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– ¿Ha recibido últimamente alguna correspondencia extraña, Herr Weiss? Es probable que nuestro asesino, o asesinos, intentaran ponerse en contacto con usted.

Weiss se echó a reír.

– ¿Correspondencia extraña? -Se puso en pie, irguiéndose imponente en la habitación, y se dirigió hacia un buró de madera que descansaba contra la única pared sin bibliotecas. Sobre el mueble, la pared estaba cubierta de ilustraciones antiguas enmarcadas. Weiss cogió una gruesa carpeta, volvió con ella y la arrojó sobre el escritorio antes de sentarse-. Esto es tan sólo lo de los últimos tres o cuatro meses. Si usted encontrara algo ahí que no fuera «extraño», yo estaría muy sorprendido. -Hizo un gesto de «adelante».

Fabel abrió la carpeta. Había docenas de cartas, algunas con fotografías, otras con recortes que el remitente pensaba que le serían de utilidad a Weiss. La mayoría parecían relacionadas con las «Wahlwelten», las novelas fantásticas, de Weiss: personas con vidas tristes y vacías que buscaban el consuelo de llevar una existencia alternativa y literaria haciendo que Weiss los incorporara a alguno de sus relatos. Había una carta muy explícita sexualmente de una mujer que le pedía a Weiss que fuera su «lobo grande y malo». Estaba acompañada por una fotografía de la remitente, desnuda salvo por una caperuza roja. Era una mujer excedida de peso de unos cincuenta años, cuyo cuerpo al parecer había sido derrotado tiempo atrás en una desigual batalla contra la gravedad.

– Y ese montón es minúsculo en comparación con los mensajes electrónicos que llegan a mi página web y a la de mi editorial -explicó Weiss.

– ¿ Usted responde a estas cartas?

– No, ya no. Solía hacerlo. O al menos a aquellas que eran razonablemente cuerdas o decentes. Pero ahora sencillamente no tengo tiempo. Por eso empecé a cobrar tarifas fijas para incluir personas como personajes de mis novelas «Wahlwelten».

Fabel lanzó una risita.

– ¿De modo que cuánto me cobraría usted por tener un papel en una de sus novelas?

– Herr Fabel, una de las lecciones principales del cuento de hadas es que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea. Yo podría incluirlo a usted en una de mis obras sólo porque me parece un personaje interesante, con un nombre poco común. A diferencia de la gente que paga por ser incluida, usted se ha encontrado conmigo. Yo tengo una idea de usted. Y una vez que esté en una de mis historias, tendré un control total sobre usted. Yo seré el único que decida su destino. Si vive o muere. -Weiss hizo una pausa y los negros ojos resplandecieron bajo el pesado puente de sus cejas. La escultura del hombre lobo permaneció congelada en su gruñido. Un coche pasó por la calle-. Pero, por lo general, cobro cinco mil euros por una mención de media página. -Weiss sonrió.

Fabel negó con la cabeza.

– El precio de la fama. -Hizo tamborilear sus dedos sobre la carpeta que estaba en el escritorio-. ¿Puedo llevarme estas cartas?

Weiss se encogió de hombros.

– Si cree que le serán de ayuda…

– Gracias. A propósito, estoy leyendo Die Märchenstrasse.

– ¿Le gusta?

– Lo encuentro interesante, pongámoslo de esa manera -dijo Fabel-. Estoy demasiado concentrado en cualquier posible conexión con estos homicidios como para evaluar sus méritos literarios. Y creo que es posible que esa conexión exista.

Weiss se recostó en la silla y entrelazó los dedos, luego tensó los dos índices el uno contra el otro y se llevó la mano al mentón. Era un gesto exagerado de reflexión.

– Me entristecería mucho que así fuera, Herr Kriminalhauptkommissar. Pero la temática principal de toda mi obra es que el arte imita la vida y la vida imita al arte. Yo no puedo animar a alguien a cometer homicidios con mis escritos. Esa persona ya es un asesino, al menos en potencia. Tal vez intenten imitar un método o un escenario… o incluso una temática, pero asesinarían de todas maneras, más allá de si leyeron mis libros o no. En definitiva, no soy yo quien inspira a esa clase de personas. Ellos me inspiran a mí. Así como siempre han inspirado a los escritores. -Weiss dejó que sus dedos se posaran suavemente sobre el volumen de cuentos de hadas con encuadernación de piel que descansaba sobre su escritorio.

