– Tal vez lo que estaba cargando era, sencillamente, demasiado peso -intervino Brauner-. Podría ser alguien que hubiera salido a dar un paseo en el bosque para quemar algunas calorías.
– En ese caso, es muy eficaz -respondió Hermann-, porque tenemos al menos dos grupos de huellas, unas que van y otras que vienen. Las que se dirigen hacia el aparcamiento no han dejado una marca igual de profunda. Y eso me hace pensar que esta persona trajo algo pesado hasta este punto, al menos una vez, y regresó hacia el aparcamiento sin trasladar nada de peso.
– Entonces ¿usted sugiere que la escena del crimen fue el aparcamiento? -preguntó Fabel.
– No, no necesariamente. Podría haberlos matado allí, pero hasta ahora no hemos encontrado ninguna evidencia forense que lo indique. Por eso he acordonado la mitad del aparcamiento que está más próxima al Wanderweg. Mi idea es que las víctimas fueron asesinadas en algún otro lugar y traídas hasta aquí en coche. O tal vez fueran asesinadas en un coche cuando aún estaba en el aparcamiento. Pero si las trajo hasta aquí, yo creería que ha aparcado su propio coche lo más cerca posible del sendero.
Fabel hizo un gesto de aprobación. Brauner lanzó una carcajada que parecía un ladrido y palmeó a Hermann con afecto en el hombro. Un gesto que Hermann no pareció apreciar demasiado.
– Estoy de acuerdo, Herr Kollege. Aunque tengo que decir que falta bastante hasta que identifiquemos estas huellas como pertenecientes a nuestro asesino. Pero ha hecho usted un muy buen trabajo. No muchos habrían pensado en preservar la escena del aparcamiento.
– ¿ El aparcamiento estaba vacío cuando se encontraron los cuerpos? -preguntó Fabel.
– Sí -dijo Hermann-. El único vehículo que había era el Opel azul del paseante que encontró los cuerpos hacia las 7:30 de esta mañana. Lo que me lleva a creer que el vehículo que era nuestro escenario del crimen o que se usó para transportar los cuerpos ha desaparecido hace un buen rato. Incluso es posible que fuera abandonado o incendiado en algún otro sitio para destruir las pruebas. -Señaló el Wanderweg en la dirección opuesta a la que habían tomado-. Este sendero lleva a otro aparcamiento, a unos tres kilómetros de aquí. Mandé un coche para verificarlo, por si acaso, pero no había nada.
De pronto Fabel se dio cuenta de que Maria había guardado silencio durante toda la conversación. Se había aproximado a los cuerpos y su mirada parecía atraída como por un imán por la mujer muerta. Fabel hizo un gesto a los otros, dijo «disculpen» y se acercó a ella.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó. Maria giró la cara repentinamente hacia él y lo contempló sin expresión alguna durante un momento, como si estuviera mareada. Su piel parecía tensa y tirante sobre la angulosa arquitectura de su cara, como la piel más blanca alrededor de los nudillos.
– ¿Qué? Oh… sí-Luego, con más determinación-: Sí. Estoy bien. No se me está despertando el estrés postraumático, si a eso te refieres.
– No, Maria, no me refería a eso. ¿Qué es lo que ves?
– Estaba tratando de deducir qué es lo que él intenta decirnos con esto. Hasta que les miré las manos.
– Sí… cogidos de la mano. Está claro que el asesino los puso de modo que pareciera que están cogidos de la mano.
– No… No es eso -dijo Maria-. Las otras manos. La derecha de él y la izquierda de ella. Están apretadas en un puño. No parece correcto. Parece parte de la pose.
Fabel se volvió abruptamente.
– Holger… ven a echar un vistazo a esto. -Brauner y Hermann se acercaron y Fabel señaló lo que había notado Maria.
– Creo que tienes razón, Maria… -dijo Brauner-. Parece que las cerraron post mórtem pero antes del rigor mor-lis… -De pronto, Brauner se puso como si le hubieran dado un golpe. Miró a Fabel con gesto adusto-. Por Dios, Jan… la chica de la playa…
Brauner buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un paquete cerrado de guantes quirúrgicos. Se puso un guante de látex y sacó una sonda del bolsillo delantero. Había una actitud de urgencia en cada uno de sus actos. Se adelantó y giró la mano de la chica. El rigor mortis le dificultó la tarea y pidió ayuda a Hermann al tiempo que le alcanzaba el paquete de guantes.
