Cuando Fabel regresó a la Mordkommission, pasó un momento por el escritorio de Anna Wolff. Le pasó el nombre y la dirección que figuraban en la nota que el asesino había metido en la mano de la chica. La sonrisa de Anna se desvaneció cuando leyó el mensaje.
– ¿ Ésta es la chica muerta?
– Eso es lo que necesito que averigües -respondió Fabel en un tono sombrío-. El asesino escondió una nota en la mano de la víctima. Decía que ésta es la identidad de la chica.
– Me ocuparé de inmediato, chef.
Fabel entró en su despacho y cerró la puerta. Se sentó detrás del escritorio y miró a través de la mampara de cristal que lo separaba de la oficina principal de planta abierta de la Mordkommission. Nunca había llegado a sentirse del todo cómodo en el nuevo PolizeiPräsidium; le gustaba mucho más la jefatura antigua, en Beim Strohhause, cerca de la Berliner Tor. Pero muchas cosas estaban cambiando en la Polizei de Hamburgo. Y a Fabel la mayoría de los cambios no lo atraían demasiado. Ahora estaban en un edificio moderno que se desplegaba radialmente como una estrella de cinco pisos de altura alrededor de un atrio central. Las cosas no habían salido tan bien como se habían planeado. Antes el atrio albergaba una especie de estanque, que a su vez albergaba grandes cantidades de mosquitos. Cuando el Präsidium, a su vez, quedó infestado de arañas atraídas por el botín del estanque, se decidió llenar la laguna artificial de grava. También hubo otras modificaciones: la rama SchuPo de la policía de Hamburgo dejó de usar los uniformes mostaza y verde que eran comunes a todas las fuerzas policiales alemanas y los reemplazó por otros color azul y blanco. Pero el cambio que a Fabel le resultaba más difícil de aceptar era la militarización de algunos sectores de la policía de Hamburgo: los MEK o Mobile Einsatz Kommando, las unidades especiales para operaciones de vigilancia y respuesta armada, eran un mal necesario; o al menos eso aseguraban sus superiores. El mismo Fabel había solicitado unidades MEK como refuerzo, en especial después de haber pasado por la experiencia de perder a un miembro de su propio equipo, pero tenía serias reservas sobre las actitudes de algunos oficiales de esos grupos.
Fabel observó a su equipo a través de la mampara. Ellos formaban la maquinaria que se utilizaría para encontrar al asesino de Paula. Eran las personas que serían enviadas en diferentes direcciones a cumplir las misiones que se les asignaran, hasta que todos se reunieran nuevamente en el momento de la resolución definitiva. Fabel debía mantener una visión panorámica, ver más allá de los detalles. Era su criterio, la forma en que organizaba los diversos elementos de la investigación, lo que determinaría si encontrarían o no al asesino de Paula. Era una responsabilidad en la que trataba de no pensar mucho, porque cuando lo hacía le resultaba casi insoportable. En esos momentos, cuestionaba las decisiones que había tomado. ¿Habría sido tan malo conformarse con una vida como académico en alguna universidad de provincias? ¿O como profesor de inglés o historia en una escuela frisona? Tal vez si lo hubiera hecho, su matrimonio con Renata habría sobrevivido. Tal vez podría dormir cada noche sin soñar con los muertos.
Anna Wolff golpeó a la puerta y entró. Su bonito rostro, con esos ojos oscuros y los labios demasiado rojos, estaba nublado por una expresión sombría. Asintió gravemente como respuesta a la pregunta tácita de Fabel.
– Sí. Paula Ehlers desapareció cuando volvía a su casa de la escuela. Revisé la base de datos y luego hablé con la Polizeidirektion de Norderstedt. La edad también concuerda. Pero hay algo que no encaja del todo.
– ¿Qué?
– Como he dicho, tendría la misma edad de la chica muerta… ahora. Paula Ehlers desapareció hace tres años, cuando tenía trece.
