Llevó el té hasta la mesa del desayuno. Bebió un sorbo. Estaba demasiado caliente y lo dejó sobre la mesa para que se enfriara. Susanne entró en la cocina, frotándose los ojos.
– ¿Estás bien? -le preguntó, adormilada-. ¿Has vuelto a tener pesadillas?
Él se incorporó y la besó.
– No. Sólo que no podía dormir… Lamento haberte molestado. ¿Quieres té?
– No hay problema… Y no, gracias -respondió ella mientras bostezaba-. Sólo quería comprobar que estuvieras bien.
Fabel se congeló cuando una oscura energía lo atravesó. Su cansancio se esfumó y de pronto estuvo más despierto que nunca. Cada sentido, cada nervio, había cobrado vida. Contempló a Susanne sin expresión alguna.
– ¿Estás bien? -preguntó Susanne-. Jan, ¿qué ocurre?
Fabel atravesó la cocina y abrió la puerta de la nevera. Miró las pastas. Eran delicadas: manzana asada cubierta por una costra ligera y hojaldrada. La cerró, se dio la vuelta y miró a Susanne.
– La casa de pan -dijo. Pero no estaba hablando con ella.
– ¿Qué?
– La casa de pan. Werner me dijo que deberíamos buscar a alguien que viviera en una casa de pan. Luego he visto las pastas en la nevera, y eso me lo ha recordado.
– Jan, ¿de qué demonios estás hablando?
Él la cogió de los hombros y le besó la mejilla.
– Debo vestirme. Tengo que volver al Präsidium.
– ¿Para qué? -preguntó ella, siguiéndolo al dormitorio, mientras él cogía su ropa apresuradamente.
– Lo he oído, Susanne. Todo este tiempo él trataba de decirme algo, y ahora lo he oído.
Fabel telefoneó a Weiss desde su coche.
– Por Dios, Fabel, son casi las cinco de la mañana. ¿Qué diablos quiere?
– ¿Por qué los productos hechos con pan aparecen tanto en los cuentos de hadas de los Grimm?
– ¿Qué? ¿Qué demonios…?
– Escuche, Herr Weiss. Sé que es tarde… O temprano… Pero esto es importante. De una importancia fundamental. ¿Por qué hay tantas referencias a productos panificados, pastas, tartas, casas de pan y cosas similares, en los cuentos de hadas de los Grimm?
– Oh, Dios… No lo sé… Simbolizan muchas cosas. -Weiss sonaba confundido, como obligado a revisar sus archivos mentales cuando aún no estaba del todo despierto-. Cosas diferentes en cuentos diferentes. Fíjese en «Rotkäppchen», por ejemplo. El pan recién horneado que Caperucita Roja le lleva a su abuela es un símbolo de su pureza incorrupta, mientras que el lobo representa la corrupción y el apetito rapaz. No es el pan ¡o que él quiere, es su virginidad. Pero Hänsel y Gretel, a pesar de que son niños inocentes perdidos en la oscuridad del bosque, sucumben a su apetito y codicia cuando se encuentran con la casa de pan de jengibre. Por lo tanto, en ese caso representa la tentación del pecado. Los productos de pan pueden representar muchas cosas diferentes. La sencillez y la pureza. O incluso la pobreza, como las escasas migas de pan que Hänsel esconde para que les sirvan de guía a él y a su hermana hacia un lugar seguro. ¿Por qué?
– No puedo explicárselo ahora. Pero gracias. -Fabel colgó y volvió a teclear otro número de inmediato. Del otro lado tardaron bastante en coger el teléfono.
– Werner, soy Fabel… Sí, sé qué hora es. ¿Puedes venir al Präsidium ahora mismo? Fíjate si puedes traer contigo a Anna y Maria. -Fabel se contuvo. Durante un momento estuvo a punto de pedirle a Werner que fuera a buscar también a Paul Lindemann; la hora y la costumbre le habían hecho olvidar, por un instante, que Paul había muerto un año atrás en cumplimiento del deber-. Y dile a Anna que llame a Henk Hermann. -Colgó.
