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– Nos odian -dijo Fabel con resignación-. ¿Y quién puede culparlos? Como acabas de decir, se suponía que la traeríamos de regreso viva, no que les diríamos que hemos encontrado su cuerpo abandonado en alguna parte. Contaban con que les trajésemos un final feliz. -Encendió el motor-. De todas maneras, mantengámonos concentrados en el caso. Es hora de visitar al Kriminalkommissar Klatt.

Norderstedt tiene una personalidad oficialmente dividida. Es parte del Gran Hamburgo, sus números telefónicos comparten el prefijo 040 de Hamburgo, y cuando Fabel y Anna atravesaron Fuhlsbüttel y Langenhorn hasta llegar a Norderstedt tuvieron la sensación de que recorrían un paisaje metropolitano continuo e ininterrumpido. Sin embargo, la Polizei de Hamburgo no tiene jurisdicción en la zona; en Norderstedt opera la Landespolizei de Schleswig-Holstein. De todas maneras, debido a su proximidad y la continua superposición de casos, la policía de Norderstedt tenía más contacto con la Polizei de Hamburgo que con su propia fuerza en los suaves paisajes y los pequeños pueblos de Schleswig-Holstein. Anna había llamado antes para que el Kommissar Klatt los esperara en la Polizeirevier Norderstedt-Mitte de la Rathausallee de la ciudad.

Cuando llegaron a la Polizeirevier, no los hicieron pasar, como ellos esperaban, a la oficina principal de la Kriminalpolizei; en cambio, una joven oficial uniformada los guió hacia una inhóspita sala de interrogatorios sin ventanas. La SchuPo les ofreció café, a lo que ambos accedieron. Anna echó una mirada sombría a la sala y, después de que la SchuPo saliera, ella y Fabel se miraron con un gesto elocuente.

– Ahora sé cómo debe de sentirse un sospechoso -dijo Anna.

Fabel sonrió con ironía.

– Exacto. ¿Crees que querrán decirnos algo?

Anna no tuvo oportunidad de responder; la puerta de la sala de interrogatorios se abrió y apareció un hombre de poco más de treinta años. Era bajo pero muy corpulento y tenía una cara grande, amable pero poco memorable, bordeada con un pelo negro y una barba rala. Saludó con una gran sonrisa a los policías de Hamburgo y se presentó como el Kriminalkommisiar Klatt. Depositó el expediente que traía bajo el brazo sobre la mesa y les hizo a Anna y Fabel el gesto de que se sentaran.

– Lamento que tengamos que quedarnos aquí -dijo Klatt-. Por desgracia, ésta no es mi zona habitual. En realidad, mi despacho está en la Europaallee Revier, pero me pareció que a ustedes les resultaría más sencillo ubicarme aquí. Me están haciendo un favor… pero me temo que nuestras comodidades sean más modestas de lo que esperaba. -Se sentó. La cordialidad de su cara se diluyó en una expresión más sombría-. Al parecer han encontrado a Paula…

– La verdad, Kommissar Klatt, es que no lo sabremos con seguridad hasta que los padres identifiquen el cuerpo… pero 8Í, eso parece.

– Era tan sólo cuestión de tiempo. -Había una resignada i listeza en el amplio rostro de Klatt-. Pero uno siempre mantiene la esperanza de encontrarlos con vida.

Fabel asintió. Los sentimientos de Klatt reflejaban los suyos. La única diferencia era que Klatt tenía una oportunidad: en general, él trataba con vivos, mientras que el trabajo de Fabel como investigador de homicidios implicaba que alguien debía morir para que él se viera implicado. Durante un instante fugaz Fabel se preguntó cómo sería que lo transfirieran de vuelta a una oficina general de la KriPo. La agente volvió con el café.

– ¿Creyó que había alguna oportunidad de que la encontraran viva? -preguntó Anna.

Klatt pensó un momento.

– No, supongo que no. Ya conocen las estadísticas. Si no encontramos a los desaparecidos durante las primeras veinticuatro horas, hay muchas probabilidades de que jamás vuelvan a su casa. Lo que pasa es que Paula fue la primera persona desaparecida menor de edad que me tocó investigar. Me impliqué personalmente. Tal vez demasiado. Era muy duro ver a una familia con tanto dolor.

– ¿Era hija única? -preguntó Anna.

– No, hay un hermano… Edmund. Un hermano mayor.

– No lo vimos en la casa de los Ehlers -dijo Fabel.

– No. Es casi tres años mayor. Ahora tiene diecinueve o veinte. Está haciendo el servicio nacional en el Bundeswehr.

