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– Aquí… -Brauner señaló un sitio en el que había colocado una marca para delimitar la escena del crimen-. Estas huellas de botas son nuevas. Y buenas. Por el tamaño, yo diría sin lugar a dudas que pertenecen a un hombre. -Le indicó a Fabel que siguiera un poco más adelante por el camino, mientras señalaba otra huella de bota-. Mantente lejos de aquélla, Jan. Aún no la he fotografiado ni he hecho un molde.

Fabel siguió a Brauner y se abrió paso con dificultad entre el pasto que corría a un costado del sendero. Brauner se detuvo junto a otra marca.

– Y éstas son huellas de neumáticos… También nuevas.

Fabel se agachó y examinó las huellas.

– ¿Una motocicleta?

– Así es… -Brauner señaló un punto en que el rastro del neumático se curvaba y desaparecía, cubierto por la enmarañada oscuridad del bosque-. Mi suposición es que si haces que lino de tus hombres siga por este sendero, terminará cerca de la carretera principal. Alguien condujo su motocicleta hasta aquí, hasta llegar a unos ciento cincuenta metros del aparcamiento. Si mi interpretación de estas huellas y las marcas de las botas es correcta, apagó el motor y empujó la motocicleta el resto del camino. -Señaló las primeras huellas de botas-. Y aquellas marcas indican que se ocultó en un lugar donde no ludieran verlo desde el aparcamiento, probablemente para observarlo.

– ¿El asesino?

– Podría ser. -En la cara de Brauner se dibujó su típica sonrisa bondadosa-. O tal vez simplemente un amante de la naturaleza observando la fauna nocturna del aparcamiento.

Fabel le devolvió la sonrisa a Brauner, pero una alarma empezó a sonar en algún lugar de su mente. Volvió a examinar las pisadas, abriendo las piernas para evitar dañarlas. Las ramas que había empujado para acceder al sendero ocultaban su cuerpo. En su cabeza, llevó hacia atrás el reloj, hasta convertir el día ni noche. «Esperaste aquí, ¿verdad? Parecías invisible, parte del bosque. Te sentías seguro aquí escondido, vigilando y esperando. Los viste llegar, separados, casi seguro. Vigilaste a uno de ellos mientras él o ella esperaba que el otro apareciera. Los conocías de algo, o al menos conocías sus movimientos. Sabías que tenías que esperar que llegara la segunda víctima. Y entonces atacaste.»

Fabel se volvió hacia Brauner.

– Espero que obtengas una buena impresión de estas huellas, Holger. Este tipo no era ningún mirón. Vino aquí con un propósito.

14

Domingo, 21 de marzo. 15:20 h

Hausbruch, sur de Hamburgo

Para cuando Fabel y Werner llegaron la SchuPo, la policía uniformada local, ya había informado a Vera Schiller de que se había encontrado un cuerpo y que todo indicaba que pertenecía a su marido. Al revisar los bolsillos del cadáver se había encontrado una cartera y un Personalausweis, un carné de identidad. Markus Schiller. Holger Brauner y su equipo de forenses SpuSí habían examinado los dos vehículos abandonados y habían confirmado que la víctima masculina había sido asesinada dentro del Mercedes. Había una «sombra» en el asiento del pasajero donde su ocupante, la chica, había bloqueado la salpicadura arterial del hombre impidiendo que manchara el tapizado. También había restos de sangre en el soporte del capó y Brauner había inferido que la chica había sido sacada del coche y que le habían cortado la garganta mientras la inmovilizaban contra el capó. «Como si fuera una tabla de carnicero», había sido la descripción de Brauner. El SpuSi, el equipo forense, había recuperado el maletín del coche. No contenía nada más que un montón de recibos de gasolina, el recibo de una multa por exceso de velocidad pagada en el momento, y algunos folletos sobre equipos y productos relacionados con hornos industriales.

