– Comprendido, Herr Fabel -dijo Van Heiden melancólicamente-. Pero tal vez podrías tratar de distinguir entre los sospechosos y los políticos de alto rango de Hamburgo en lo que respecta a cómo te acercas a la gente. A propósito, ¿qué sabemos de este último asesinato? Todo este asunto se está convirtiendo rápidamente en la noticia número uno de Hamburgo.
Fabel resumió todo lo que se sabía hasta el momento, incluyendo la elección de la tumba que había hecho el asesino y las razones por las que Fabel suponía que era una cortina de humo deliberada.
– Creo que tienes razón en no ser demasiado agresivo con Fendrich -dijo Heiner Goetz-. He hablado con el Staatsanwaltschaft de Schleswig-Holstein. Nunca tuvieron nada contra Fendrich salvo la sospecha de un agente de policía. No quiero que esto termine con él persiguiéndonos por los tribunales por acoso policial.
Van Heiden se reclinó en la silla y apoyó las manos, con los dedos estirados y los brazos cruzados, sobre la amplia superficie de madera de cerezo de su escritorio. Era una postura intensa, como si estuviera a punto de realizar una acción física muy dinámica. Miró a Fabel, pero era como si estuviera en otro momento y lugar.
– Cuando era pequeño, me encantaban los cuentos de los hermanos Grimm. El pájaro que habla, el árbol que canta, esa clase de cosas. Creo que lo que más me atraía era que siempre parecían mucho más oscuros que los cuentos de hadas habituales. Más violentos. Por eso a los niños les gustaban. -Van Heiden se inclinó hacia delante-. Tienes que encontrarlo, Fabel. Y pronto. Al ritmo que está matando este maníaco, no podemos darnos el lujo de tardar varias semanas o meses en arrestarlo. Esto está creciendo demasiado rápido.
Fabel negó con la cabeza.
– No… No está creciendo, Herr Kriminaldirektor. No hay frenesí aquí. Todos estos asesinatos han sido planeados en detalle, posiblemente con años de anticipación. Él trabaja con un calendario preestablecido.
Fabel dejó de hablar, pero su tono daba a entender que no había dicho todo lo que tenía que decir. Van Heiden lo captó.
– De acuerdo, Fabel, suéltalo.
– Es sólo una sensación que tengo. Otra razón por la que debemos atraparlo pronto. Creo que lo que hemos visto hasta ahora es sólo el preludio. Tengo la sensación de que está preparando algo realmente grande. Un final. Algo espectacular.
Una vez de regreso en su oficina, Fabel volvió a coger el bloc de dibujo. Dio la vuelta a la página en la que había resumido el estado de la investigación hasta la fecha y empezó una nueva. El papel en blanco lo miró invitándolo a volcar en él un nuevo proceso de deducción. En la parte superior apuntó los nombres de cada uno de los cuentos de hadas que el asesino había imitado hasta el momento. Debajo, escribió palabras que él relacionaba con cada cuento. Como había previsto, cuanto más se acercaba al homicidio más reciente, el de Caperucita Roja, más cosas escribía: temas, nombres, relaciones. Abuela. Madrastra. Madre. Bruja. Lobo. Todavía estaba avanzando por los cuentos cuando sonó el teléfono de su escritorio.
– Hola, chef. Soy Maria. ¿Podrías venir a verme al Instituí für Rechtsmedizin? La Wasserschutzpolizei acaba de sacar un cuerpo del Elba. Ah, chef, yo que tú cancelaría cualquier cita para almorzar.
Cualquiera que muera en Hamburgo sin cita previa va a parar al depósito de cadáveres del Institut für Rechtsmedizin. Todas las muertes repentinas sin certificado de defunción por parte de un médico se recogen en ese edificio. Un cuerpo al que se le ha agregado un peso y arrojado al Elba es un candidato principal para obtener alojamiento.
