– ¿Cerveza?
Henk levantó las manos.
– Será mejor que me limite a…
– Un rye-and-dry y una cerveza, entonces -le dijo al camarero.
Hermann se echó a reír. Miró a la muchacha bonita y menuda que tenía delante; podría haber sido cualquier cosa excepto una mujer policía. Sus grandes ojos oscuros estaban realzados por una sombra de ojos un poco exagerada. Sus labios carnosos y en forma de corazón llevaban un lápiz labial rojo como un camión de bomberos. Tenía el pelo negro corto y lo había modelado con gel dándole una forma casi puntiaguda. Ese aspecto, sumado a su acostumbrada combinación punk-chic de camiseta, téjanos y una chaqueta de cuero que le iba grande parecía especialmente preparado para darle la apariencia de una chica dura. No daba resultado: esos elementos, juntos, conspiraban para acentuar su feminidad de niña. Pero, según Henk había oído, sí era dura. Realmente dura.
Anna inició una charla sobre temas sin importancia y sin demasiado entusiasmo mientras esperaban la bebida. Le preguntó a Henk qué pensaba de la Mordkommission, qué tenía de diferente con su tarea como SchuPo, y formuló otras preguntas azarosas y poco inspiradas. Los tragos llegaron a la mesa.
– No tienes que hacer esto, ¿sabes? -Henk bebió un sorbo de su cerveza.
– ¿A qué te refieres? -Anna enarcó sus oscuras cejas y al hacerlo su cara pareció la de una colegiala inocente.
– Sé que te caigo mal… Bueno, tal vez eso sea muy fuerte… Sé que no apruebas del todo que Herr Fabel me incorporara al equipo.
– Gilipolleces -dijo Anna. Se quitó la chaqueta de cuero y la colgó del respaldo de la silla. Al hacerlo, su collar se salió de debajo de la camiseta. Ella volvió a acomodarse en la silla y se metió el collar otra vez debajo de la camiseta-. Él es el jefe. Sabe lo que hace. Si dice que tú eres adecuado para el trabajo, eso me basta.
– Pero no estás contenta con la decisión.
Anna suspiró. Bebió un gran sorbo de su trago, una combinación de bourbon y ginger ale.
– Lo siento, Henk. Sé que no te he dado la mejor de las bienvenidas. Es sólo que… Bueno, es sólo que me ha costado mucho sobreponerme a la muerte de Paul. Entiendo que Fabel te contó todo aquello…
Henk asintió.
– Bueno, sé que necesitamos que alguien ocupe su lugar. Pero que no ocupe su lugar, si entiendes a lo que me refiero.
– Lo entiendo. En serio -dijo Henk-. Pero, para ser honesto, no es mi problema. Es una historia de la que no formo parte. Tú tienes que aceptar que he entrado en este equipo para hacerlo lo mejor que pueda. No conocí a Paul Lindemann ni tomé parte en aquella investigación.
Anna bebió otro sorbo y frunció la nariz cuando el alcohol bajó por la garganta.
– No. Te equivocas. Sí eres parte de aquella historia. Si eres parte del equipo, eres parte de lo que le ha ocurrido al equipo. Y aquella noche, en los Altes, todos cambiamos. Yo, Maria, sólo Dios sabe lo mucho que cambió Maria allí, incluso Werner y Fabel. Y perdimos a uno de los nuestros. Todavía estamos, todos nosotros, enfrentándonos a ello.
– De acuerdo. -Henk se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa-. Cuéntamelo.
39
Miércoles, 14 de abril. 21:30 h
Eppendorf, Hamburgo
Fabel no tuvo que buscar el apartamento de Heinz Schnauber. Conocía muy bien Eppendorf; el Institut für Rechtsmedizin estaba ubicado en la Universitätklinikum Hamburg-Eppendorf, y el apartamento de Schnauber se encontraba en uno de los elegantes Wohnhäuser del siglo XIX sobre la Eppendorfer Landstrasse, una calle con mucha clase.
