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– Es una alegoría -explicó el autor, Gerhard Weiss-, un recurso literario. No hay, ni ha habido jamás, ninguna evidencia, o ni siquiera sugerencia, de que Jakob Grimm fuese pedófilo o asesino de ninguna clase. Mi libro Die Märchenstrasse es un relato imaginario. Escogí a Jakob Grimm porque él y su hermano se dedicaron a compilar y estudiar los relatos folklóricos alemanes, además de analizar los mecanismos del idioma alemán. Los hermanos Grimm comprendían como nadie el poder del mito y del folklore. Hoy tenemos miedo de que nuestros hijos jueguen fuera de nuestra vista. Vemos amenazas y peligros en todos los aspectos de la vida moderna. Vamos al cine para aterrorizarnos con mitos modernos y nos convencemos de que esos mitos son un reflejo de la vida y la sociedad de hoy. El hecho es que el peligro siempre ha estado presente. El asesino de niños, el violador, el homicida demente han sido elementos constantes en la experiencia humana. Lo único que ha cambiado es que cuando antes acostumbrábamos a asustarnos con los cuentos orales del lobo grande y malo o de la bruja malvada, del mal que se esconde en la oscuridad del bosque, en la actualidad nos horrorizamos con mitos cinematográficos como el asesino en serie de inteligencia superior, el acosador malévolo, el alienígena, el monstruo creado por la ciencia… Lo i mico que hemos hecho es reinventar al lobo grande y malo. No son más que alegorías modernas que representan terrores perennes…

– ¿Y eso le da a usted la justificación de manchar la reputación de un gran alemán? -preguntó el académico. Su tono era una mezcla de ira e incredulidad.

Una vez más, la voz del autor permaneció impasible. «Una calma perturbadora», pensó Fabel. Casi carente de emoción.

– Soy consciente de que he enfurecido a gran parte del establishment literario alemán, así como a los descendientes de Jakob Grimm, pero no he hecho más que cumplir con mi obligación como autor de fábulas modernas. Como tal, tengo la responsabilidad de continuar la tradición de asustar al lector con los peligros exteriores y la oscuridad interior.

La siguiente pregunta estuvo a cargo del presentador.

– Pero lo que más ha enfurecido a los descendientes de Jakob Grimm es la forma en que usted, aunque ha dejado claro que su retrato de Jakob Grimm como un asesino es totalmente ficticio, ha utilizado esta novela para promocionar su teoría de «ficción como verdad». ¿Qué significa eso? ¿Es ficticio o no?

– Como usted ha dicho -respondió Weiss en el mismo tono sereno y sin emoción- mi novela no se basa en hechos. Pero, como ocurre con tantas obras de ficción, no tengo ninguna duda de que las generaciones futuras probablemente crean que hay algo de verdad en ella. Un futuro menos educado y más perezoso recordará la ficción y la aceptará como si fuera verdad. Es un proceso que lleva siglos perfeccionándose. Fíjese en el retrato del rey escocés Macbeth hecho por Shakespeare. En la realidad, Macbeth fue un rey querido por sus súbditos, respetado y exitoso. Pero debido al deseo de Shakespeare de complacer al que por entonces era el monarca británico, Macbeth fue demonizado en una obra de ficción. Hoy en día Macbeth es una figura monumental, un icono de la ambición inescrupulosa, un hombre avaro, violento y sediento de sangre. Pero ésas son las características del personaje shakesperiano, no la realidad histórica de Macbeth. No pasamos simplemente de la historia a la leyenda y al mito: inventamos, elaboramos, falsificamos. El mito y la fábula pasan a ser la verdad perdurable.

El académico respondió desechando la teoría del autor y repitiendo su repudio a la forma en que la novela ponía en duda la reputación de Jakob Grimm, y el debate concluyó cuando se acabó el tiempo de emisión del programa. Fabel apagó la radio. Se dio cuenta de que estaba reflexionando sobre lo que había dicho el escritor. Que siempre habían existido los mismos males entre los hombres; que la violencia y las muertes crueles y azarosas siempre habían estado presentes. El monstruo enfermo que había estrangulado a la chica y había abandonado su cuerpo en la playa no era más que el último de un largo linaje de mentes psicóticas. Por supuesto que Fabel siempre había sabido que eso era cierto. Una vez había leído algo sobre Giles de Rais, el noble francés del siglo xvi cuyo poder absoluto sobre su feudo le permitió secuestrar, violar y asesinar a niños pequeños con impunidad durante muchos años; el recuento estimado de víctimas llegaba a varios centenares, aunque bien podrían haber sido miles. Pero Fabel también había tratado de convencerse a sí mismo de que el asesino en serie era un fenómeno moderno, el producto de un orden social en desintegración, de mentes enfermas forjadas por los malos tratos y alimentadas por la disponibilidad de pornografía violenta en la calle o en Internet. En esa creencia se escondía, de alguna manera, una débil esperanza: si nuestra sociedad moderna había creado esos monstruos, entonces nosotros mismos podríamos, tal vez, resolver el problema. Aceptar que era una constante fundamental de la condición humana equivalía casi a abandonar toda esperanza.

Fabel puso un CD en el reproductor. Cuando la voz de Herbert Groenemeyer llenó el coche, y mientras los kilómetros pasaban, Fabel trató de apartar sus pensamientos del mal perenne que acechaba en el bosque.

Lo primero que hizo Fabel cuando regresó a su oficina fue telefonear a su madre. Ella lo tranquilizó diciéndole que seguía sintiéndose bien y que Lex estaba ocupándose de ella y preparándole manjares deliciosos. Su voz en el teléfono pareció restablecer el equilibrio en el universo de Fabel. A la distancia de una línea telefónica, su peculiar acento y su timbre pertenecían,i una madre más joven. Una madre cuya presencia él siempre había considerado como una constante inmutable e inamovible de su vida. Después de colgar, llamó a Susanne, le contó que ya estaba de regreso, y quedaron en que ella iría a su apartamento después del trabajo.

Anna Wolff golpeó la puerta y entró. Su rostro parecía aún más pálido bajo la mata de pelo negro y en contraste con el oscuro delineador de los ojos. El lápiz labial demasiado rojo también parecía arder con furia contra la cansada palidez de su piel. Fabel le hizo el gesto de que tomara asiento.

– No tienes aspecto de haber dormido bastante -dijo.

– Tú tampoco, chef. ¿Cómo se encuentra tu madre?

Fabel sonrió.

– Está mejorando, gracias. Mi hermano se quedará con ella un par de días. Entiendo que la búsqueda de la identidad de la chica se te ha hecho cuesta arriba.

Anna asintió.

– He inferido, a partir de los resultados de la autopsia, que sufrió abandono y probablemente malos tratos cuando era más pequeña. Es posible que se fugara de su hogar hace muchos años y que viniera de algún otro lugar de Alemania, o incluso del extranjero. Pero sigo en ello. -Hizo una pausa, como si no estuviera segura cómo se tomaría Fabel lo que pensaba decir a continuación-. Espero que no te moleste, chef, pero también he estado revisando muy de cerca el caso de Paula Ehlers. Es sólo que mi instinto me dice que estamos buscando al mismo tipo para las dos chicas.