– Entiendo que lo han investigado en detalle -dijo Fabel como una acotación, no como una pregunta. Siempre que se produce un homicidio, el primer círculo de potenciales sospechosos es la familia inmediata de la víctima. Fabel se cuidó de sugerir que Klatt no conocía su trabajo. Pero si éste se ofendió, no dejó escapar ningún indicio de ello.

– Desde luego. Obtuvimos una descripción completa de todos sus movimientos de aquel día. Todo corroborado. Y los verificamos una y otra vez. Además, él estaba terriblemente preocupado por su hermana. No es posible que alguien actúe tan bien.

«Sí es posible», pensó Fabel. El había encontrado a innumerables amantes, amigos o parientes de una víctima que mostraban una angustia genuina y que habían resultado autores de su asesinato. Pero no tenía duda de que Klatt había examinado cuidadosamente a toda la familia de Paula Ehlers.

– Pero usted sí sospechaba del maestro de Paula… -Anna volvió a comprobar su propia copia del expediente.

– Fendrich. Era el profesor de alemán de Paula. Yo no iría tan lejos como para considerarlo un sospechoso… Es sólo que había algo en él que no encajaba. Pero, finalmente, tenía una coartada bastante buena.

Klatt analizó el informe junto a Fabel y Anna. Estaba claro que gran parte de la investigación había quedado grabada en su cabeza. Fabel sabía cómo era tener un caso como ése: con noches en las que había tratado desesperadamente de conciliar el sueño pero condenado a mirar el techo oscuro, con preguntas sin respuesta girando junto a imágenes de los muertos, los angustiados y los sospechosos en el remolino de una mente agitada y exhausta. Cuando Klatt terminó y a Fabel y Anna no se les ocurrieron más preguntas, se levantaron y le dieron las gracias.

– Nos veremos más tarde, esta misma noche -dijo Klatt-. Entiendo que estarán presentes cuando los Ehlers identifiquen el cuerpo, ¿verdad?

Anna y Fabel intercambiaron una mirada.

– Sí -respondió Fabel-. Allí estaremos. ¿Usted también?

Klatt sonrió con tristeza.

– Sí, si no se oponen. Yo llevaré a los padres a Hamburgo. Si ésta es la conclusión del caso de Paula Ehlers, me gustaría estar presente. Quisiera despedirme de ellos.

– Por supuesto -dijo Fabel.

«Pero -pensó- ésta no es la conclusión del caso de Paula Thiers; esto es apenas el principio.»

5

Miércoles, 17 de marzo. 22:10 h

InstituT für Rechtsmedizin,

Hospital Universitario Eppendorf, Hamburgo

La Universitätklinikum Hamburgo-Eppendorf, donde se encuentran las principales actividades e instalaciones médicas de la Universidad de Hamburgo, se extiende desde la Martinistrasse como una pequeña ciudad. Su trazado incluye edificios altos y bajos de todas las épocas y está atravesado por una telaraña de calles. La más amplia de las escasas zonas de aparcamiento está ubicada justo en el centro del complejo, pero, por lo tarde que era, Fabel sabía que podría dejar el coche cerca del Institut für Rechtsmedizin, el Instituto de Medicina Legal. Conocía bien esa organización. Se había convertido en el centro de todas las ciencias que tenían alguna aplicación legaclass="underline" la serología, los análisis de ADN, la medicina forense y un servicio especial de expertos en psiquiatría forense. El contacto de Fabel con el Instituí no pasaba sólo por el trabajo; desde hacía un año mantenía una relación con una psicóloga criminalista, Susanne Eckhardt. Aunque el lugar de trabajo oficial de Susanne era el edificio de trece plantas que albergaba la Clínica de Psiquiatría y Psicoterapia, ella pasaba la mayor parte del tiempo en el cercano Institut.

Fabel no dobló por la calle que daba a la entrada principal; en cambio, siguió por Martinistrasse y giró en Lokstedter Steindamm para luego tomar Butenfeld. Como sospechaba, había varios espacios libres en el aparcamiento fuera del amplio pabellón de dos plantas del Institut. El centro tenía fama mundial y poco tiempo antes se habían construido grandes anexos al edificio para albergar cursos para futuros patólogos y químicos de todo el planeta. Cada día se practicaban análisis forenses a tres mil cuerpos y se realizaban mil autopsias. Ese era el sitio donde yacía el cuerpo de la chica muerta, en la oscuridad de un receptáculo de acero a bajas temperaturas, esperando su identificación.