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– Y Blankenese está en la costa del Elba -dijo Fabel-. Más aún, tenemos una mención directa sobre la «gente subterránea» en la nota de la mano de la chica, además del hecho de que la dejaron con la identidad de otra chica desaparecida. Una Niña Cambiada.

Werner suspiró.

– Por Dios, justo lo que necesitábamos. Un asesino psicópata literario. ¿Creéis que intenta montar asesinatos basados en cada uno de los cuentos de hadas de los Grimm?

– Recemos por que no sea así -dijo Susanne-. Según el índice de esta versión, los Grimm recopilaron más de doscientos cuentos.

18

Lunes, 22 de marzo. 17:10 h

Institut für Rechtsmedizin, Eppendorf, Hamburgo

Möller era alto; más que Fabel, y de complexión delgada. Su pelo era rubio, de un color pálido parecido a la manteca, veteado de marfil, y sus rasgos eran finos y angulosos. Fabel siempre sentía que Möller era una de esas personas cuya apariencia cambiaba según el tipo de ropa que llevara puesta cuando uno se topaba con ellas: la cara de Möller podía pertenecer tanto a un pescador del mar del Norte como a un aristócrata, según la vestimenta. Como si tuviera conciencia de ello, y para mantener una imagen acorde con su naturaleza imperiosa, por lo general Möller adoptaba el estilo de un caballero inglés. Cuando Fabel entró en el despacho del patólogo, Möller estaba poniéndose una chaqueta de pana verde sobre su camisa de Jermyn Street. Salió de detrás de su escritorio y Fabel casi esperó verlo con esas botas verdes de goma que la familia real británica parecía preferir a los zapatos de Gucci.

– ¿Qué quiere, Fabel? -preguntó Möller sin ninguna cortesía-. Me marcho a casa. Feierabend. Sea lo que sea, puede esperar hasta mañana.

Fabel se quedó callado y de pie en el umbral. Möller suspiró pero no volvió a sentarse.

– De acuerdo. ¿Qué quiere?

– ¿ Ya ha realizado la autopsia de la chica que encontramos en la Blankenese Elbstrand?

Möller asintió bruscamente, abrió una carpeta sobre su escritorio y sacó un informe.

– Pensaba entregársela mañana. Feliz lectura. -Le dedicó una sonrisa cansada e impaciente y golpeó el informe sobre el pecho de Fabel mientras avanzaba hacia la salida. Fabel no se apartó de la puerta pero le ofreció una sonrisa encantadora.

– Por favor, Herr Doktor. Sólo los puntos centrales.

Möller suspiró.

– Como ya he informado al Kriminaloberkomissar Meyer, la causa de la muerte fue asfixia. Había señales de pequeños daños en los vasos capilares alrededor de la nariz y la boca, así como marcas de ligaduras en el cuello. Al parecer fue estrangulada y asfixiada simultáneamente. No había señales de traumatismo sexual ni de ninguna forma de actividad sexual en las cuarenta y ocho horas anteriores a la muerte. Aunque era sexualmente activa.

– ¿Abuso sexual?

– Nada que sugiriera otra cosa que una actividad sexual normal. No había evidencia de la clase de cicatrices internas que indican abusos sexuales en la infancia. El único otro hecho revelado por la autopsia es que sus dientes se encontraban en muy mal estado. Eso también se lo he explicado a Herr Meyer. Ella no había ido mucho al dentista y es obvio que en los pocos casos en que sí lo había hecho fue para tratamientos de emergencia porque estaba sufriendo. Había muchas caries, erosiones en las encías y le habían extraído un molar inferior izquierdo. También había dos antiguas fracturas. Una en la muñeca derecha y la otra en la mano izquierda. Habían dejado que se les curaran solas. Eso concuerda no sólo con abandono sino con malos tratos. La fractura de la muñeca daría la impresión de que le habían torcido la mano con mucha fuerza.

– Werner me contó que la chica no había comido mucho en los dos días anteriores a la muerte.

Möller le quitó el informe a Fabel y lo hojeó.

– Es seguro que no comió en las veinticuatro horas anteriores, salvo un poco de pan de centeno consumido una o dos horas antes de la muerte.

