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– Ya veo… ¿De modo que estoy en el centro de atención de la policía, además del público? -La sonrisa que estiró los labios de Weiss estaba despojada de cualquier clase de calidez-. Si usted fuera tan amable de proporcionarme una lista de fechas y horas, yo le suministraré toda la información que necesita sobre mis movimientos en esos momentos.

– Ya la he preparado. -Fabel sacó una hoja doblada del bolsillo interno de la chaqueta-. Las fechas y las horas están allí. Y, siempre que sea posible, me sería útil que me diera los datos de cualquiera que pueda corroborar dónde se encontraba usted en esos momentos.

Weiss cogió el papel y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta sin mirarlo.

– Me encargaré de ello. ¿Eso es todo?

Fabel se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas. Observó a la mujer y al perro cuando doblaron la esquina por Hütten.

– Escuche, Herr Weiss. Está claro que es usted un hombre muy inteligente. Las coincidencias entre su libro y estos homicidios no son la razón principal de mi presencia aquí. Supongo que usted es lo más aproximado que tengo a un experto sobre qué motiva al asesino. Necesito entenderlo. Necesito entender qué es lo que él cree ver en esos cuentos.

Weiss se acomodó en el banco y colocó sus grandes manos sobre las rodillas. Miró el empedrado de la calle debajo de sus pies durante un momento, como si estuviera reflexionando sobre lo que Fabel había dicho.

– De acuerdo. Pero no sé cómo podría ayudarlo. No puedo decir que tenga algún conocimiento especial sobre qué lo motiva. Es su realidad, no la mía. Pero, si me pide una opinión, no tiene nada que ver con los cuentos de hadas de los Grimm. Lo que él hace es su propia invención. Como mi libro… Die Märchenstrasse no tiene nada que ver con Jakob Grimm, en realidad. Ni con los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Todo aquello no es más que, bueno, un contexto para lo que yo he inventado libremente. -Weiss hizo una pausa. Señaló el barroco edificio de la Bürgerhäuser delante de ellos-. Fíjese en eso. Estamos aquí sentados, rodeados de historia. En la temporada alta, la Peterstrasse, así como Hütten y Neanderstrasse, dando vuelta la esquina, están llenas de turistas, en especial americanos, que vienen a empaparse del esplendor medieval tardío de estos edificios. Pero, como estoy seguro de que usted sabe muy bien, eso es una gran mentira. Estas espléndidas residencias barrocas se construyeron a finales de los sesenta y principios de los setenta. Jamás hubo edificios como ésos aquí antes. Ni siquiera son reconstrucciones: son invenciones, mentiras. Es cierto que se construyeron siguiendo planos históricos genuinos, pero no pertenecen a este sitio ni a esta época. Ni a ninguna otra.

– ¿Qué quiere decirme, Herr Weiss?

– Sólo que usted y yo y cualquiera que sepa algo de la historia de Hamburgo conoce este hecho. Pero la mayoría de la gente no tiene la menor idea. Vienen aquí, y se sientan en estos bancos, así como estamos nosotros ahora, y absorben una sensación de historia, de historia alemana. Y eso es lo que experimentan. Lo que sienten. Es su realidad, porque creen en ella. No ven una estafa, porque no la hay.

Weiss se frotó la base de las manos contra las rodillas, en un gesto de frustración, como si estuviera esforzándose por dar forma a sus pensamientos.

