Weiss hizo una pausa, como si quisiera volver a apreciar la ilustración.
– Hermann Vogel, el autor de esta pieza, era alemán. Aunque estaba ilustrando una fábula francesa, no pudo evitar introducir algo de su propio contexto cultural… El tocón y el hacha están tomados de «El novio ladrón» de los hermanos Grimm. El hecho es que este relato aparece en toda Europa y los detalles básicos son siempre los mismos. Debieron de inspirarse en un acontecimiento real, más allá de que se tratara, o no, de las hazañas de Cunmar el Maldito. Lo que quiero decir es lo siguiente: estos cuentos ejemplares para niños, estas antiguas fábulas y leyendas, son prueba de que el violador o asesino en serie o el secuestrador de niños no son un fenómeno moderno. El lobo malo y grande no tiene nada que ver con los lobos. -Weiss se echó a reír-. Lo divertido es que la maldición que le valió a Cunmar el epíteto de Maldito se suponía que debía convertirlo en hombre lobo por sus pecados… Finalmente toda la historia se confunde con el mito y la leyenda.
Weiss cogió una novela del estante que tenía delante. A diferencia de las otras, era un libro nuevo, moderno, de tapa dura con una sobrecubierta ilustrada. Fabel vio que estaba escrito por otro autor. No reconoció el nombre, pero era inglés o americano, no alemán. Weiss lo depositó encima de la carpeta con la correspondencia.
– Hoy en día reinventamos continuamente estos cuentos. Las mismas historias, nuevos personajes. Este es un best seller, la historia de la persecución de un asesino en serie que descuartiza ritualmente a sus víctimas. Estos son los cuentos de hadas de hoy en día. Estas son nuestras fábulas, nuestros Marchen. En lugar de elfos y koboldos y lobos hambrientos que acechan en los rincones oscuros del bosque, tenemos caníbales y diseccionadores y secuestradores acechando en los rincones oscuros de nuestras ciudades. Es parte de nuestra naturaleza disfrazar nuestros males como si fueran producto de algo extraordinario o diferente, en libros y películas sobre alienígenas, tiburones, vampiros, fantasmas, brujas. Pero el hecho es que hay una bestia que es más peligrosa, más depredadora que cualquier otra en la historia de la naturaleza: nosotros. El ser humano no sólo es el depredador principal del planeta, sino que también es la única criatura que mata por el mero placer de hacerlo, por satisfacción sexual o, en grupos organizados, para satisfacer conceptos abstractos de dogmas religiosos, políticos o sociales. No hay nada más mortal o amenazador que el hombre y la mujer comunes y corrientes de la calle. Pero eso, por supuesto, es algo que usted sabe perfectamente por su trabajo. Todo el resto, todas las historias de terror y las fábulas y las creencias en una maldad superior, es un velo que hemos corrido sobre el espejo en el que debemos mirarnos todos los días.
Weiss volvió a sentarse y le indicó a Fabel que hiciera lo mismo.
– A lo que más debemos temer es a nuestro vecino, a nuestro padre, a la mujer u hombre que se sientan junto a nosotros en el U-Bahn… A nosotros mismos. Y lo más difícil es afrontar la monstruosa banalidad de ese hecho. -Weiss giró ligeramente la pesada escultura que estaba sobre el escritorio de modo que las feroces mandíbulas enfrentaran a Fabel-. Esto es lo que se oculta dentro de nosotros, Herr Kriminalhauptkommissar. Nosotros somos los lobos grandes y malos.
Fabel se sentó y contempló la escultura, atraído por su espantosa belleza. Sabía que Weiss tenía razón en lo que decía. Él mismo, como Weiss había adivinado, veía las pruebas de ello en su trabajo. La monstruosa creatividad de que era capaz la mente humana a la hora de atormentar a otros. De matar a otros.
– De modo que usted dice que el asesino en serie no es un fenómeno moderno, sino sólo que antes no se lo llamaba de esa manera.
