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El estaba de pie junto a la cama. Había apagado todas las luces excepto la pequeña lámpara de la mesita de noche que estaba detrás contra la que su silueta aparecía recortada y difuminada. Todo lo que había en la habitación parecía empequeñecido al lado de esa mole oscura. Se había puesto una pequeña careta de goma, infantil, con la forma de la cara de un lobo. Los rasgos del lobo se habían distorsionado porque él había estirado la diminuta careta sobre esa cara demasiado grande. En ese momento Lina se dio cuenta de que en realidad no tenía un disfraz ceñido a la piel, como había pensado en un principio, sino que todo su cuerpo, desde los tobillos hasta la garganta y bajando por los brazos hasta las muñecas, estaba cubierto de tatuajes. Palabras. Todo con la antigua caligrafía de antes de la guerra. El estaba allí de pie, enorme y mudo, con esa estúpida careta y el cuerpo lleno de tatuajes, con la luz detrás. Lina empezó a sentir miedo. En ese momento, él habló.

– Te he traído un regalo, Gretel -dijo, con la voz amortiguada por la careta de goma.

– ¿ Gretel? -Lina miró su disfraz, el que él le había pedido que se pusiera-. Éste no es un traje de Gretel. ¿Me he equivocado?

La cabeza detrás de la careta de lobo de goma y demasiado pequeña se movió lentamente. Él estiró la mano, en la que sostenía una caja de color azul fuerte con una cinta amarilla.

– Te he traído un regalo, Gretel -repitió.

– Oh… oh, gracias. Me encantan los regalos. -Lina practicó lo que consideraba una coqueta reverencia y cogió la caja. Intentó lo mejor que pudo ocultar el temblor de sus dedos mientras desataba la cinta-. Veamos… ¿qué tenemos aquí? -dijo, mientras levantaba la tapa de la caja y miraba en su interior. Cuando el grito de Lina atravesó el aire, él ya había cruzado la habitación y estaba encima de ella.

52

Jueves, 22 de abril. 21:30 h

POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO

Fabel estaba de pie frente al tablero de la investigación, apoyándose en la mesa que tenía delante. Miraba el tablero pero no encontraba lo que quería, lo que necesitaba ver allí. Werner era la única otra persona en el despacho y estaba sentado a una esquina de la mesa. Sus amplios hombros estaban encorvados y su rostro tenía un tono pálido, que exageraba la nitidez de los moretones de su cabeza.

– Creo que te conviene parar por hoy -dijo Fabel-. El primer día de regreso, y esas cosas.

– Me encuentro bien -dijo Werner, pero sin mucha convicción.

– Hasta mañana. -Fabel observó cómo Werner se marchaba y luego se volvió hacia el tablero. El asesino se había referido al hecho de que Jakob Grimm había obtenido conocimientos folklóricos de Dorothea Viehmann. Había dicho que él había tenido una experiencia similar. ¿Con quién? ¿Quién le había transmitido los relatos a él?

Examinó las imágenes de Weiss, Olsen y Fendrich que había colocado en el tablero. Mujeres ancianas. Madres. Weiss tenía una influyente madre italiana. Fabel no sabía nada sobre los progenitores de Olsen, pero estaba claro que Fendrich sí había mantenido una relación cercana con su madre hasta la muerte de ésta. Que se había producido poco antes de que comenzaran los asesinatos. Al parecer Weiss y Olsen ya no encajaban con las sospechas de Fabel, de modo que sólo le quedaba Fendrich. Pero apenas uno lo analizaba en detalle, no tenía el menor sentido. Fabel miró a los tres hombres. Tres hombres tan diferentes entre sí como era posible. Y parecía que ninguno de ellos era el que buscaba. En ese momento percibió la presencia de Anna Wolff a su lado.

– Hay una conexión. -La voz de Anna estaba tensa, con un entusiasmo contenido-. Olsen reconoció a Ungerer. Sabe quién es.

Olsen seguía sentado a la mesa de la sala de interrogatorios pero su actitud, todo su lenguaje corporal, había cambiado. Estaba entusiasmado, casi agresivo. Su abogado, sin embargo, no parecía tan alegre. Después de todo, ambos habían tenido que enfrentarse a la tenacidad de la pequeña Anna Wolff durante casi cuatro horas.

