Un cuento de hadas.
Fabel se durmió.
16
Lunes, 22 de marzo. 10:00 h
Alsterarkaden, Hamburgo
La Jensen Buchhandlung estaba situada en las elegantes galerías comerciales del Alster. La iluminada librería tenía una distinción típica del norte de Europa y habría parecido tan adecuada para Copenhague, Oslo o Estocolmo como lo era para Hamburgo. La decoración del interior era sencilla y contemporánea, con estanterías y terminaciones de haya. Todo daba la impresión de organización y eficiencia, lo que siempre hacía sonreír a Fabel porque él sabía que el dueño, Otto Jensen, era completamente desorganizado. Otto era amigo íntimo de Fabel desde la universidad. Era algo desgarbado y excéntrico, un imán para el caos. Pero detrás de su torpeza física se escondía la mente de una supercomputadora.
Había poca gente en la Jensen Buchhandlung cuando Fabel llegó, y Otto estaba de espaldas a la puerta, extendiendo sus casi dos metros de altura para guardar en los estantes unos libros que sacaba de una nueva caja de pedidos. Uno se le cayó de la mano y Fabel saltó hacia delante para atraparlo.
– Supongo que las reacciones rápidas son necesarias en la lucha contra el crimen. Es de lo más tranquilizador -le dijo Otto con una sonrisa mientras le estrechaba la mano. Los dos preguntaron por la salud del otro, por sus respectivas compañeras e hijos, luego charlaron de temas triviales durante unos minutos más, hasta que Fabel explicó el propósito de su visita.
– Estoy buscando un libro nuevo. Una novela. Un Krimi, supongo. No recuerdo ni el título ni el autor, pero se basa en la nica de que uno de los hermanos Grimm era un asesino…
Otto sonrió con gesto de conocedor.
– Die Märchenstrasse, Gerhard Weiss.
Fabel chasqueó los dedos.
– ¡Sí, es ése!
– No te dejes impresionar por mi asombroso conocimiento de la ficción; la editorial le está haciendo muchísima publicidad. Y creo que lastimarías la sensibilidad literaria de Herr Weiss si lo describieras como un Krimi. Se basa en la premisa «le que «el arte imita a la vida imitando al arte». Unos cuantos miembros del establishment literario están bastante exaltados con ese libro. -Otto frunció el ceño-. ¿Para qué demonios querrías tú comprar un thriller histórico? ¿Acaso Hamburgo no te proporciona suficientes casos de verdad?
– Ojalá no fuera así, Otto. ¿Es bueno? El libro, quiero decir.
– Es provocativo, eso dalo por descontado. Y Weiss sabe bastante de folklore, filología y de la obra de los hermanos Grimm. Pero su estilo es pretencioso y ampuloso. La verdad es que no es más que un thriller común y corriente con pretensiones literarias. Al menos, así lo veo yo… Pasa a tomar un café. -Otto llevó a Fabel a la sección de Arte de la tienda. Había habido algunos cambios desde su última visita; habían quitado un pasillo para abrir el espacio. La galería de la planta superior daba a un sitio con sofás de cuero y mesas bajas llenas de periódicos y libros. Había un mostrador en un rincón con una máquina para preparar café espresso.
– Hoy en día, ésta es la nueva moda -sonrió Otto-. Me metí en este negocio porque amaba la literatura. Porque quería vender libros. Ahora sirvo café con leche y cortados. -Señaló un sofá en el que Fabel se sentó mientras Otto se dirigía a la barra. Un par de minutos después regresó con un libro debajo del brazo y dos cafés. Depositó una de las tazas delante de Fabel. Parte del café se había derramado y giraba en remolino en el plato, nada sorprendente para Otto.
– Yo que tú, Otto, me limitaría a los libros -dijo Fabel con una sonrisa. Otto le pasó el libro, derramando en el proceso un poco de su propio café en el plato.
– Es éste. Die Märchenstrasse. La ruta de los cuentos de hadas.
