Otra curva pronunciada, pero esta vez Olsen la juzgó mal, consiguió cogerla por muy poco y tuvo que disminuir la velocidad para volver al camino. Anna achicó la distancia a veinte metros. Su universo había implosionado, hasta que lo único que quedaba del mismo era la cinta de carretera delante y la motocicleta debajo de ella, a la que su cuerpo parecía indisolublemente unido. Era como si su sistema nervioso central estuviera conectado a los circuitos electrónicos de la BMW y cada pensamiento, cada impulso, se transmitiera automáticamente a la moto. Su foco estaba fijado en la motocicleta roja de Olsen y ella estaba totalmente concentrada, tratando de anticipar su movimiento siguiente.
Esa concentración máxima le impedía apartar una mano de la columna de dirección de la moto. No podía coger su arma; no podía indicar su posición por teléfono. De pronto se dio cuenta de que estaba desorientada; había estado tan concentrada en Olsen y en la carretera inmediatamente delante de ella que ya no sabía con exactitud dónde se encontraban. Tampoco conocía muy bien Wilhelmsburg, y debido a la emoción y el desafío de la persecución no había prestado ninguna atención a las señales del camino. La llanura que la rodeaba y la dirección que habían tomado indicaban que estaban en alguna parte de Moorwerder, el extraño apéndice rural de Wilhelmsburg que por alguna razón se había mantenido invisible para los promotores inmobiliarios.
Más adelante, después de otra curva, apareció otra larga línea recta. La motocicleta de Olsen se aceleró de repente hasta volver a alcanzar su velocidad máxima. Anna sintió un vuelco en el corazón cuando se dio cuenta de que la llanura dejaba paso a un área urbanizada. Vio un cartel que indicaba que estaban acercándose a Stillborn y Anna dedujo que Olsen había hecho un círculo completo y ahora se dirigía a la Al Autobahn. Si Olsen seguía acelerando demasiado en esta zona, Anna tendría que bajar la velocidad y dejarlo huir, para no poner en riesgo la vida de civiles. Pero todavía faltaba un poco para ese momento.
El tráfico comenzó a hacerse más denso y Olsen y Anna tuvieron que meterse entre coches y camiones, algunos de los cuales se vieron obligados a frenar de golpe, mientras hacían sonar con fuerza el claxon. La ciudad comenzaba a cobrar forma a medida que pasaban de los suburbios al centro. Anna sintió que el corazón le golpeaba contra el pecho. Oyó una sirena policial detrás de ella, pero no sabía si eran refuerzos o simplemente la policía de Stillhorn respondiendo a dos motocicletas que corrían a toda velocidad por esa área. Fuera lo que fuese, se alegró de tener a otros policías cerca cuando por fin consiguiera arrinconar a Olsen. Más adelante, vio cómo él frenaba de pronto y viraba, y cómo la motocicleta casi se deslizó por debajo de él en el momento en que desaparecía por una calle lateral.
Anna pasó la curva de largo y tuvo que girar en redondo por la calle principal, provocando bocinazos todavía más furiosos de los otros vehículos. Cuando entró en la calle lateral, vio que Olsen salía por el otro extremo y una vez más aceleró su motocicleta al máximo. El rugido de la BMW reverberó en la estrecha calle y un par de peatones tuvieron que apretarse contra los edificios cuando ella pasó con un rugido. La cacería estaba poniéndose demasiado peligrosa; Olsen conseguiría escaparse a menos que ella lo alcanzara antes de que se internara más en la ciudad.
Anna estaba a punto de llegar al otro extremo de la calle cuando un coche patrulla verde y blanco, con las luces encendidas, entró en la calle por ese lado. Estaba claro que intentaba bloquearle la salida y ella hizo gestos desesperados de que la dejaran pasar. Pero el coche patrulla frenó con un chirrido y las puertas se abrieron. Salió un policía de cada lado del coche con las pistolas preparadas y apuntando a Anna.