– Espero que se dé cuenta, Herr Kriminalhauptkommissar, de que si mi cliente trata de ayudarlo con su investigación se arriesga a incriminarse todavía más.

Fabel asintió con un gesto de impaciencia.

– Veamos qué tiene que decir Herr Olsen sobre su relación con Herr Ungerer.

– Yo no tenía ninguna relación con Ungerer -dijo Olsen-. Sólo lo he visto un par de veces. Era un vendedor. Un capullo que se pasaba el día haciendo la pelota a la gente.

– ¿Dónde lo viste? -preguntó Anna.

– En la Backstube Albertus. El vendía equipamiento para panaderías, algo italiano, muy sofisticado. Lo último de lo último. Llevaba meses persiguiendo a Markus Schiller, tratando de convencerlo de que comprara hornos nuevos. Él y Schiller se llevaban muy bien: dos bastardos pelotilleros juntos. Ungerer siempre invitaba a Schiller a comer, corriendo con todos los gastos, esa clase de cosas. Pero estaba tratando de convencer a la persona equivocada. La que decidía era la esposa de Schiller; ella tomaba las decisiones, manejaba el dinero y, por lo que me parece, era la que tenía las pelotas en esa relación.

– ¿Exactamente dónde y cuándo dices que lo viste?

– Sólo lo vi un par de veces cuando fui a buscar a Hanna a la panificadora.

– Pareces haber reunido bastante información sobre él, considerando que sólo lo viste de pasada.

– Hanna me lo contó todo. Él nunca le quitaba los ojos de encima. Cada vez que iba. Estaba casado y todo pero tenía fama de perseguir a las chicas. Era un pervertido, según la descripción de Hanna.

– ¿Nunca hablaste con él directamente?

– No. Sí que tuve ganas de… de tener una breve charla con él, si entiende a lo que me refiero. Pero Hanna me dijo que lo dejara estar. De todas maneras ella ya se había quejado a su jefe sobre Ungerer.

– Pero ¿Hanna no tuvo nada que ver con él, dentro o fuera del trabajo?

– No. Me dijo que él le ponía los pelos de punta, por la forma en que la miraba. Mire, yo jamás podría ver ninguna diferencia entre Ungerer y Markus Schiller. Los dos eran unos capullos falsos. Pero supongo que Hanna sí.

Fabel, que había dejado que Anna hiciera todas las preguntas hasta ese momento, se inclinó hacia delante en su silla.

– Peter, tú eres la conexión entre tres de las cinco víctimas de los asesinatos… -Buscó entre las fotografías que había sobre la mesa y colocó las imágenes de Paula Ehlers, Martha Schmidt y Laura von Klostertadt delante de Olsen-. ¿ Alguna de estas personas significa algo para ti? -Añadió nombres y lugares a las caras.

– La modelo. La conozco. Quiero decir, sé quién es, porque era famosa y todo eso. Pero no. No conozco a ninguna de las otras.

Fabel observó a Olsen mientras hablaba. O bien decía la verdad o era un mentiroso muy astuto. Y no creía que Olsen fuera tan hábil. El comisario dio las gracias a Olsen y a su abogado e hizo que Olsen volviera a su celda.

Se quedó en la sala de interrogatorios con Anna. Tenían una conexión. Al menos había una línea que podían seguir. La frustración era no poder encontrar el siguiente eslabón, la siguiente conexión que los llevaría más cerca de su presa.

Fabel telefoneó a su madre. Después de hablar con ella durante un minuto pidió que le pasara a Susanne. Le explicó a ella que le había mandado una copia de la carta al Institut für Rechtsmedizin, pero además se la resumió por teléfono, poniendo énfasis en la mención de Dorothea Viehmann y la firma del Märchenbruder y explicándole lo que Weiss le había dicho sobre esos dos elementos.

– Hay una posibilidad, supongo -dijo Susanne-. Podría ser que una madre o alguna otra mujer mayor sea o fuera una figura dominante dentro del contexto del asesino. Pero, de la misma manera, la referencia al Märchenbruder podría sugerir que un hermano ha desempeñado un papel importante en su vida, que ahora él le está transfiriendo a Weiss. Examinaré la carta en detalle el miércoles, cuando regrese, pero no creo que pueda sacarle mucho más. -Hizo una pausa-. ¿Tú te encuentras bien? Suenas cansado.