– De acuerdo, Peter. Cuéntenos cómo ocurrió.
– Me escondí en el bosque y los esperé. Ella se presentó primero, y luego llegó él. Pero antes de que pudiera hacer nada vi a otra persona que salía del bosque. Al principio no creí que fuera un hombre. Aquel cabrón era enorme. Todo vestido de negro, con una especie de careta. Como la careta de una fiesta de críos. Alguna clase de animal… un oso, o un zorro. Tal vez un lobo. Le quedaba pequeña. Muy pequeña para su cara. Y estaba toda estirada, y deformada, lo que lo hacía más terrorífico todavía. Incluso la forma en que se movía era terrorífica. Parecía una sombra. Caminó hasta el coche, ya estaban los dos en el coche de Schiller, y golpeó a la ventanilla. Schiller la abrió. Yo no oía muy bien, pero me parece que Schiller se enfadó y comenzó a gritar. Evidentemente no le gustó que lo interrumpieran. Entonces vio al grandullón, con la máscara y todo. No pude entender lo que Schiller decía, pero sonaba asustado. El hombre de negro se quedó de pie y escuchó. No dijo nada. Entonces ocurrió. Yo no podía creer lo que veía. El brazo de aquel hombretón se elevó por encima de su cabeza y vi que el brillo de la luna se reflejaba en algo. Como un cuchillo enorme. Luego bajó por la ventanilla abierta del coche. Oí que Hanna gritaba pero no pude hacer nada. Tenía miedo. Me cagaba de miedo. Yo puedo enfrentarme prácticamente a cualquiera, pero sabía que si aquel tipo se daba cuenta de que yo estaba allí, también me mataría. -Se interrumpió, mientras las lágrimas volvían a llenarle los ojos-. Actuaba con mucha calma. Incluso con lentitud. Era… ¿cuál es la palabra? Metódico. Era metódico. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Dio la vuelta al coche, con total tranquilidad, abrió la puerta y sacó a Hanna a rastras. Ella gritaba. Pobre Hanna. Yo no hice nada. Estaba clavado al suelo. Tiene que entender, Herr Fabel, sabía que moriría. No quería morir.
Fabel asintió, como si entendiera. Olsen no le temía a ningún hombre, pero había algo más que humano, o menos que humano, en la figura que estaba describiendo.
– La tenía agarrada por la garganta. -El labio inferior de Olsen temblaba mientras él hablaba-. Con una mano. Ella lloraba y le rogaba y le suplicaba que no la lastimara. Que no la matara. Él sólo se rio. Una risa horrible. Fría y seca. Luego dijo: «Ahora voy a matarte»; así, sencillamente. «Ahora voy a matarte»; tranquilo, no como si estuviera enfadado con ella o la odiara o algo así. La presionó contra el capó, casi con suavidad. Luego le pasó el cuchillo por la garganta. Muy lentamente. Con deliberación. Con cuidado. Después de aquello se quedó allí un rato, mirando los cuerpos, como si no tuviera ninguna prisa, como si no tuviera miedo de que pasara alguien por allí. Se quedó de pie, mirándolos. Luego se movió un poco hacia un lado y volvió a mirarlos. Después, arrastró el cuerpo de Schiller hacia el bosque.
– ¿No fuiste a comprobar si Hanna seguía viva? -preguntó Anna.
Olsen negó con la cabeza.
– Tenía demasiado miedo. De todas maneras, sabía que estaba muerta. Esperé hasta que el hombre de negro desapareció en el bosque con el cuerpo de Schiller. Luego me arrastré hasta donde había escondido mi moto. La empujé por el sendero durante unos cien metros, más o menos. No quería que él me oyera cuando encendiera el motor. Luego salí de allí lo más rápido que pude. No sabía qué hacer. Estaba seguro de que ninguno de ustedes me creería, de modo que decidí seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Dios sabrá por qué, pero me pareció que ésa era la mejor manera de mantenerme al margen. Pero en el camino de regreso paré en una estación de servicio de la Autobahn y llamé a la policía. Pensé que existía la posibilidad de que pudieran atraparlo mientras él seguía allí, puesto que se movía como si no tuviera ninguna prisa. Pensé que si lo atrapaban, yo quedaría libre de sospecha.