Ella frenó de golpe y viró bruscamente la motocicleta delante del coche. La moto se deslizó por debajo de Anna mientras ella caía sobre el asfalto, sintiendo un fuerte ardor en el muslo cuando el tejido de sus téjanos se desgarró contra el suelo. Anna rodó varias veces hasta detenerse contra un coche estacionado. La motocicleta siguió deslizándose en una lluvia de chispas producidas por el roce del metal contra la calzada, hasta que chocó contra la parte delantera del coche patrulla.
Un segundo coche patrulla frenó detrás de ella y los aturdidos SchuPos se acercaron, guardando sus armas cuando, aun desde el suelo y con una mano acariciándose el muslo lastimado, ella les enseñó su placa ovalada de la Kriminalpolizei. La ayudaron a incorporarse y uno de ellos comenzó a decir algo respecto de que no sabían que era oficial de policía en persecución de un sospechoso.
Anna clavó la mirada en la calle vacía por la que Olsen había desaparecido, luego en la motocicleta BMW encajada debajo del coche patrulla. Con una voz tranquila, contenida, les pidió a los dos policías uniformados que transmitieran por radio el rumbo que había tomado el sospechoso y que trataran de conseguir un helicóptero para buscar a Olsen. Luego, después de tomar un largo aliento, exclamó, con un grito furioso y estridente, ante los cuatro SchuPos:
– ¡Idiotas de mierda!
25
Jueves, 25 de marzo. 16:30 h
Hospital Stadtkrankenhaus, Wilhelmsburg, Hamburgo
Maria Klee estaba de pie junto a la ventana. Llevaba un traje pantalón gris oscuro con una blusa de lino negro debajo. Tenía el pelo rubio apartado de la cara y sus ojos grises emitían un brillo frío bajo la dura luz del hospital. Maria siempre parecía un poco excesivamente elegante, tanto en su aspecto como en su tamaño y su vestimenta, para ser una Kriminaloberkommissarin. Allí, en aquella habitación de hospital acompañando a sus colegas cansados y heridos, el contraste era todavía más marcado.
– Bueno… -dijo, sonriendo y golpeando sus dientes perfectos con la punta de su bolígrafo- considerando las circunstancias, creo que podríamos decir que todo salió bien. La próxima vez que necesitéis entrevistar a alguien, creo que será mejor que os acompañe.
Fabel se rio sin alegría. Estaba desplomado en una silla contigua a la cama de Werner. Todavía llevaba puesta la cazadora Jaeger con el hombro desgarrado. Werner se había incorporado un poco, hasta quedar medio sentado, medio acostado. Tenía una hinchazón grotesca en un costado de la cara, que comenzaba a decolorarse. Ni las radiografías ni las tomografías habían revelado alguna fractura o inflamación en el cerebro, pero a los médicos les preocupaba la posibilidad de que los moretones ocultaran alguna fisura delgada. El policía yacía en una tierra de nadie entre la vigilia y el sueño; le habían dado algo para calmarle el dolor que había tenido un efecto más sedante que la llave inglesa de Olsen. Anna, que llevaba una bata de hospital y una inmensa almohadilla sujeta al muslo, estaba sentada en una silla de ruedas al otro lado de la cama de Werner.
– Hasta aquí ha llegado mi carrera de modelo de trajes de baño -había dicho cuando la entraron en la habitación. La persecución a alta velocidad y su espectacular clímax le habían hecho correr su característico maquillaje y lápiz de labios, y una de las enfermeras le había dado toallitas para que se los quitara del todo: ahora su cara estaba totalmente carente de productos cosméticos y su piel tenía un brillo casi traslúcido. Fabel nunca había visto a Anna sin maquillaje y quedó asombrado al ver lo joven que parecía en comparación con los veintisiete años de edad que tenía. Y lo hermosa que era. Tenía un aspecto que no concordaba con la agresividad con que cumplía con sus obligaciones. Una agresividad que Fabel había tenido que controlar en más de una ocasión.