– ¿ Como los hermanos Grimm?

Weiss sonrió y de nuevo hubo un brillo oscuro en sus ojos.

– Los hermanos Grimm eran académicos. Buscaban el conocimiento absoluto: los orígenes de nuestro idioma y nuestra cultura. Como todos los hombres de ciencia de su época, una época en la que la ciencia estaba convirtiéndose en la nueva religión de Europa Occidental, intentaban poner nuestro pasado bajo un microscopio y diseccionarlo. Pero la verdad absoluta no existe. Tampoco un pasado definitivo. Es un tiempo verbal, no un lugar. Lo que los hermanos Grimm descubrieron era el mismo mundo en el que ellos vivían; el mismo que nosotros habitamos ahora. Lo que los Grimm descubrieron es que lo único que cambiaba eran los marcos de referencia.

– ¿A qué se refiere?

Weiss volvió a levantarse del sillón de cuero y le hizo a Fa-bel el gesto de que lo siguiera hacia la pared cubierta de cuadros. Eran todos ilustraciones de libros del siglo XIX y principios del xx.

– Los cuentos de hadas han inspirado más que interpretaciones literarias -explicó Weiss-. Algunos de los mejores artistas prestaron su talento para ilustrar esos cuentos. Esta es mi colección: Gustave Doré, Hermann Vogel, Edmund Dulac, Arthur Rackham, Fernande Biegler, George Cruickshank, Eugen Neureuther; cada uno con una interpretación sutilmente diferente. -Weiss le señaló a Fabel una ilustración en particular: una mujer que entraba horrorizada a una habitación con suelo de losa y a la que se le caía una llave de la mano cuando lo hacía. En el fondo de la escena había un tocón con un hacha encima; ambos elementos estaban cubiertos de sangre, como el suelo a su alrededor. De las paredes pendían los cadáveres de varias mujeres, todas en camisón, como si las hubieran colgado en ganchos de carnicería.

– Adivino -dijo Weiss- que esta clase de escenas, aunque tal vez no en un grado tan excesivo, no le son desconocidas, Herr Fabel. Es la escena de un crimen. Está claro que esta pobre mujer -dijo, golpeando en el cristal que protegía la ilustración- acaba de entrar en la guarida de un asesino en serie.

Fabel se dio cuenta que no podía apartar la mirada de la imagen. Estaba hecha en el familiar estilo de una ilustración del siglo XIX, pero despertaba demasiadas resonancias en él.

– ¿De dónde es esta ilustración?

– Es obra de Hermann Vogel. De finales de la década de 1880. Se trata, Herr Fabel, de una ilustración de «La Barbe bleue» de Charles Perrault: «Barbazul». Un relato francés sobre un noble monstruoso que castiga la curiosidad de las mujeres matándolas y mutilándolas en una habitación cerrada de su castillo. Es un cuento. Una fábula. Pero ello no impide que sea una verdad universal. Cuando Perrault escribió su versión, los recuerdos de atrocidades reales cometidas por nobles todavía estaban muy presentes en la psique francesa. Gilíes de Rais, mariscal de Francia y camarada de armas de Juana de Arco, por ejemplo, sodomizó y asesinó a cientos de niños para alimentar sus perversos y descontrolados instintos. O Cunmar el Maldito, o Conomor, si lo prefiere, rey de Bretaña en el siglo VI, que es tal vez la referencia histórica más cercana de Barba Azul. Este monarca decapitó a cada una de sus esposas, y también le cortó la cabeza a la hermosa, piadosa y muy embarazada Trifina. A propósito, este relato se repite a lo largo de toda Europa: los hermanos Grimm lo registraron como «El novio ladrón», los italianos lo llamaron «Nariz de plata» y el Barba Azul inglés se llama «El señor Fox». Todos ellos se relacionan con la curiosidad femenina que lleva al descubrimiento de una espantosa cámara llena de sangre. Una sala de asesinatos.