– Exacto. Todos nacemos arrogantes, Herr Fabel. Todos creemos que reinventamos el mundo de nuevo cuando nacemos. La triste verdad es que no somos más que meras variaciones de un mismo tema… o al menos de una experiencia común. El bien y el mal que hay en el mundo aparecieron con el primer hombre. Evolucionó con nosotros. Ésa es la razón de que tengamos todos esos antiguos cuentos y mitos folklóricos. Los hermanos Grimm registraban, no creaban. Ninguno de sus cuentos de hadas fueron invenciones propias, sino antiguos relatos folklóricos que recopilaron como parte de sus investigaciones lingüísticas. La existencia de esos cuentos y la advertencia implícita en cada uno de ellos de «nunca te aventures lejos de casa» y de «ten cuidado de los extraños» prueba que el asesino en serie no es un mero efecto lateral de la vida moderna, sino que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia. Y esos relatos debieron de inspirarse en sucesos reales. Los verdaderos orígenes de los cuentos de hadas deben de relacionarse con secuestros y asesinatos reales, así como la verdad de la licantropía, el mito del hombre lobo, se origina en la incapacidad de las generaciones anteriores de reconocer, definir o entender la psicopatía. La cuestión, Herr Fabel, es que todos aceptan que frecuentemente convertimos los hechos en ficción. Lo que yo afirmo es que también convertimos la ficción en hechos.
Fabel observó a Weiss mientras hablaba. Trató de deducir qué animaba el oscuro fuego, la pasión, que había en sus ojos.
– ¿De modo que cuando usted escribe que Jakob Grimm era un asesino de niños, cree que su acto de creación ficticia se traduce en alguna clase de verdad?
– ¿Qué es la verdad? -Había algo de condescendencia en la sonrisa conocedora de Weiss, como si Fabel no pudiera poseer los recursos intelectuales necesarios para enfrentarse a esa pregunta.
– La verdad -respondió Fabel- es un hecho absoluto e incontrovertible. Yo trato con la verdad, la verdad absoluta, todos los días. Entiendo lo que usted intenta decir: que a veces la verdad es abstracta o subjetiva. Jakob Grimm no era un asesino. La persona que yo busco es un asesino: eso es un hecho incontrovertible. La verdad. Lo que necesito establecer es hasta qué punto se ha inspirado en su libro, si es que lo hizo.
Weiss hizo un gesto de docilidad con las manos. Unas manos grandes, poderosas.
– Haga sus preguntas, Herr Kriminalhauptkommissar…
La entrevista duró veinte minutos más. El conocimiento sobre los mitos y fábulas de Weiss era enciclopédico y Fabel comenzó a tomar notas mientras el autor hablaba. Pero había algo en él que a Fabel no le gustaba. Había algo amenazador, no sólo en su tamaño -Weiss no transmitía la misma clase de violencia contenida que Olsen-; algo en sus ojos color carbón. Algo casi inhumano.
Por fin, Fabel preguntó:
– Pero todo esto, finalmente, no son más que cuentos de hadas. Usted no cree que fueran inspirados en acontecimientos reales, ¿verdad?
– ¿No? -dijo Weiss-. Fíjese en el cuento ruso de la choza de Baba Yaga, en la que todos los muebles están hechos con huesos. Habrá oído usted hablar de Ed Gein, por supuesto, el asesino en serie americano que inspiró el libro y la película Psicosis así como El silencio de los corderos. Cuando la policía entró en su granja encontraron sillas y banquetas hechas de huesos humanos, así como un traje casi completo hecho con la piel de mujeres muertas. Como ya he dicho, nadie es único. Debieron de existir innumerables Ed Gein antes. Es totalmente probable que alguna de las primeras versiones rusas inspirara la fábula de Baba Yaga. Y por favor tenga en cuenta, Herr Fabel, que muchos de estos cuentos de hadas han sufrido adaptaciones. Fíjese en su víctima de «La Bella Durmiente». En el relato original de la Bella Durmiente ella no se despertaba con un casto beso; era una historia de violación, incesto y canibalismo.
Cuando Fabel volvió a salir por la puerta hacia la Ernst-Mantius-Strasse, con la carpeta de la correspondencia de Weiss bajo el brazo, sintió la necesidad de inhalar un largo y profundo aliento que lo limpiara. No pudo deducir el porqué, pero tenía la sensación de haber escapado de una guarida, de que el estudio de Weiss, con su madera barnizada y oscura, lo asfixiaba. El sol había conseguido atravesar las nubes y bañaba las prístinas mansiones con una luz cálida. Fabel contempló cada una de esas casas en el camino de regreso a su coche; ¿cuántas habitaciones ocultas, cuántos oscuros secretos, se esconderían detrás de aquellas elegantes fachadas? Abrió su teléfono móvil.