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Fabel contempló el rostro pecoso de la fotografía.

– Pero si apenas tenía trece años…

Anna lo miró con una expresión de «no me vengas con ésas». Fabel suspiró; había sido un comentario ingenuo, incluso estúpido. Después de más de una década al frente de una brigada de homicidios muy poco de lo que la gente era capaz de hacer debería sorprenderlo, y mucho menos la posibilidad de que un maestro pedófilo se obsesionase con una de sus alumnas.

– Pero ¿Klatt no pudo encontrar nada específico para fundamentar sus sospechas? -preguntó. Anna estaba comiendo otro bocado y negó con la cabeza.

– Lo interrogó más de una vez -dijo Anna sin dejar de masticar, volviendo a cubrirse los labios con la punta de los dedos-. Pero Fendrich comenzó a hablar de acoso policial. Klatt se vio obligado a retroceder. Para ser justos con Fendrich, me da la impresión de que, ante la falta de cualquier otra ruta de investigación, se aferraron a cualquier cosa.

Fabel miró por la ventana la doble imagen del aparcamiento iluminado a la que se superponía el reflejo oscurecido de su propia cara. Un Mercedes aparcó y salió una pareja de alrededor tic treinta años de edad. El hombre abrió la puerta trasera y una niña de unos diez se bajó del coche y automáticamente cogió la mano de su padre. Era un gesto instintivo y habitual, la innata expectativa de protección que tienen los niños. Fabel se volvió hacia Anna.

– No estoy convencido de que sea la misma chica.

– ¿Qué?

– No digo que no lo sea. Sólo que no estoy seguro. Hay algunas diferencias. En especial en los ojos.

Anna se inclinó hacia atrás en su silla y frunció los labios.

– Entonces es una gran coincidencia, chef. Si no es Paula Ehlers, es alguien que se le parece muchísimo. Y que tenía su nombre y dirección en la mano. Como ya he dicho, una gran coincidencia… Y si hay algo en lo que he aprendido a no creer, es en las coincidencias.

– Lo sé. Como he dicho, es sólo que hay algo que no encaja.

La B433 corre recta a través de Norderstedt en su recorrido hacia el norte, en dirección de Schleswig-Holstein y Dinamarca. Harksheide se encuentra al norte del centro de la ciudad y Buschberger Weg está a la derecha de la carretera. Cuando se acercaban a la salida para Buschberger Weg, Fabel se dio cuenta de que la escuela a la que asistía Paula estaba un poco más arriba por la calle principal, adelante y a la izquierda. Paula habría cruzado esta transitada calle para llegar a su casa, y es posible que recorriera una parte de ella durante un rato. Allí había sido secuestrada. De un lado o del otro; lo más probable era que hubiera sido en la calzada en dirección a Hamburgo.

Era como Fabel había supuesto. Había una oscura electricidad en la casa de los Ehlers, algo intermedio entre la expectativa y el terror. La vivienda misma era la más común y corriente de las casas: una sola planta con un techo inclinado de tejas rojas, la clase de edificaciones que se ven desde los Países Bajos hasta la costa báltica y desde Hamburgo hasta el extremo septentrional de la Jutlandia danesa. Estaba rodeada por un jardín inmaculado, bien provisto pero totalmente carente de imaginación.

Frau Ehlers tenía poco más de cuarenta años. Su pelo debió de haber sido tan rubio como el de su hija, pero las décadas habían bajado un tono a su brillo. Tenía el pálido aspecto nórdico de la gente de Schleswig-Holstein, la angosta franja del norte de Alemania: ojos azules y claros y una piel prematuramente envejecida por el sol. Su marido era un hombre de expresión seria. Fabel calculó que tendría unos cincuenta años. Era alto y quizá demasiado delgado, un schlaksíg, como decían en Alemania del Norte. También era rubio, pero con un tono más apagado que el color de su mujer. Sus ojos eran de un azul más oscuro y ensombrecido contra la pálida piel. En el momento de las presentaciones, Fabel procesó las imágenes que tenía delante con las que guardaba en su memoria: Los Ehlers, la chica en la fotografía del expediente, la chica en la arena. De nuevo algo chirrió en su cerebro, una inconsistencia apenas perceptible.

– ¿Han encontrado a nuestra hijita? -Frau Ehlers buscó la respuesta en la cara de Fabel con una urgencia e intensidad que a él se le hicieron casi insoportables.

– No lo sé, Frau Ehlers. Es posible. Pero necesitamos que usted o Herr Ehlers realicen una identificación positiva del cuerpo.

– ¿De modo que existe la posibilidad de que no sea Paula? -Había una insinuación de desafío en el tono de Herr Ehlers. Fabel miró de reojo a Anna.

– Supongo que sí, Herr Ehlers, pero todo indica que es muy probable que sea Paula. La víctima es más alta que Paula cuando desapareció, pero esa altura concuerda con el crecimiento que podría esperarse en un lapso de tres años. Y hay algunas evidencias que parecen relacionarla con esta dirección. -Fabel no quiso contarles que el asesino había etiquetado a su víctima.

– ¿Cómo murió? -preguntó Frau Ehlers.

– No creo que sea conveniente entrar en ello hasta que nos aseguremos de que en verdad es Paula -respondió Fabel. La desesperación en los ojos de Frau Ehlers pareció intensificarse. Comenzó a temblarle el labio inferior. Fabel cedió-. La víctima que hallamos fue estrangulada.

Unos sollozos mudos atravesaron el cuerpo de Frau Ehlers. Anua dio un paso hacia delante y le puso un brazo en el nomino, pero Frau Ehlers se apartó. Se generó un silencio incómodo. Fabel se dio cuenta que estaba recorriendo la habitación Con la mirada. En una pared había una fotografía enmarcada de gran tamaño. Era evidente que se había tomado con una cá-111.11 a corriente y había sido ampliada más de lo aconsejable. Tenía una textura granulosa y la chica en el centro de la imagen tenía las pupilas enrojecidas por el flash. Era Paula Ehlers; son-iría a la cámara desde detrás de una gran tarta de cumpleaños adornada con el número trece. Fabel sintió un escalofrío cuando se dio cuenta de que ella estaba mirándolo desde el día antes de que fuera arrancada de su familia.

– ¿Cuándo podemos verla? -preguntó Herr Ehlers.

– Hemos arreglado con la policía local que los lleven esta noche, si les parece bien. -Fue Anna quien contestó-. Nos encontraremos con ustedes allí. Un coche vendrá a recogerlos cerca de las nueve y media de la noche. Sé que es tarde…

Herr Ehlers la interrumpió.

– Está bien. Los esperamos.

De regreso al coche, Fabel percibió tensión en los movimientos de Anna. Ella se mantenía en silencio.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó él.

– En realidad no. -Anna miró la casa pequeña y triste con su jardín cuidado y su tejado rojo-. Aquello debió de ser duro. No sé cómo habrán podido aguantarlo tanto tiempo. Toda esa espera. Toda esa esperanza. Contaban con que nosotros encontrásemos a su hija y, cuando por fin lo hacemos, ni siquiera podemos devolvérsela con vida.

Fabel desactivó la alarma y las cerraduras del coche y esperó hasta que ambos estuvieran sentados en el interior antes de contestar:

– Me temo que así son las cosas. Los finales felices ocurren sólo en las películas, no en la vida real.

– Pero actuaban como si nos odiasen.