Después de la reunión, le pidió a Maria que se quedara. Werner le hizo un gesto de complicidad a su jefe y, de esa manera, consiguió subrayar todavía más la torpeza de la situación. Maria Klee, vestida con una blusa negra y cara y pantalones grises, con las piernas cruzadas y los largos dedos entrelazados sobre la rodilla, permaneció sentada con expresión impasible y en una postura un poco formal, esperando que su superior hablase. Como siempre, su actitud era de compostura, contención, control, y sus ojos grises azulados se mantenían imperturbables debajo de la expresión inquisidora de las cejas. Todo en Maria rezumaba confianza, autocontrol y autoridad. Pero ahora había algo incómodo entre ella y Fabel. Ya había pasado un mes desde que ella había vuelto al trabajo, pero éste era el primer caso importante desde su regreso y Fabel quería que hablaran de las cosas que habían quedado sin mencionar.
Las circunstancias habían impuesto a Fabel y a Maria una intimidad única. Una intimidad más intensa que si hubiesen dormido juntos. Nueve meses antes pasaron varios minutos a solas, bajo un cielo estrellado en un campo desierto del Altes Land en la costa sur del Elba, y sus alientos se mezclaron mientras Maria, esa mujer tan segura de sí misma, se transformaba en una niñita llena del temor muy real y razonable de estar a punto de morir. Fabel ¡a había mecido y la había mirado constantemente a los ojos, diciéndole todo el tiempo palabras de alivio, impidiéndole que se deslizara hacia un sueño del que no despertaría, sin permitirle que ella apartara su mirada de la de él y la dirigiera hacia debajo de sus costillas, donde asomaba el espantoso mango de un grueso cuchillo. Había sido la peor noche de la carrera de Fabel. Habían logrado cercar al psicópata más peligroso al que Fabel había tenido que enfrentarse, un monstruo responsable de una serie de homicidios rituales particularmente horrorosos. La cacería había terminado con dos policías muertos: un miembro del equipo de Fabel, un agente joven y brillante llamado Paul Lindemann, y un SchuPo uniformado de la Polizeikommissariat de la zona. El último agente al que el psicópata había encontrado en su huida era Maria: en lugar de matarla, le había hecho una herida potencialmente letal, sabiendo que Fabel tendría que elegir entre continuar la persecución o salvar la vida de su agente. Fabel había tomado la única decisión posible.
Ahora tanto él como Maria cargaban con cicatrices de diferente clase. Fabel nunca había perdido a un agente en cumplimiento del deber, y aquella noche habían caído dos, y por poco una tercera. Maria había perdido una gran cantidad de sangre y había estado a punto de morir en el quirófano. Luego hubo dos tensas semanas en cuidados intensivos, durante las cuales Maria habitó en una precaria tierra de nadie entre la conciencia y la inconsciencia, entre la vida y la muerte. Siguieron siete meses de una lenta recuperación de la salud y la fuerza. Fabel sabía que Maria había pasado los últimos dos meses de la recuperación en el gimnasio, reconstruyendo no sólo su fuerza física sino parte de aquella férrea resolución que la caracterizaba como una agente eficiente y decidida. Y allí estaba, sentada delante de Fabel, la misma Maria de antes, con su mirada dura y firme, y los dedos entrelazados encima de la rodilla. Pero cuando Fabel analizó ese sólido lenguaje corporal, se dio cuenta de que seguía mirando más allá, hacia la noche en la que le había sostenido su mano helada y había escuchado su suave aliento mientras ella le rogaba, con la voz de una niñita débil, que no la dejara morir. Los dos tenían que encontrar la manera de superar aquello.
– Sabes por qué quería hablar contigo, ¿verdad, Maria?
– No, chef… ¿Es sobre este caso? -Pero la firme mirada gris azulada vaciló y ella hizo el gesto de quitarse una mota invisible de los inmaculados pantalones.
– Creo que sí lo sabes, Maria. Necesito saber si estás lista para un caso como éste.
Maria comenzó a protestar pero Fabel la hizo callar con un gesto de la mano.
– Mira, Maria, estoy siendo honesto contigo. Me sería muy fácil no decir nada y asignarte las tareas laterales de cualquier investigación que surja hasta que esté convencido de que estás lista. Pero yo no trabajo así. Ya lo sabes. -Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio-. Te aprecio demasiado como agente para faltarte el respeto de esa forma. Pero también te considero demasiado valiosa para poner en riesgo tu bienestar a largo plazo, y tu capacidad dentro del equipo, colocándote al frente de una investigación para la que tal vez todavía no estás lista.
– Estoy lista. -Una escarcha de acero crujió en la voz de Maria-. Ya me he enfrentado a todo lo que debía enfrentarme. No habría vuelto al trabajo si creyera que iba a poner en riesgo la eficacia del equipo.
– Maldita sea, Maria, no te estoy cuestionando. No estoy poniendo en duda tu capacidad… -Fabel le devolvió la mirada con la misma franqueza-. Estuve a punto de perderte aquella noche, Mana. Perdí a Paul y casi te pierdo a ti. Te fallé. Le fallé al equipo. Tengo la responsabilidad de asegurarme de que estés bien.
El hielo en la expresión de Maria comenzó a derretirse.
– No fue tu culpa, chef. Para empezar, yo creía que era mía. Por no haber reaccionado a tiempo, o por reaccionar de una manera incorrecta. Pero jamás nos habíamos topado con alguien así. Era un monstruo como ningún otro. Sé que es muy improbable que vuelva a encontrarme con alguien, o con algo, como él.
– ¿Y qué hay del hecho de que sigue suelto? -dijo Fabel, y se arrepintió de inmediato. Ese pensamiento lo había dejado sin dormir más de una noche.
– A estas alturas ya estará muy lejos de Hamburgo -respondió Maria-. Probablemente lejos de Alemania, o incluso de Europa. Pero si no lo está, y volvemos a encontrar su rastro, estaré preparada.
Fabel sabía que Maria hablaba en serio. Lo que no sabía era si él mismo estaba preparado para volver a enfrentarse al Águila Sangrienta. Ahora o nunca. Pero se cuidó de expresar en voz alta ese pensamiento.
– Tomarse las cosas con calma no es ninguna vergüenza, Maria.
Ella le dedicó una sonrisa que Fabel no había visto antes, la primera señal de que algo, realmente, había cambiado en el interior de Maria.
– Estoy bien, Jan. Te lo prometo. -Era la primera vez que ella usaba su nombre de pila en la oficina. La primera vez que lo había pronunciado había sido cuando se debatía entre la vida y la muerte en el pasto crecido de un campo de los Altes Land.