Era un volumen grueso de tapa dura. La sobrecubierta era oscura y perturbadora, con el título impreso en tipografía gótica Fraktur. Había una plancha pequeña con una ilustración del siglo XIX en el centro, que mostraba a una niña con una caperuza roja caminando por un bosque. Unos ojos rojos resplandecían en la oscuridad que se cernía sobre ella. Fabel dio la vuelta al libro y miró la contracubierta. Había una fotografía de Weiss: su rostro, en el que no se dibujaba ninguna sonrisa, tenía facciones duras y gruesas, casi brutales, que surgían del bulto del cuello y los hombros.
– ¿Has leído algo de él antes, Orto?
– En realidad, no… He hojeado un par de títulos. Ya ha publicado cosas parecidas a ésta antes. Tiene bastantes seguidores. Unos tipos bastante raros, por así decirlo. Pero al parecer con este libro se ha vuelto masivo.
– ¿A qué te refieres con seguidores «raros»?
– Sus libros anteriores son novelas fantásticas. El las llama las Wahlwelten Chronik, las «Crónicas de los Mundos Elegidos». Se basaban en la misma clase de premisa que este último, pero ubicadas en un mundo completamente ficticio.
– ¿Ciencia ficción?
– No exactamente -dijo Otto-. El mundo que creaba Weiss era exactamente el mismo que éste, pero los países tenían nombres diferentes, historias diferentes, etcétera. Era más como un mundo paralelo, supongo. En cualquier caso, él invitaba a sus seguidores a «comprar» un sitio en sus libros. Si le enviaban unos cuantos miles de euros, él los incluía en la trama. Cuanto más pagaban, mayor era la parte que jugaban en la historia.
– ¿Por qué alguien pagaría por algo así?
– Todo tiene que ver con las excéntricas teorías literarias de Weiss.
Fabel examinó la cara en la contracubierta del libro. Los ojos eran increíblemente oscuros. Tan oscuros que costaba distinguir las pupilas del iris.
– Explícamelas… Las teorías, quiero decir.
Otto hizo un gesto con la cara que daba a entender lo difícil de la tarea.
– Dios, no sé, Jan. Una mezcla de supersticiones y física cuántica, diría. O, más exactamente, supongo que se trata de supersticiones disfrazadas como física cuántica.
– Otto… -sonrió Fabel con impaciencia.
– De acuerdo… Míralo de esta forma. Algunos físicos creen que hay un número infinito de dimensiones en el universo, ¿sí? Y que, en consecuencia, hay una cantidad infinita de posibilidades, e infinitas variaciones de la realidad, ¿me sigues?
– Sí… supongo…
– Bien -continuó Otto-. Esa proposición científica siempre ha sido una convicción artística para muchos escritores. Es-ros tipos pueden ser muy supersticiosos. Me consta que varios autores conocidos evitan basar sus personajes en personas reales que conocen, sencillamente porque temen que lo que imaginan para esos personajes pueda reflejarse en la realidad. Matas a un niño en un libro, y un niño muere en la realidad, esa clase de cosas. O, lo que es aún más inquietante, escribes una novela sobre crímenes horrendos y en alguna parte, en otra dimensión, tu ficción se convierte en un hecho.
– Qué tontería. ¿De modo que, en otra dimensión, tú y yo tal vez seríamos simplemente personajes de ficción?
Otto se encogió de hombros.
– Sólo te explico la teoría de Weiss. Además de todas esas supercherías metafísicas, él añadió esa idea de que nuestro concepto de la historia tiende a estar más basado en los retratos literarios o, cada vez más, cinematográficos, de los personajes, que en los documentos históricos y las investigaciones históricas o arqueológicas.
– De modo que, a pesar de todos sus desmentidos, Weiss quiere dar a entender que, sólo por haber escrito sobre él en su ficción, Jakob Grimm sí es culpable de esos crímenes en otra dimensión inventada. O que será declarado culpable por las generaciones futuras, que preferirán creer en la ficción de Weiss que en los hechos documentados.