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– Werner… -llamó Fabel, sin apartar los ojos de la imagen-. Creo que hemos encontrado a nuestro hombre. No es un cliente; es el propio tatuador.

Había una entrada en el estudio, sin puerta, al parecer para aprovechar al máximo el limitado espacio, y con una cortina de cintas de plástico multicolores. Werner continuó examinando el estudio mientras Fabel exploraba el resto del local. Apartó las cintas de plástico y pasó a un diminuto vestíbulo cuadrado. A la derecha había un cuarto del tamaño de un armario que contenía un inodoro y un lavabo. Delante de Fabel una escalera empinada giraba abruptamente a la derecha, luego otra vez a la derecha, y terminaba en la planta superior. Había tres cuartos minúsculos. En uno estaba la cocina y la sala y estaba amueblado con un sofá y un sillón de cuero. El sillón era como los del estudio, pero estaba en condiciones mucho mejores. También había un televisor que parecía antiquísimo y una cadena de música. La segunda habitación era el dormitorio. Además era tan pequeño que los únicos muebles eran la cama, una estantería a lo largo de una pared y una lámpara en el suelo.

Fabel se sintió deprimido al ver un apartamento tan diminuto. Era sombrío pero limpio, y era obvio que Bartmann lo mantenía ordenado. Pero era la clase de espacio funcional y sin alma de los hombres que viven solos. Fabel pensó en su propio apartamento, con sus elegantes muebles, el suelo de madera de haya y la impresionante vista sobre el Alster. Estaba en un nivel diferente. Pero había algo en ese espacio que había encapsulado la vida de Bartmann que era deprimentemente similar al suyo. Allí, de pie en el apartamento de un muerto, Jan Fabel tomó una decisión sobre su propia vida.

Miró debajo de la cama y encontró un gran portafolios plano. Lo sacó y lo puso sobre la cama antes de abrirlo. Contenía dibujos a pluma, bocetos hechos con carbonilla y un par de pinturas. Los temas eran poco inspirados -árboles, edificios, naturalezas muertas- y eran claramente estudios para evaluar y mejorar la habilidad técnica, no la imaginación del artista. Fabel reconoció que tenía una destreza excelente. Cada estudio estaba firmado con las iniciales «M. B.».

Dejó el portafolios sobre la cama y se acercó a examinar la estantería. Estaba claro que ésa era la biblioteca de Bartmann, donde guardaba todo lo relacionado con el arte del tatuaje. Había textos académicos sobre la historia del arte corporal, libros sobre arte «fantástico» semipornográfico, y manuales de equipos de tatuaje. Pero había tres libros que no encajaban. Y uno de ellos hizo que Fabel sintiera una pequeña corriente de excitación que le recorrió el cuero cabelludo. Gebrüder Grimm: Gesammelte Märchen. Los cuentos completos de los hermanos Grimm. Junto a los cuentos de hadas, Fabel encontró dos libros sobre los antiguos tipos de letra gótica de Alemania: el Fraktur, el Kupferstich y el Sütterlin.

Letras y caligrafías del antiguo alemán; un ejemplar de los cuentos de hadas de los Grimm. No era algo que uno esperaría encontrar en el apartamento de un tatuador. Otro asesinato relacionado con los Grimm y otro cuerpo, pero que no se suponía que encontrarían.

Fabel sacó los tres libros de la estantería y los puso a un lado para guardarlos más tarde en bolsas de evidencias. Se quedó de pie un momento en el deprimente dormitorio y miró los libros. Sabía que todavía tenía que desentrañar el significado exacto de ese material; también sabía que acababa de dar un paso que lo acercaba mucho al asesino. Abrió el teléfono móvil y apretó un botón de la memoria de números.

– Anna… Soy Fabel. Tengo un encargo extraño. Quiero que telefonees a Fendrich y le preguntes si lleva algún tatuaje…

56

Martes, 27 de abril. 14:10 h

Neustadt, Hamburgo

Weiss se mostró cortés y cooperante por teléfono cuando Fabel lo llamó a su casa, pero logró colar en su tono un mínimo indicio de que su paciencia estaba acabándose. Le explicó que el día siguiente estaría ocupado la mayor parte del tiempo con firmas de ejemplares y haciendo investigaciones para un libro nuevo que estaba escribiendo. Estaría en la zona de Neustadt, y le sugirió a Fabel que se encontraran allí alrededor de las once y media.

