Yo me había vestido como un cochero y, después de sujetar a Imogen en el compartimiento, subí al pescante del coche y me marché del escenario con toda tranquilidad. Había llevado a cabo el secuestro sin que nadie lo notara. De hecho tuve la gran suerte de que el cuerpo de su acompañante no fuese descubierto minutos después, como había temido, sino mucho más tarde aquel día, en una búsqueda emprendida por algunos vecinos preocupados por la suerte de las damas desaparecidas.
Habiendo anticipado la necesidad de un lugar donde esconderme, me había asegurado de obtener un alojamiento en Lübeck separado del de mi hermano, una pequeña casa en las afueras de la ciudad. Después de que anocheciera, entré en la casa a Imogen, a quien a partir de ahora me referiré como Rapunzel, y luego la bajé al sótano. Allí la até firmemente, le administré un poco más de láudano y la amordacé, por si en mi ausencia conseguía despertarse y alertar a los viandantes con sus gritos.
Luego me reuní con mi hermano y tuvimos una espléndida cena de venado «direkt von der Jagd». Me permití un momento de regocijo ante la idea de consumir carne «directamente de la caza» cuando yo mismo había llegado «directamente de la caza». Sin embargo, cuando pensé en el botín que mi caza había producido, experimenté una viril molestia y aparté de mi mente ese pensamiento.
Al regresar a mi alojamiento, descubrí que mi hermosa Rapunzel se había despertado. ¿Rapunzel o la Bella Durmiente? Ese dilema ya se me había ocurrido antes: estos relatos son, en esencia, variaciones, más que historias separadas. En ambos casos, mi hermano había insistido en que los «civilizáramos» un poco, haciendo que la Bella Durmiente se despertara con un beso. En el original que habíamos descubierto, en realidad la persona que la encuentra en su sueño de cien años no es un príncipe sino un rey casado, quien tiene conocimiento carnal de ella varias veces mientras duerme. Sólo cuando ella da a luz a dos mellizos y uno de ellos, intentando mamar, le chupa la astilla del dedo, se despierta de su sueño encantado. En el cuento de Rapunzel la joven princesa de la torre tampoco es tan casta como dan a entender las versiones posteriores, incluso la que nosotros compilamos. Se corre un velo sobre el hecho de que Rapunzel tiene dos hijos después de sus encuentros con el príncipe. He ahí la moral de una época previa, en la que los valores cristianos tenían una influencia menor o ninguna. Tanto Rapunzel como la Bella Durmiente, en sus versiones originales, tienen hijos de relaciones extramaritales…
Fabel dejó el libro sobre la mesa. Recordó lo que le había dicho Heinz Schnauber sobre el embarazo secreto y el aborto de Laura von Klostertadt. Si el asesino estaba siguiendo o bien versiones auténticas, originales, de los cuentos de hadas, o bien el libro de Weiss, entonces eso la hacía todavía más «adecuada» como víctima. Pero había sido un secreto celosamente guardado: si el asesino lo sabía, entonces tenía que tener algún conocimiento íntimo de la familia Von Klostertadt. O podía haber sido el padre. Fabel siguió leyendo.
Por el bien de la fidelidad a la fábula, me vi obligado, por lo tanto, a violar a mi Rapunzel, pero sólo cuando estuvo dormida. Ella me miró con ojos suplicantes, lo que la despojaba de buena parte de su atractivo. Cuando le quité la mordaza comenzó a rogar por su vida. Me pareció interesante que una mujer de su alcurnia no intentara rogar por su virtud, e incluso percibí que la hubiera entregado de buen grado si con eso aseguraba su supervivencia. Le hice beber más láudano y su rostro recuperó la tranquilidad y la belleza. Una vez que la despojé de la ropa me sentí embriagado por la belleza de su cuerpo y he de admitir que me satisfice en su carne varias veces mientras dormía. Luego, con suavidad, le coloqué un cojín de seda sobre la cara. No se debatió amargamente por su vida y su alma la abandonó.
