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– Lo es. Y llámame chef. Ahorra tiempo. ¿Tú que crees, Anna?

– Podría ser, supongo. Aunque él ha acompañado mucho a la familia Ehlers, no pudo disimular el desprecio que sentía por sus escasas expectativas y aspiraciones. Pero Fendrich sólo está relacionado con la desaparición de Paula Ehlers, lo que, técnicamente, aún no forma parte de esta investigación de homicidio. Él no tiene una coartada para los otros casos, pero, como ya he explicado, vive solo en aquella gran casa que antes compartía con su madre. Si tuviera coartadas para los otros casos, entonces yo sospecharía. De todas maneras, mi instinto me dice que él no es nuestro hombre. Aunque la cuestión de que le regalara un libro de cuentos de hadas de los hermanos Grimm me molesta. Incluso aunque él nos haya suministrado voluntariamente esa información.

– De acuerdo, pero mantengamos a Fendrich en la lista de sospechosos. Eso nos deja con Weiss, el autor…

– Bueno, chef-dijo Maria-. El, en gran medida, es tu bebé. ¿Por qué lo incluirías como sospechoso?

– Bueno, en primer lugar, hay inquietantes paralelismos entre estos asesinatos y la novela de Weiss, Die Märchenstrasse. Ambos tienen una temática «Grimm», y ambos están relacionados con un asesino en serie que recrea los cuentos de hadas en la vida real. Weiss está cosechando la atención de los medios y las ventas de su libro han aumentado precisamente por esta conexión.

Anna lanzó una risita.

– No puedes estar sugiriendo que estos asesinatos son una especie de retorcida campaña de lanzamiento de este libro.

– No específicamente. Pero tal vez Weiss sea capaz de encarnar sus propias teorías. No cabe duda de que es un capullo arrogante y engreído. Pero, más que eso, es una persona inquietante. Y corpulento. Verdaderamente grande y poderoso. Y la autopsia de Laura von Klostertadt indicaba que una mano enorme la retuvo debajo del agua.

– También podría ser Olsen -dijo Anna-. O, para el caso, Fendrich.

Fabel se volvió hacia Maria.

– ¿Qué has averiguado sobre Weiss, Maria?

– Ninguna condena penal. Cuarenta y siete años, casado dos veces, divorciado dos veces, sin hijos. Nació en Kiel, Schleswig-Holstein. Su madre era extranjera. Italiana, de ascendencia aristocrática, y su padre poseía una compañía naviera en Kiel. Se educó en una Internat privada y cara aquí en Hamburgo, así como en Inglaterra e Italia. Universidad de Hamburgo… Primera novela publicada poco después de su graduación, sin mucho éxito… Su primera novela de la serie «Wahlwelten» salió en 1981 y fue un éxito enorme. Eso es prácticamente todo. Oh, había un hermano. Un hermano menor. Pero murió hace unos diez años.

Fabel tenía el aspecto de alguien que hubiera recibido un golpe.

– ¿Un hermano? ¿Muerto? ¿Cómo murió?

– Al parecer se suicidó. Tenía alguna clase de enfermedad mental.

– Dime, Maria, ¿no sería escultor, por casualidad?

Maria parecía sorprendida.

– En realidad sí. ¿Cómo lo sabes?

– Creo que tal vez haya visto una obra suya -dijo Fabel, y el rostro feroz de un lobo, tallado en ébano, le cruzó la mente. Contempló el agua al lado del grupo. Los cisnes estaban dándole la espalda al pan empapado y avanzaban lentamente hacia el puente. Se volvió hacia su equipo-. El Kommissar Hermann tiene razón. Creo que todos deberíamos considerar Die Märchenstrasse, el libro de Weiss, como lectura obligatoria. Me encargaré de que recibáis una copia cada uno de vosotros antes de que termine el día. Y quiero estar seguro de que lo leeréis.

Fabel le había pedido a Anna que se quedara, diciéndole que él la llevaría de regreso al Präsidium. Henk Hermann había revoloteado, indeciso, hasta que Fabel le indicó que regresara con Maria. Se sentaron solos a la mesa. Fabel pidió otro café y enarcó una ceja en gesto de interrogación. Anna negó con la cabeza.

– Escucha, Anna -dijo Fabel, después de que el camarero se marchara-. Eres una agente de policía excepcional. En mi opinión, muy valiosa para el equipo. Pero hay algunas cuestiones sobre las que tenemos que hablar.

– ¿Cómo cuáles?

Él volvió la cara hacia ella.