Anna metió una cinta en la grabadora y presionó el botón. Era la grabación de la llamada recibida por la Polizeieinsatzzentrale. La voz al otro lado de la línea estaba deformada por la impresión, pero pertenecía claramente a Olsen. Allí informaba a la policía de dónde se encontraban los cuerpos.
– ¿Confirmas que es tu voz? -preguntó.
Olsen asintió. Miró a Fabel con expresión de súplica.
– Yo no lo hice. Juro que no lo hice. Lo que les he dicho es la verdad. Pero estoy seguro de que no me creen.
– Quizá sí le creo -dijo Fabel-. Pero tiene más preguntas que responder, y nosotros aún tenemos otros cargos contra usted. -Miró al ratonil abogado de Olsen, quien hizo un gesto con la cabeza-. La Kriminalkommissarin Wolff te preguntará sobre los otros asesinatos; dónde te encontrabas en el momento en que se hicieron, qué sabes de las víctimas. -Fabel se puso de pie y se inclinó hacia la mesa de interrogatorios-. Sigue metido en serios problemas, Herr Olsen. Por ahora usted es la única persona que podemos identificar del escenario del crimen, y tiene un motivo. Le aconsejo que responda completa y sinceramente a todas las preguntas de Frau Wolff.
Cuando Fabel salía, Anna dijo «permítame un momento…» al abogado de Olsen y siguió a Fabel al pasillo.
– ¿ Le crees? -preguntó cuando estuvieron a solas.
– Sí. Le creo. Siempre he tenido la sensación de que hay algo en Olsen que no encaja. Estos asesinatos no son crímenes pasionales. Alguien los está planeando cuidadosamente, haciendo realidad sus horrendas fantasías psicópatas.
– ¿ De verdad crees que Olsen le tendría miedo a otro hombre? Venció a Werner, que no es ningún pelele.
– Es cierto. Pero me parece que Olsen tiene más que temer de Maria que de Werner. -Había un dejo de desaprobación en la sonrisa de Fabel-. Espero que ella no esté tomando lecciones de ti, Anna.
Anna miró a Fabel con expresión confusa, como si no hubiera entendido. Eso le daba, debajo del pelo corto y puntiagudo y de todo el maquillaje, una inocencia de colegiala. Fabel ya la había amonestado dos veces por su agresivo comportamiento.
– En cualquier caso -continuó ella- no estoy segura de que la historia de Olsen sobre ese tipo inmenso y espeluznante baste para creer en su inocencia. Sólo tenemos su palabra.
– Me inclino por creerle. Él sintió miedo en el Naturpark; temió por su vida. Nuestro asesino está obsesionado con Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm… Bueno, eso es lo que hizo sentir miedo a Olsen: no un hombre, no un grandullón peleón con quien podía emprenderla a golpes. Olsen estaba solo, en la oscuridad, en el bosque, y vio algo que salía de la oscuridad del bosque que no parecía del todo humano. Eso fue lo que lo asustó: el coco, el ogro, el hombre lobo. Me ha costado entender por qué Olsen estaba paralizado de miedo, pero la verdad es que ahí fuera él no era ese matón inmenso que está ahora sentado en la sala de interrogatorios: era un niñito con una pesadilla después de oír una historia de miedo. Eso es lo que busca nuestro asesino. Por eso tiene éxito: convierte a sus víctimas en niños asustados. -Fabel hizo una pausa. Señaló con la cabeza la puerta cerrada de la sala de interrogatorios-. De todas maneras, no tardaremos en descubrir si está diciendo la verdad, Anna. Mientras tanto, mira a ver qué más puedes sonsacarle.
Anna regresó a la sala y Fabel se dirigió hacia el despacho de la Mordkommission. Algo le inquietaba. Una idea que estaba en el fondo de su cabeza, en un rincón mal iluminado, fuera de su alcance.
Se sentó en su despacho. Se quedó quieto y en silencio, mirando por la ventana hacia el parque Winterhuder. Hamburgo se extendía a lo ancho a través del horizonte. Fabel trató de despejar la mente de detalles, de las miles de palabras oídas y leídas sobre este caso, de los tableros de investigación y de las fotografías de los Tatort, los escenarios del crimen. Observó el sedoso cielo celeste y blanquecino que se cernía sobre la ciudad. En algún lugar, lo sabía, había una verdad fundamental, esperando ser revelada. Algo simple. Algo puro y cristalino y definido, con bordes claros y precisos.