De modo que me dediqué a preparar un plan para robar un niño, si encontraba alguno de la edad apropiada, en el campamento de los gitanos…
Fabel dejó el libro, todavía abierto en la misma página, sobre la mesa. Sintió que la temperatura de la habitación había disminuido un par de grados, un frío malévolo que parecía surgir del libro abierto ante él. Allí, descrito como un relato de ficción, había un plan para secuestrar y asesinar basado en la compilación de los hermanos Grimm del cuento folklórico «El niño cambiado». La meticulosidad del Jakob Grimm de la ficción se reflejaba en el planeamiento y la preparación del asesino muy real de la actualidad. Volvió a pensar en la chica de la playa. Una vida demasiado joven apagada para cumplir una fantasía retorcida.
El ruido del teléfono lo sobresaltó, trayéndolo de regreso al aquí y ahora.
– Hola, chef… Habla Anna. He encontrado una identidad para la chica de la playa. Y esta vez creo que es la verdadera.
19
Lunes, 22 de marzo. 21:45 h
POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO
»O jos azules» ya tenía un nombre: Martha.
Teniendo en cuenta lo que había ocurrido la última vez, Anna Wolff aún no había hecho nada para contactar con los padres. Pero sí había obtenido de la Bundeskriminalamt la fotografía de una chica desaparecida desde el último martes: Martha Schmidt, de Kassel, Hessen. Fabel examinó la fotografía que Anna le había entregado: era la ampliación de una foto tomada en una cabina. No cabía ninguna duda. Esta vez la foto no disparó ninguna alarma en la mente de Fabel; en cambio, lo llenó de una profunda tristeza.
Anna Wolff estaba de pie a su lado. A sus grandes ojos marrones les faltaba el brillo de siempre y ella tenía un aspecto pálido y demacrado. Fabel adivinó que ella había trabajado casi sin parar hasta descubrir la identidad de la chica. Cuando habló, su voz parecía arrastrar un cansancio de siglos.
– Denunciaron su desaparición el martes pasado, pero es probable que la secuestraran antes.
Fabel dibujó un signo de interrogación en su mirada.
– Los dos padres consumen drogas -explicó Anna-. Martha tenía la costumbre de desaparecer varios días seguidos y luego presentarse. La policía de Hessen no dio máxima prioridad a esta última desaparición. Los padres tienen varias denuncias por abandono de su hija, pero tengo la sensación de que del padre se sabe poco y nada.
Fabel respiró profundo y leyó las notas que habían mandado por fax desde Kassel. Los padres eran yonquis y cometían pequeños robos para costearse el hábito; se sabía que la madre había recurrido a la prostitución. Pertenecían a la clase marginada de Alemania: a la «gente subterránea». Y eran de Kassel, que durante muchos años había sido hogar de los hermanos Grimm. Era una ciudad tranquila, a la que por lo general no se le prestaba atención, hasta recientemente, cuando se había hecho famosa por el caso del «caníbal de Rotenburgo», que había escandalizado a una Alemania que creía que nada podía escandalizarla. Armin Meiwes había sido acusado de ayudar al suicidio de Bernd Brandes, quien se había ofrecido para que aquél lo comiera. Meiwes había grabado todo lo ocurrido en vídeo: la amputación del pene de Brandes, el momento en que se sentó I unto a él a comer el órgano extirpado, luego cuando lo drogó, lo mató a puñaladas y cortó su carne en pedacitos para congelarla luego. Antes de su arresto, Meiwes había consumido casi veinte kilos de su víctima, si es que tal descripción le correspondía a Brandes. El había sido un voluntario más que dispuesto, uno de los tantos que habían solicitado a Meiwes que los comiera. Se habían conocido en una página caníbal homosexual de Internet.
Una página caníbal homosexual. En ocasiones como ésas, a pesar de la naturaleza de su trabajo, a Fabel le resultaba casi imposible entender el mundo que de pronto se había formado a su alrededor. Daba la impresión de que todas las clases de deseos y apetitos enfermizos habían encontrado un lugar donde satisfacerse. Y ahora había una nueva y lúgubre historia relacionada con Kassel.
– Será mejor que localices a los padres, o al menos a la madre, para que vengan a identificarla -dijo Fabel.
– Me he puesto en contacto con la asistente social que se ocupaba de Martha -dijo Anna-. Ella va a informar a los padres de l sucedido, si es que les interesa, y luego traerá a uno de ellos para la identificación formal.
– Supongo que esa es la razón por la que no sabíamos nada de ella hasta ahora. No creo que asistiera mucho al colegio. -Fabel volvió a mirar la fotografía, la cara que había contemplado en la playa de Blankenese. En la foto, Martha sonreía, pero seguía habiendo tristeza en esos ojos demasiado viejos y experimentados para sus dieciséis años. Una chica de una edad muy parecida a la de su propia hija, pero que había contemplado el mundo a través de aquellos ojos celestes y claros, y había visto demasiado-. ¿Alguna idea del momento exacto en que desapareció?
– No. Como ya he dicho, fue entre las nueve de la noche del domingo y… bueno, cuando denunciaron la desaparición, el martes, supongo. ¿Quieres que vaya hasta allí… a Kassel, quiero decir, y empiece a hacer preguntas?
– No. -Fabel se frotó los ojos con la base de la mano-. Deja que se ocupe la policía de Hessen, al menos por ahora. No hallaremos nada de valor allí, a menos que los locales encuentren a algún testigo del momento en que la secuestraron. Pero haz que investiguen a cualquiera con quien Martha haya estado en contacto y que tenga alguna relación con Hamburgo. Mi suposición es que el asesino es de aquí, de Hamburgo o de las cercanías, y que no tiene ninguna relación directa con Martha Schmidt o con cualquiera que tenga algo que ver con ella. Pero haz que te consigan todos los detalles que puedan sobre sus últimos movimientos. -Le sonrió a su subordinada-. Vete a casa, Anna, duerme un poco. Seguiremos con esto mañana.
Anna hizo un débil gesto de asentimiento y se marchó. Fabel se sentó a su escritorio, sacó su bloc de dibujo, tachó el nombre «ojos azules» y lo reemplazó por «Martha Schmidt». Cuando estaba saliendo, prendió con alfileres la fotografía al tablero de incidentes de la sala de reuniones.
20
Martes, 23 de marzo. 11:10 h
Institut für Rechtsmedizin, Eppendorf, Hamburgo
Estaba claro que el padre ya no formaba parte de la escena.
Ulrike Schmidt era una mujer pequeña que parecía tener bastante más de cuarenta años, pero Fabel sabía, por la información suministrada por la policía de Kassel, que apenas llegaba a los treinta y cinco. Probablemente había sido atractiva en otro tiempo, pero ahora tenía la fatiga y los rasgos endurecidos de los consumidores habituales de drogas. El azul de sus ojos no tenía nada de brillo y había un tinte de ictericia en las sombras debajo de ellos. Se había apartado de la cara el pelo, rubio y sin vida, y se lo había atado apresuradamente en una coleta descuidada. La chaqueta y los pantalones que llevaba hubieran pasado por elegantes tiempo atrás, pero habían quedado pasados de moda hacía por lo menos una década. Para Fabel estaba claro que la mujer había rebuscado ese traje en un armario muy desprovisto en un intento de vestirse adecuadamente para la ocasión.