Una vez más, Fabel se apartó del libro, en esta ocasión para buscar el informe de la autopsia de Von Klostertadt: lejos de presentar alguna señal de traumatismo sexual, había indicios de que Laura podría haberse mantenido célibe en los últimos tiempos. Volvió a Die Märchenstrasse.
La noche siguiente regresé al parque y dejé a mi Rapunzel bajo la torre ornamental del centro. La luna brillaba con fuerza, iluminando su hermosura. Le cepillé el resplandeciente cabello, que refulgía como oro blanco a la luz de la luna. La dejé allí, a mi Rapunzel, para que la encontraran y recordaran los viejos cuentos.
Yo había considerado que mi recreación era completa y había quedado muy satisfecho con ella. Cuál no sería mi sorpresa y mi alegría cuando, unos días más tarde, se supo que Frau X se había convertido en el centro de rumores e hipótesis sobre su papel en la muerte de su hijastra. Tales eran las sospechas -aunque ninguna se confirmara oficialmente- que no sólo su posición social entre la elite de Lübeck quedó completamente destruida, sino que incluso la gente de la calle la abucheaba cuando la veía pasar. Una prueba concluyente no sólo de que el prejuicio de los campesinos pervive en el denominado mundo civilizado, sino de la verdad esencial de aquellos antiguos relatos.
Fabel cerró el libro, apoyando la mano sobre la cubierta como si esperara que le revelara más cosas por osmosis. Se trasladó en su mente más allá de la sobrecubierta ilustrada, del producto comercial editorial que descansaba bajo su mano, hasta el momento de la creación. Imaginó la mole amenazadora de Weiss encorvado sobre su ordenador portátil, el resplandor de aquellos ojos demasiado oscuros en ese estudio suyo que absorbía toda luz. Recordó la escultura del lobo/hombre lobo, probablemente tallada por el hermano loco de Weiss, atrapada en su muda furia mientras Weiss cometía sus asesinatos en serie en la página.
Fabel se puso de pie, cogió su cazadora jaeger y apagó la luz de su escritorio. Hamburgo resplandecía al otro lado de la ventana de su despacho. Allí fuera un millón y medio de almas dormían, mientras otros exploraban la noche. Pronto. Tuvo la certeza de que el próximo asesinato tendría lugar muy pronto.
45
Lunes, 19 de abril. 11:00 h
Altes Land, sudoeste de Hamburgo
Fabel esperó.
Estaba empezando a tener esa sensación, casi como de borrachera, que experimentaba cuando dormía muy poco. Le habría venido bien no tener que conducir tan temprano desde Norddeich hasta Hamburgo. Susanne había decidido quedarse con Gabi y su madre, aprovechando al máximo los dos días que le quedaban hasta el miércoles, cuando regresaría por tren.
El asesino estaba ocupando todos sus recursos. Ya tenían tantos homicidios paralelos, tantas evidencias forenses para procesar y entrevistas que realizar que Fabel había delegado en Maria el control total de la investigación del caso de Ungerer. No era una decisión con la que se sintiera cómodo. Valoraba a Maria por encima de todos los otros miembros de su equipo, tal vez incluso por encima de Werner. Era una mujer de una inteligencia sorprendente que tenía, por un lado, un enfoque metódico, con un buen ojo para los detalles, y por el otro podía actuar con gran velocidad. Pero aún no estaba convencido de que estuviera lista. Físicamente, lo estaba. Incluso le habían dado un certificado de alta psicológica. Oficialmente. Pero Fabel veía algo en los ojos de Maria que antes no había visto. No podía especificar qué era, pero le preocupaba.
Por el momento, sin embargo, por desgracia no tenía alternativa que asignar el caso de Ungerer a Maria. Sentía que estaba haciendo muchas concesiones: había hecho que Anna se reincorporase a la actividad, incluso a pesar de que ella ya no podía ocultar las muecas de dolor si algo le rozaba el muslo lastimado; había puesto a Hermann a trabajar a tiempo completo en la Mordkommission, a pesar de que él no había hecho un adiestramiento completo como KriPo; y había tenido que incorporar a dos miembros del SoKo, el departamento de delitos sexuales, para apuntalar su equipo.