Schnauber estaba esperándolo; aun así, Fabel exhibió su placa ovalada de la KriPo y su carnet identificatorio cuando abrió la puerta. Tendría alrededor de cincuenta y cinco años, no era demasiado alto, y era delgado sin ser escuálido. Hizo pasar a Fabel a un elegante salón. Los muebles hacían juego con el período del edificio, pero eran infinitamente más cómodos que los que había visto en la mansión de Vera Schiller en Hausbruch. Fabel nunca sabía cómo comportarse con los hombres homosexuales. Le gustaba verse a sí mismo como un tipo sofisticado, moderno y racional, y por otra parte, no tenía nada contra los gay, pero su luterana educación frisona lo volvía torpe e incómodo en su compañía. Su propio provincianismo estaba irritándolo cada vez más, especialmente cuando notó la leve sorpresa que le había causado el hecho de que Schnauber fuera perfectamente masculino en sus modales y en su manera de hablar. Algo que sí percibió Fabel fue el intenso dolor que aparecía en los ojos de Schnauber cuando hablaba de Laura von Klostertadt. Más allá de si Schnauber era gay o no, estaba claro que amaba a Laura. Con un amor casi paternal.
– Ella era mi princesa -explicó Schnauber-. Así la llamaba yo: «mi princesita rota». Puedo decir honestamente que era lo más cerca a una hija que he tenido.
– ¿Por qué «rota»?
Schnauber sonrió con amargura.
– Estoy seguro de que usted se encuentra con toda clase de familias disfuncionales, Herr Kriminalhauptkommissar. En su trabajo, quiero decir. Padres drogadictos, niños delincuentes, malos tratos, esa clase de cosas. Pero hay familias muy diestras en ocultar esa disfuncionalidad. Tienen los trapos sucios muy bien guardados en los armarios. Bueno, cuando se tiene tanto dinero e influencia como los Von Klostertadt, uno puede comprarse muchos armarios.
Schnauber se sentó en el sofá e invitó a Fabel a que se sentara en un gran sillón de respaldo alto y tapizado de cuero.
– Quería preguntarle por la fiesta -dijo Fabel-. Me refiero a la fiesta de cumpleaños de Fräulein Von Klostertadt. ¿Pasó algo fuera de lo común? ¿Se coló alguien?
Schnauber se echó a reír.
– No se cuela nadie en mis fiestas, Herr Fabel -dijo, enfatizando el «no»-. Y no; por lo que sé, no ocurrió nada desagradable ni fuera de lo común. Estaba la previsible frialdad entre Laura y su madre. Y Hubert, como siempre, se comportó como la mierdita altanera que es. Pero, salvo por esos detalles, la fiesta salió como un sueño. Vinieron un grupo de americanos, de una exclusiva compañía de ropa náutica de Nueva Inglaterra. Estaban interesados en contratar a Laura como su «rostro». A los yanquis les encanta su aspecto de aristócrata europea. -La tristeza en la expresión de Schnauber se hizo más profunda-. Pobre Laura, cada fiesta de cumpleaños que tuvo de niña estaba organizada para que concordara la agenda social de su madre. Luego, de adulta, eran excusas para promocionarla ante clientes potenciales. Yo me sentía muy mal al respecto. Pero mi trabajo, como agente, era promocionarla lo más amplia y eficazmente que pudiera. -Sus ojos se cruzaron con los de Fabel. Había firmeza en la mirada, como si para él fuera importante que Fabel le creyera-. Hacía todo lo que podía para que esas fiestas fueran más que eventos promocionales de gente bien vestida, ¿sabe? Le compraba pequeños regalos sorpresa para su cumpleaños, le mandaba hacer una tarta especial, esa clase de cosas. Realmente intentaba que ella lo pasara bien.
– Me hago cargo, Herr Schnauber. Entiendo. -Fabel sonrió. Le dejó a Schnauber un momento a solas con sus pensamientos antes de hacer la siguiente pregunta-. Usted dice que los Von Klostertadt tienen un montón de trapos sucios en el armario. ¿Qué clase de trapos? ¿Ocurre algo malo en la familia de Laura?
Schnauber se acercó al aparador de las bebidas y se sirvió un whisky de malta en una cantidad que a Fabel le pareció excesiva. Inclinó la botella en dirección de Fabel.
– No, gracias… Estoy de servicio.
Schnauber volvió a sentarse y bebió una considerable porción de la exagerada medida de escocés que se había servido.
– ¿Ha conocido usted a los padres? ¿Ya Hubert?