Por un momento, Fabel se sintió en otra parte: en un lugar oscuro y espantoso con una jovencita que comía, llena de miedo, su última y poco sustanciosa cena. No conocía ningún detalle sobre la vida de esa chica, pero sí sabía que había sido tan infeliz como corta. Möller le devolvió el informe, enarcó las cejas y señaló la puerta con un movimiento de la cabeza.

– Oh, lo siento, Herr Doktor. -Fabel se desplazó a un lado-. Gracias. Muchas gracias.

Fabel no volvió a la Mordkommission. En cambio se dirigió hacia su casa y aparcó el BMW en el espacio subterráneo reservado para él. Todavía no lograba sacarse de la cabeza los ojos azules de aquella chica. Más que el horror de la escena de los segundos homicidios, la imagen que lo acosaba era la mirada casi viva de la chica de la orilla de Blankenese. La Niña Cambiada. La niña no deseada y sustituida por la amada y verdadera. Volvió a imaginar sus últimas horas: la comida frugal que había consumido, servida, muy probablemente, por su asesino; luego había sido estrangulada y asfixiada. Esa imagen le hizo pensar en los antiguos sacrificios que se encontraban con tanta frecuencia en las ciénagas del norte de Alemania y de Dinamarca: cuerpos preservados durante tres milenios o más en ese suelo oscuro, grueso y húmedo. Muchos habían sido ejecutados a garrotazos y ahogados deliberadamente. Incluso aquellos cuerpos acompañados de objetos que sugerían un alto rango revelaban que les habían servido una última y magra comida ritual de gachas de cereal. ¿ Con qué motivo se había sacrificado a esta chica? No había evidencias de una cuestión sexual, de modo que ¿por qué razón había tenido que dar la vida? ¿Sería posible que hubiera tenido que morir porque se parecía tanto a otra chica que, casi seguramente, también estaba muerta?

Entró en su apartamento. Susanne tenía que trabajar hasta tarde en el Institut y aún no había regresado. Fabel había traído los libros de la librería de Otto y los puso encima de la mesa de centro. Se sirvió una copa de vino blanco fresco y se dejó caer sobre el sofá de cuero. Su apartamento se encontraba en el ático de lo que alguna vez había sido un imponente caserón. Estaba ubicado en el área de Poseldorf del dis trito de Rotherbaum, una zona muy de moda. Los mejores restaurantes y cafés de Hamburgo estaban a pocos pasos de su casa. Fabel había tenido que realizar un gran esfuerzo económico para pagarlo, sacrificando espacio por una vista fantástica y una ubicación formidable. Además lo había comprado en una época en que la economía tambaleaba y los precios de las propiedades en la ciudad habían caído en picado; con frecuencia se le ocurría la amarga reflexión de que la economía alemana y su matrimonio se habían desplomado al mismo i lempo. Fabel sabía que en la actualidad jamás podría darse el lujo de vivir en un lugar como aquél, incluso con su salario de Erster Kriminalhauptkommissar. El apartamento estaba a una calle de distancia de la Milchstrasse, y los amplios ventanales, que llegaban hasta el techo, daban a la Magdalenen Strasse, el Alsterpark y el amplio lago del Aussenalster. Contempló por la ventana la ciudad y la inmensidad del cielo. Hamburgo se ex-tendía ante él. Un bosque oscuro donde un millón de almas podían perderse.

Llamó por teléfono a su madre. Ella le contó que se encontraba bien, se quejó por el alboroto que todos hacían respecto a su enfermedad y le dijo que le preocupaba que Lex estuviera perdiendo dinero quedándose con ella en lugar de regresar a su restaurante en Sylt. Una vez más, la voz de su madre por teléfono hizo que Fabel se sintiera tranquilo. Una voz sin edad, que él podía separar del pelo encanecido y de la agilidad reducida de sus movimientos. Tan pronto terminó de hablar con su madre, llamó a Gabi. Renate, la ex esposa de Fabel, contestó la llamada. Su tono, como siempre, era una mezcla de desinterés y hostilidad. Fabel nunca había conseguido entender por qué Renate acostumbraba a tratarlo de esa manera. Era como si lo considerase a él responsable del romance que ella misma había tenido y que había destrozado su matrimonio de manera irreparable. La voz de Gabi, por el contrario, estaba llena de luz, como siempre. Conversaron un rato sobre la madre de Fabel, sobre las tareas escolares de Gabi y sobre el fin de semana que pronto pasarían juntos.