Tan pronto Fabel entró en el depósito, sintió la acostumbrada carga de repugnancia y temor. Aquel olor. No sólo el olor de la muerte, sino del desinfectante, del limpiador de suelos; un cóctel nauseabundo que nunca era abrumador pero que siempre estaba presente. Un asistente hizo pasar a Fabel y Maria y al Kommissar de la lancha patrulla de la Wasserschutzpolizei que había encontrado el cuerpo al frío depósito, revestido de gabinetes de acero. Fabel notó con inquietud que el policía portuario daba la decidida impresión de no querer avanzar cuando se acercaron al sitio en el que el asistente se detuvo y apoyó las manos sobre el tirador del gabinete correspondiente. Aquel policía, desde luego, ya había visto el cuerpo cuando lo sacaron del río y estaba claro que no le hacía ninguna gracia tener que volver a mirarlo de frente.
– Este huele bastante mal. -El asistente esperó un momento a que todos registraran la advertencia; luego hizo girar el pomo, abrió la puerta y deslizó hacia fuera la bandeja de metal que sostenía el cuerpo. Un fuerte hedor los inundó en una oleada nauseabunda.
– ¡Mierda! -Maria dio un paso atrás y Fabel percibió que el Wasserschutz Polizeikommissar se tensaba a sus espaldas. Por su parte, él mismo debió esforzarse por controlar su repulsión, y su estómago, que se revolvió pesadamente ante la visión y el olor del cadáver que tenía delante.
Había un hombre desnudo sobre la bandeja. Tendría cerca de un metro setenta y cinco de estatura. Era difícil decir cuál había sido su complexión, incluso su etnia, porque el cuerpo se había distendido y había perdido su color en el agua. La mayor parte del hinchado torso estaba cubierto de complicados tatuajes que habían empalidecido ligeramente al estirarse a través de la piel hinchada y llena de manchas. Consistían, en su mayoría, en dibujos y diseños intrincados, en lugar de las habituales mujeres desnudas, corazones, calaveras, dagas y dragones. Una profunda hendidura le recorría todo el contorno del torso hinchado, corno una inmensa arruga, y la piel, demasiado tensa, se había roto. El muerto tenía el pelo largo, que estaba poniéndose gris, apartado de la frente y atado atrás en una coleta.
Le habían cortado la garganta. Fabel vio vestigios de un tajo recto en la parte lateral, aunque en el resto del corte la piel y la carne parecían desgarradas.
Pero el verdadero horror se encontraba en la devastación que había sufrido su rostro. La carne alrededor de las cuencas de los ojos y la boca estaba arrancada y rasgada. Podía verse el brillo de los huesos a través de las tiras de piel violeta y carne rosada. Los dientes de la víctima sonreían en una mueca sin labios.
– Dios mío… ¿Qué demonios le ha pasado a la cara? -preguntó Fabel.
– Anguilas -dijo el Wasserschutz Kommissar-. Siempre buscan las heridas en primer lugar. Por eso creo que le quitaron los ojos antes de arrojarlo al agua. Las anguilas se encargaron del resto. Sencillamente, encontraron la entrada más fácil a la cabeza y una importante fuente de proteínas. Lo mismo con la herida de la garganta.
Fabel recordó haber leído, en El tambor de hojalata de Günter Grass, la historia de un pescador que usaba la cabeza de un caballo muerto para pescar anguilas, y la sacaba del agua con las cuencas de los ojos rebosantes de esa clase de pez. De pronto imaginó el momento en que habrían izado al muerto, con las anguilas agarradas a su preciosa fuente de alimento, y sintió que su náusea se intensificaba. Cerró los ojos un momento y se concentró en mantener a raya la sensación de que algo le subía en el pecho antes de volver a hablar.
– La deformación alrededor del torso. ¿Tiene alguna idea de qué la causó?
– Sí -dijo el Kommissar portuario-. Tenía una cuerda atada muy fuerte en torno al cuerpo. Recuperamos una buena parte. Suponemos que le añadieron un peso antes de tirarlo al agua. Da la impresión de que la cuerda se rompió o el peso se separó de alguna manera. Eso es lo que lo trajo a la superficie.
– ¿Y él estaba así? ¿Desnudo?
– Sí. Sin ropa, sin carné de identidad, nada.