– Póngaselos antes de tocar el cuerpo. Necesito que sostenga la mano vuelta hacia arriba.
Hermann obedeció. Brauner trató sin éxito de usar la sonda como palanca para abrir los dedos de la mujer. Finalmente tuvo que apartarlos con los suyos. Se volvió hacia Fabel y le hizo un sombrío gesto de asentimiento, antes de meter un par de pinzas quirúrgicas en la palma y extraer un pedazo pequeño y muy enrollado de papel amarillo. Metió el papel en una bolsa transparente para evidencias y lo desenrolló delicadamente. Se puso de pie y, con cuidado, volvió sobre sus pasos alejándose de los cadáveres.
– ¿Qué dice?
Brauner le entregó la bolsa de pruebas a Fabel. Éste sintió un escalofrío en la médula de los huesos. Se trataba, otra vez, de una tira rectangular del mismo papel amarillo, de unos diez (vatímetros de ancho por cinco de largo. Se dio cuenta de que la letra, pequeña, regular, hecha con tinta roja, era la misma de la nota hallada en la mano de la chica muerta en la playa de Blankenese. Esta vez había una sola palabra escrita: «Gretel». Fabel le enseñó el papel a Maria.
– Mierda… Es el mismo tipo. -Ella volvió a mirar los cuerpos. Brauner ya estaba abriendo el puño apretado de la víctima masculina.
– Y éste, al parecer, es «Hänsel» -dijo Brauner cuando se puso de pie, metiendo otro pedazo de papel amarillo en una bolsa de evidencias.
Fabel sintió una rigidez en el pecho. Levantó la mirada hacia el cielo azul claro, luego la bajó hacia el sendero que daba al aparcamiento, recorrió con ella el verde sepulcro del bosque y a continuación volvió a mirar al hombre y la mujer que yacían con las gargantas destrozadas hasta la columna dorsal, sentados con las manos tocándose y un gran pañuelo lleno de migas de pan abierto sobre el pasto entre ambos. «Hänsel y Gretel.» El cabrón creía que tenía sentido del humor.
– Ha hecho bien en llamarnos, Kommissar Hermann. Tal vez haya reducido la distancia entre nosotros y un asesino en serie de quien sabemos que ya ha matado por lo menos una vez antes, quizá dos. -Hermann sonrió de satisfacción; Fabel no le devolvió la sonrisa-. Lo que necesito que haga ahora es que reúna a todo su equipo en el aparcamiento para darles instrucciones. Tenemos que revisar toda la zona en busca de huellas digitales. Y después debemos encontrar el escenario principal. Es necesario saber quiénes son estas personas y por qué las asesinaron.
12
Domingo, 22 de marzo. 10:00 h
Blankenese, Hamburgo
Ella estaba sentada en su silla, envejeciendo.
Se sentaba con la espalda recta, inmóvil, escuchando el tic-tac del reloj, consciente de que cada segundo que pasaba era una ola que erosionaba su juventud y su belleza. Y su belleza era grande. La refinada gracilidad de Laura von Klostertadt trascendía las modas pasajeras que consagraban lo etéreo o lo voluptuoso. Era una belleza verdadera: una perfección atemporal, glacial, cruel. El suyo no era un atractivo que había esperado ser «descubierto» por un fotógrafo; se había formado a partir de la verdadera nobleza, desarrollado a través de varias generaciones. También había demostrado ser altamente comercial, un valor por el que las tiendas de moda y las compañías de cosméticos habían pagado grandes sumas.
La escala de la belleza de Laura se equiparaba a la de su soledad. Es difícil, para las personas sencillas y ordinarias, imaginar cómo la belleza puede repeler tanto como la fealdad. La fealdad inspira asco; la belleza extraordinaria como la de Laura inspira temor. El atractivo de Laura formaba un cerco a su alrededor que pocos hombres eran lo bastante audaces como para atravesar.