La residencia de los Schiller estaba ubicada en un inmenso terreno cuyo fondo delimitaba con los boscosos bordes del Btaatsforest. El camino que llevaba hasta la casa atravesaba una tupida masa de árboles que se apiñaban alrededor y por encima de él, generando una atmósfera sombría e inquietante, antes de diluirse hacia unas amplias extensiones de césped muy cuidado. Fabel tuvo la sensación de que una vez más estaba entrando en un claro en el bosque. La casa propiamente dicha era una gran mansión del siglo XIX con un exterior pintado de color crema suave y grandes ventanales.

– Es evidente que se gana dinero con los bollos -murmuró Werner mientras Fabel aparcaba en la inmaculada gravilla de la entrada para coches.

Vera Schiller abrió la puerta en persona y los hizo pasar por Un vestíbulo con suelo de mármol y columnas a un amplio estudio. A una invitación de Frau Schiller, los dos policías se sentaron en un sofá antiguo. Los gustos de Fabel eran más contemporáneos, pero podía reconocer una antigüedad valiosa. Y no era la única de la sala. Vera Schiller se sentó enfrente de ellos y cruzó las piernas, posando las manos, con las palmas haría abajo, sobre la falda. Era una mujer atractiva de pelo oscuro y casi cuarenta años. Todo en ella -su rostro, su postura, la sonrisa leve y cortés cuando los invitó a pasar- comunicaba Lina calma exagerada.

– En primer lugar, Frau Schiller, sé que esto debe de ser muy penoso para usted -comenzó a decir Fabel-. Como es obvio, necesitaremos que identifique el cuerpo formalmente, pero casi no hay duda de que se trata de su marido. Quiero que sepa lo mucho que lamentamos su pérdida. -Cambió de posición con torpeza; ese sofá había sido incómodo durante casi dos siglos.

– ¿En serio? -No había hostilidad alguna en la voz de Vera Schiller-. Ustedes no conocían a Markus. Tampoco me conocen a mí.

– De todas maneras -replicó Fabel-. Lo lamento, Frau Schiller. En serio.

Vera Schiller hizo un brusco gesto de asentimiento. Fabel no pudo deducir si se trataba de un dique que ella había construido apresuradamente para contener su pena, o si realmente era tan fría como parecía. El sacó una bolsa transparente para pruebas de su bolsillo. La fotografía de Markus Schiller en su carné de identidad era visible a través del polietileno. Se la entregó.

– ¿Éste es su marido, Frau Schiller?

Ella examinó rápidamente la bolsa y luego clavó una mirada demasiado firme en los ojos de Fabel.

– Sí. Ése es Markus.

– ¿Tiene usted alguna idea de por qué Herr Schiller estaba en el Naturpark a una hora tan avanzada de la noche? -preguntó Werner.

Ella soltó una risita amarga.

– Pensé que sería obvio. Entiendo que han encontrado a una mujer también, ¿verdad?

– Sí -respondió Fabel-. Una mujer llamada Hanna Grünn, por lo que sabemos hasta ahora. ¿Ese nombre significa algo para usted?

Por primera vez algo semejante al dolor brilló en los ojos de Vera Schiller. Ella consiguió contenerse y tanto su falsa risa como su respuesta rebosaban acidez.

– La fidelidad, para mi marido, era un concepto tan abstracto y difícil de entender como la física nuclear; sencillamente, superaba su capacidad de comprensión. Hubo muchas otras mujeres, pero sí, reconozco el nombre. ¿Sabe, Herr Hauptkommissar?, lo que realmente me resulta muy desagradable de todo esto no es que Markus tuviera un romance con otra mujer, Dios sabe que me he acostumbrado a ello, sino que no tuviera la cortesía, o la imaginación o, cuando menos, el buen gusto, de elevar las miras más allá de nuestra fábrica.

Fabel intercambió una rápida mirada con Werner.

– ¿Esta chica trabajaba para ustedes?

– Sí. Hanna Grünn ha sido empleada de la casa durante unos seis meses. Trabajaba en la cadena de producción, a las órdenes de Herr Biedermeyer. Él podrá contarles más que yo sobre ella. Pero recuerdo cuando llegó. Era muy bonita, aunque con un estilo obvio, provinciano. La reconocí de inmediato como la clase de carne que le gustaba a Markus. Pero jamás pensé que él se follaría al personal.