte. -Se sentó junto a su hermano. Había traído dos botellas más de Jever de la nevera y golpeó una contra el pecho de Fabel.

– No te esperaba hasta mañana -le dijo Fabel a su hermano con una cálida sonrisa.

– Lo sé, pero le pedí a mi asistente que me cubriera. Entre Hanna y el resto del personal se las arreglarán bien hasta que yo vuelva.

Fabel asintió. Lex tenía un restaurante y hotel en la isla de Sylt, en Frisia del Norte, cerca de la frontera con Dinamarca.

– ¿Cómo está mutti?

– Bien, Lex. En serio, bien. Es probable que salga mañana. Fue un ataque muy menor, según los médicos.

– Ya es demasiado tarde para visitarla esta noche. Iré mañana a primera hora.

Fabel miró a Lex. «Mayor en años pero más joven de co razón«era la frase con que solía describir a su hermano mayor. No se parecían en nada: Fabel era un típico alemán del norte, mientras que Lex parecía un retroceso a las raíces celtas de su madre. Era bastante más bajo que Fabel y tenía el pelo negro y tupido. Y había más diferencias además del aspecto. Fabel había envidiado muchas veces el buen humor, el estado de ánimo relajado y las incontenibles ganas de divertirse de su hermano mayor. Lex sonreía más rápidamente y más fácil que Fabel y su buen humor le había dejado marcas en el rostro, en especial alrededor de los ojos, que siempre parecían estar sonriendo.

– ¿Cómo se encuentran Hanna y los niños? -preguntó Fabel.

– Excelente. Bueno, ya sabes, el caos de siempre. Pero estamos todos bien y hemos tenido un buen año con el hotel. ¿Cuándo vas a traer a esa psicóloga sexy que tienes?

– Pronto, espero. Pero justo ahora tengo entre manos uno dificilísimo y sé que Susanne tiene mucho trabajo… Pero, con un poco de suerte, no pasará mucho tiempo más. Dios sabe lo bien que me vendría un descanso.

Lex bebió otro sorbo de cerveza. Se volvió hacia su hermano y le puso una mano en el hombro.

– Pareces cansado, Jan. Ha sido bastante duro lo de mutti, ¿verdad? Por mi parte, sé que no me sentiré tranquilo hasta mañana cuando la vea.

Fabel miró a su hermano a los ojos.

– Fue un gran susto, Lex. Me recordó a cuando recibí la llamada sobre papi. Es que en realidad nunca he pensado en una vida sin tener a mutti cerca.

– Lo sé. Pero al menos sabemos que no fue algo muy serio.

– Esta vez -dijo Fabel.

– La vida está llena de puentes que tenemos que cruzar cuando llegamos a ellos, Jan. Tú siempre te has preocupado de-ido. -Se echó a reír de pronto-. Siempre fuiste un chico muy serio.

– Y tú jamás fuiste serio, Lex. Y aún eres un crío -dijo Fabel, sin rastro de amargura.

– Pero no se trata tan sólo de mutti, ¿verdad? -preguntó Lex-. Estás verdaderamente tenso, puedo sentirlo. Más tenso de lo habitual, quiero decir.

Fabel se encogió de hombros. Las luces del ferry habían desaparecido detrás del cabo y las estrellas tenían la noche para ellas solas.

– Como ya te he dicho, Lex, estoy con un caso muy difícil.