– Usted me preguntó por mi hermano. La razón por la que no mencioné que él era el escultor de la obra que está en mi estudio es porque todo aquello todavía es demasiado real para mí. Demasiado reciente. Me alegré cuando Daniel se mató, y eso todavía me resulta muy difícil de afrontar. El estaba tan atormentado al final que sentí alivio cuando acabó con todo. Ya le he explicado que él creía que era un licántropo, un hombre lobo. El hecho es que realmente lo creía: para él era una realidad absoluta, incuestionable y terrible. Era mi hermano mayor y yo lo adoraba. El era todo lo que yo quería ser. Luego, cuando yo tenía casi doce años y él diecisiete, comenzó a tener esos episodios. Yo lo vi, Herr Hauptkommissar. Presencié cómo mi hermano sufría los ataques de una fuerza invisible que lo desgarraba. No era sólo una angustia mental que lo hacía gritar y aullar: era un intenso dolor físico. Lo que nosotros veíamos era a un adolescente en medio de un ataque, pero lo que Daniel experimentaba, lo que sentía verdaderamente, físicamente, era que cada fibra de su cuerpo se retorcía y se estiraba, que se le doblaban los huesos, que su cuerpo cambiaba de forma en medio de un sufrimiento increíble. Lo que quiero decir es que él sentía todo aquello. Era demasiado real para él. Aunque no lo fuera para nosotros. -Weiss apartó la intensa mirada que había clavado en Fabel-. De allí saqué la idea de mis novelas Wahhuelten. En la primera escribí sobre Daniel. Lo convertí en un lobo. No en un hombre lobo, sino en un rey lobo que gobernaba todas las manadas de lobos del mundo. Lo hice feliz y libre, libre del dolor, en mi historia. Y eso se convirtió en mi realidad para él. -Una vez más, Weiss hizo una pausa. Fabel pudo ver el dolor que se ocultaba en esos ojos oscuros-. Por eso se equivoca usted cuando dice que el asesino no se ciñe al libro, a los verdaderos cuentos. Sí que lo hace… porque se trata de su libro. De su realidad.

– Pero los cuentos de hadas de los Grimm, y tal vez hasta su libro, son su inspiración, ¿no?

– Evidentemente. Pero lo difícil de adivinar es cómo los interpreta. Escuche, ¿recuerda que le enseñé mi colección de ilustraciones?

Fabel asintió.

– Bueno, piense en la cantidad de interpretaciones artísticas y muy individuales que de los cuentos de los Grimm había allí. Y que son apenas una fracción de los cuadros, dibujos, ilustraciones de libros y esculturas que esos cuentos han inspirado. Fíjese en la ópera de Humperdinck… El hombre de arena aparece y vierte polvo mágico en los ojos de Hänsel y Gretel para hacerlos dormir. Eso no tiene nada que ver con la versión original de la historia. La interpretación del asesino, que claramente se ve a sí mismo como un artista, es tan subjetiva y personal como esas otras. Y esas interpretaciones pueden ser muy retorcidas. Los nazis se apropiaron de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm de la misma manera en que usaron cualquier otro elemento de nuestra cultura que pudiera torcerse y corromperse para que se adecuara a sus propósitos. Hay una famosa ilustración de un libro, particularmente desagradable, en la que se ve a una Gretel muy «aria» empujando a la vieja bruja dentro del horno. Y la bruja tiene todos los rasgos judíos estereotípicos. Es una obra repugnante y, si uno lo piensa un poco, un presagio bastante estremecedor de los horrores que sobrevendrían.

– ¿De modo que lo que usted dice es que lo que tenemos entre manos es un tema, y no un plan?

Weiss se encogió de hombros.

– Lo que digo es que no hay forma de saber qué hará a continuación o cómo cree que está evolucionando su obra. Pero el material con el que trabaja le da un rango terrible, una gran cantidad de cuentos que puede distorsionar para que encajen con sus propias previsiones.

– En ese caso, que Dios nos ayude -dijo Fabel.

57

Jueves, 29 de abril. 21:00 h

Othmarschen, Hamburgo

Los cielos de Hamburgo seguían despejados después de otra tormenta que había limpiado el aire y ahora resplandecían con las últimas luces del atardecer. El apartamento de Fabel estaba inundado de un resplandor cálido y suave. El se sentía absolutamente exhausto. Arrojó la chaqueta y la pistolera sobre el sofá y se quedó de pie por un momento, contemplando su apartamento. Su pequeño reino. Le había puesto buenos muebles, incluso caros, y se había convertido en la exteriorización de su personalidad. Limpio, eficiente, casi demasiado organizado. Observó la vista y los muebles, los libros y los cuadros y los caros aparatos electrónicos. Pero a esa hora, al final del día, ¿era, acaso, menos solitario que el sórdido apartamento de Max Bartmann sobre su estudio?