4
Miércoles 17 de marzo. 19:50 h
NORDERSTEDT, AL NORTE DE HAMBURGO
Por lo general sólo se tardaba una media hora en ir del Präsidium a Norderstedt, pero Fabel y Anna Wolff pararon en el camino para comer algo. El café Rasthof estaba prácticamente vacío, con excepción de un par de chóferes que, según supuso Fabel, pertenecían al camión y a la gran furgoneta Panel Van aparcados en el exterior. Los camioneros estaban sentados juntos a la misma mesa, dando cuenta de una montaña de comida en silencio y con expresión melancólica. Fabel observó sin demasiada atención a ambos hombres, los dos con vientres abultados y la complexión típica de las personas sedentarias de mediana edad; pero cuando pasó al lado de ellos notó que uno de los chóferes no tendría más de treinta años. Había algo en semejante desperdicio de la juventud que deprimió a Fabel. Pensó en lo que les esperaba a él y a Anna, una vida y juventud no desperdiciadas sino robadas, y una familia que había quedado rota y desintegrada. De todas las cosas a las que había tenido que enfrentarse como investigador de homicidios, nada lo afectaba tanto como las casas de los desaparecidos; en especial cuando la persona desaparecida era un niño. En ellas siempre se tenía la impresión de algo incompleto, algo sin resolver. En la mayoría de los casos, era simplemente una sensación abrumadora de espera: espera del momento en que el marido, la esposa, el hijo o la hija regresaran. O de que alguien pusiera fin a la espera anunciando que los desaparecidos estaban muertos. Alguien como Fabel.
Él y Anna Wolff escogieron el extremo más alejado de los camioneros, donde nadie pudiera oír la conversación. Anna pidió una salchicha bratwurst y café. Fabel tomó un bocadillo abierto y café. Cuando se sentaron, Anna puso sobre la mesa el expediente que había traído del coche y le dio la vuelta para que Fabel pudiera leerlo.
– Paula Ehlers. Tenía trece años cuando desapareció; de hecho desapareció el día después de su cumpleaños; de modo que ahora debería tener dieciséis. Como decía la nota, vivía en Buchsberger Weg, en el distrito Harksheide de Norderstedt. Su casa quedaba a tan sólo diez minutos andando de la escuela, y según el informe de la KriPo de Norderstedt, desapareció en algún momento de ese trayecto de diez minutos.
Fabel abrió el expediente. La cara que le sonrió desde la fotografía pertenecía a una chica pecosa y alegre. Una niña. Fabel frunció el ceño. Recordó el cuerpo en la playa, la cara que lo había contemplado sin expresión alguna desde la arena fría. Comparó a la Paula prepúber con la pospúber. Había una estructura común en ambos rostros, pero los ojos parecían distintos. ¿Sería tan sólo la diferencia entre la androginia de la niñez y los rasgos de una mujer casi formada de dieciséis años? ¿O esos cambios en el rostro se habían producido después de tres años de Dios sabe qué clase de sufrimientos? Los ojos. Fabel había contemplado durante un tiempo larguísimo los ojos de la chica muerta cuando yacía, muerta pero como si estuviera viva, en la playa de Blankenese. Eran los ojos lo que le molestaba,
Anna comió un bocado de la bratwurst antes de continuar. Cuando habló, golpeó el expediente con el dedo de una mano mientras se cubría la boca con la otra para evitar que cayeran migas.
– La policía de Norderstedt siguió todo el procedimiento al pie de la letra. Incluso reconstruyeron el trayecto de la escuela a la casa. Como después de un mes aún no la habían encontrado, catalogaron el caso como «persona desaparecida y posible homicidio».
Fabel hojeó el resto del expediente. Brauner había mandado hacer media docena de fotocopias ampliadas de la nota. Una de ellas ya estaba clavada en el tablero de incidentes de la oficina principal de la Mordkommission, y había otra en el expediente que Fabel tenía delante.
– Después de un año, retomaron el caso -continuó Anna-. Pararon e interrogaron a todos los que estaban caminando o conduciendo por la zona en el aniversario de la desaparición de Paula. Pero, una vez más, a pesar de todos sus esfuerzos, no encontraron nada. Un tal Kriminalkommissar Klatt, de la KriPo de Norderstedt, era quien estaba a cargo de la investigación. Lo he llamado por teléfono esta tarde… En resumidas cuentas, se ha puesto a nuestra disposición, incluso nos ha dado la dirección de su casa por si queremos visitarlo después de hablar con los Ehlers. Según Klatt, nunca hallaron ninguna pista verdadera, aunque comentó que vigilaron muy de cerca a uno de los maestros de Paula… -Anna acercó un poco la carpeta hacia ella y pasó las páginas del informe que la policía de Norderstedt había enviado por fax al Präsidium-. Sí… un tal Herr Fendrich. Klatt ha admitido que no tenía nada concreto sobre él, salvo un oscuro presentimiento sobre la relación entre Fendrich y Paula.