– Siempre que no le moleste realizar su interrogatorio al aire libre -dijo Weiss.

Fabel llegó diez minutos antes, como era habitual en él, y se sentó en un banco de la peatonal Peterstrasse. Los últimos restos de nubes se habían disipado y el cielo se ofrecía en un diáfano azul claro, y Fabel maldijo haber traído su pesada cazadora Jaeger. Estar adecuadamente vestido en un clima siempre cambiante era un problema que Fabel compartía con el resto de la población de Hamburgo. No se podía quitar la chaqueta porque llevaba la automática reglamentaria abrochada al cinturón, de modo que escogió un banco a la sombra de una hilera de árboles esparcidos por la calle empedrada. La Peterstrasse estaba flanqueada por edificios barrocos de cinco o seis plantas, con fachadas cargadas de ventanas y rematadas en gabletes de estilo holandés.

Minutos después de las once y media, la enorme silueta de Weiss salió por el imponente umbral del número treinta y seis, que estaba en la esquina de Peterstrasse y Hütten. Fabel conocía aquel edificio; lo había visitado con frecuencia en sus tiempos de estudiante. Se puso de pie cuando Weiss se acercó y ambos hombres se estrecharon la mano. Weiss sugirió con un gesto que se sentaran en el banco.

– Supongo que en su nuevo libro usted mantiene una temática literaria tradicional, similar a la anterior -dijo Fabel.

Weiss enarcó una de sus tupidas cejas en un gesto de interrogación y Fabel señaló el edificio del que el escritor acababa de salir.

– La Niederdeutsche Bibliothek; supongo que habrá estado estudiando la antigua literatura en bajo alemán. Yo solía pasar bastante tiempo allí…

– ¿Cómo puedo ayudarlo, Herr Kriminalhauptkommissar? -La entonación de Weiss seguía insinuando un dejo de indulgencia impaciente, que irritó a Fabel, pero éste lo dejó pasar.

– Este caso tiene demasiadas coincidencias que me molestan, Herr Weiss -dijo Fabel-. Sospecho que el asesino ha leído su libro y que éste influye en sus actos.

– O podría ser que el asesino y yo simplemente usemos el mismo material, sólo que de una manera radicalmente diferente. Me refiero a la versión original de los Cuentos para la infancia y el hogar de los Grimm.

– No tengo duda de que es así, pero también siento que hay un… -Fabel se esforzó por encontrar la mejor manera de expresarlo-… una forma… libre en ambos. Un elemento interpretativo, si prefiere.

– ¿Quiere usted decir que él no se ciñe estrictamente al libro?

– Sí. -Fabel hizo una pausa. Una anciana pasó llevando a un perro con una correa- ¿Por qué no me ha dicho que el escultor era su hermano? ¿Que él fue el autor de la escultura de su estudio?

– Porque no me pareció que fuera de su incumbencia. Ni que tuviera nada que ver con lo que estábamos hablando. Lo que me lleva a preguntarle por qué siente que sí es de su incumbencia. ¿Soy sospechoso, Herr Fabel? ¿Quiere usted una descripción detallada de mis movimientos? -Los ojos de Weiss se estrecharon y refulgieron, bajo las tupidas cejas, con las primeras chispas de un oscuro fuego-. Oh, ya entiendo su lógica. Tal vez la locura sea algo de familia. Quizá yo también sea un lunático.

Fabel resistió la tentación de echarse hacia atrás y mantuvo la mirada de Weiss.

– De acuerdo, digamos que tengo motivos para sospechar. Su libro se publica y de pronto tenemos una serie de asesinatos que siguen la misma temática específica de su novela. A eso debemos añadir que estos asesinatos lo colocan a usted en el centro de la atención pública, aumentando el interés en su libro, y las ventas. Eso, al menos, justifica mi interés en usted.