– Como tu agresividad. Y tu necesidad de trabajar más como miembro de un equipo, no como un individuo.

La expresión de Anna se endureció.

– Creía que ésa era la razón por la que nos reclutaste a cada uno de nosotros; por nuestra individualidad. Porque éramos diferentes.

– Es cierto, Anna. Pero tus talentos individuales sólo me sirven en combinación con los de los otros miembros del equipo.

– Creo que sé adonde quieres ir a parar con esto… ¿Henk Hermann?

– Es brillante, Anna. Y entusiasta. Es un buen policía y creo que vosotros dos trabajaréis bien juntos. Pero sólo si lo dejas entrar y le das la oportunidad.

Anna no contestó durante un momento. Luego clavó su habitual mirada desafiante en la cara de Fabel.

– ¿ Soy yo, o es una endemoniada coincidencia el hecho de que se parezca tanto a Paul Lindemann? Comenzaba a preguntarme si nosotros también temamos nuestro propio «niño cambiado».

La broma de Anna enfureció a Fabel y él no contestó inmediatamente. Caminaron hasta el BMW de Fabel. El apagó la alarma, destrabó las puertas con el mando a distancia y luego apoyó un codo en el techo del coche, mirando a Anna.

– Yo no recluto agentes por motivos sentimentales, Kommissarin Wolff. -Fabel hizo una pausa y luego se echó a reír. Sabía a qué se refería ella. Hermann tenía el mismo aspecto delgado, desgarbado y el mismo color arenoso en el pelo que Paul Lindemann, el agente que habían perdido-. Es cierto que se parece un poco, ¿no? Pero él no es Paul. Y lo recluté sólo por sus propios méritos y potencial. Necesito que trabajes con él. Está tanto en tus manos como en las mías desarrollar ese potencial, sacar lo mejor de él. Y, antes de que lo digas, no te estoy pidiendo que seas su niñera. Sólo que él tiene mucho que aprender y quiero que lo ayudes, no que le pongas obstáculos. Y además tengo que decirte, a propósito, que tú también podrías aprender unas cuantas cosas de él.

Volvieron en coche hacia Winterhude y el Polizeipräsidium. El sol blanqueado por las nubes se oscurecía y se aclaraba, como si no estuviera seguro de qué clima darle a ese día. Anna permaneció callada la mayor parte del trayecto; luego, de pronto, dijo:

– De acuerdo, chef. Trataré de acercarme a Hermann. Sé que puedo ser insoportable a veces, pero todo lo que ocurrió el año pasado, lo de Paul, y que hirieran a Maria, me afectó. Paul era tan malditamente recto, tan meticuloso y preciso en todo lo que hacía, que me ponía muy nerviosa. Pero era una buena persona, un tipo honrado, y una siempre sabía cuál era la situación con él. -Hizo una pausa. Fabel no la miró directamente porque sabía que la dura y pequeña Anna no quería que él la viera consternada-. El estaba protegiéndome… -dijo, con la voz tensa-. Eso es lo que me mantiene despierta por las noches. Que él muriera tratando de que a mí no me pasara nada. Yo sobreviví y él no.

– Anna… -comenzó a decir Fabel, pero ella lo interrumpió, obligándose a hablar en tono normal.

– Le sugeriré a Henk Hermann que nos veamos para charlar. Ir a tomar una copa o algo así. Conocernos. ¿De acuerdo?

– De acuerdo, Anna.

Aparcaron en el Präsidium y Anna apoyó la mano en la puerta del coche pero no hizo ningún movimiento para salir. Clavó su franca mirada en Fabel.

– ¿Por qué no Klatt? -preguntó abruptamente, y cuando Fabel la miró con una expresión confusa en la cara, añadió-: Estaba convencida de que le pedirías a Klatt que se incorporara al equipo. Creo que es probable que a él también se le ocurriera esa idea. ¿Por qué te decidiste en cambio por Henk Hermann?

Fabel sonrió.

– Klatt es un buen policía, pero no tiene lo que hace falta para ser un agente de la Mordkommission. Se obsesionó demasiado con Fendrich. No sé, tal vez Fendrich sea nuestro hombre, pero Klatt estaba demasiado cerrado para considerar otras alternativas. Si el asesino no es Fendrich, entonces es posible que, en aquellos primeros días de la investigación, tal vez incluso en las primeras horas, que son de vital importancia, Klatt no registrara algo en la periferia de su visión que podría haber cerrado la brecha entre él y el secuestrador de Paula.