Tanta muerte. ¿Cómo había terminado rodeado de tanta muerte? La historia había sido su máxima pasión, y él se había sentido atraído por la profesión de historiador como si sus mismos genes lo hubieran predestinado para ello. Pero Fabel no creía en el destino. En cambio, creía en la cruel imprevisibilidad de la vida, una vida en la que un encuentro casual entre una joven estudiante, la novia de Fabel en aquella época, y un don nadie con un severo trastorno psicópata había tenido como resultado una tragedia. Y esa tragedia había desencadenado una secuencia de acontecimientos imprevistos que hicieron de Fabel un policía de homicidios en lugar de un historiador, o un arqueólogo, o un profesor.
Tanta muerte. Y ahora estaba a punto de atrapar a otro asesino.
Cuando todos estuvieron por fin reunidos en la Mordkommission ya eran casi las seis de la mañana. Nadie se quejó por haber sido arrancado de la cama tan temprano, pero todos tenían los ojos enrojecidos y cara de que aún no estaban del todo despiertos. Excepto Fabel. Sus ojos ardían con una determinación fría y oscura. Estaba en pie de espaldas a ellos, recorriendo con su mirada de reflector las imágenes del tablero de la investigación.
– Hubo momentos en los que creí que jamás atraparíamos a este tipo. -La voz de Fabel era tranquila, deliberada-. Que nos enfrentaríamos a varias semanas de una actividad intensa y que tendríamos entre manos un montón de cadáveres, pero que luego él desaparecería. Hasta la siguiente serie de asesinatos. -Se produjo una pausa mínima. Fabel se volvió hacia su público-. Nos espera un día muy ajetreado. Pero tengo la intención de que, cuando llegue a su fin, nuestro asesino esté bajo nuestra custodia.
Nadie habló, pero de pronto todos adoptaron una actitud alerta.
– Es inteligente. Está loco… pero es inteligente -continuó Fabel-. Ésta es la obra de su vida y la ha calculado hasta el más mínimo detalle. Todo lo que hace tiene un significado. Cada detalle se relaciona con otro. Pero hubo una conexión que pasamos por alto -Hizo caer la palma de la mano abierta contra la primera imagen-. Paula Ehlers… Ésta es la fotografía que le sacaron el día antes de su desaparición. ¿Qué veis?
– Una chica feliz. -Werner miró fijamente la foto, como si la intensidad de su mirada pudiera extraer de ella más de lo que veía en ese momento-. Una chica feliz en su cumpleaños…
– No… -Maria Klee se acercó. Sus ojos recorrieron la secuencia de imágenes, como había hecho Fabel-. No… No es eso. -Sus ojos se cruzaron con los de Fabel-. La tarta de cumpleaños. Es la tarta de cumpleaños.
Fabel sonrió tristemente pero no habló, invitando a Maria a que continuara. Ella dio un paso adelante y señaló la segunda imagen.
– Martha Schmidt… la chica hallada en la playa de Blankenese. Tenía el estómago totalmente vacío, salvo por los restos de una frugal comida de pan de centeno. -Pasó a la siguiente imagen y su voz se puso más tensa-. Hanna Grünn y Markus Schiller… Las migas de pan en el pañuelo… Y Schiller era uno de los dueños de una panificadora…
Mientras Maria hablaba, Fabel le hizo un gesto a Anna.
– Comunícate con el centro de detención de Vierlander. Diles que tengo que hablar urgentemente con Peter Olsen…
Maria pasó a la imagen siguiente.
– ¿Laura von Klostertadt?
– Otra fiesta de cumpleaños -respondió Fabel-. Muy glamourosa, organizada por su agente, Heinz Schnauber. Seguramente habría un servicio de catering. Schnauber me dijo que él siempre quería que Laura sintiera que era su fiesta personal de cumpleaños, no sólo una reunión promocional. Me contó que le gustaba preparar pequeñas sorpresas para ella: regalos… y una tarta de cumpleaños. Tenemos que averiguar cuál era la empresa que hizo el servicio.
– Bernd Ungerer. -Maria siguió avanzando por el tablero como si estuviera sola en la habitación-. Por supuesto, equipos para panificadoras. Hornos… Y aquí… Lina Ritter, disfrazada de Caperucita Roja, con una hogaza recién sacada del horno en su cesta.
– Cuentos de hadas -dijo Fabel-. Estamos tratando con cuentos de hadas. Un mundo en el que nada es lo que parece. Todo tiene un significado, un simbolismo. El lobo grande y malo no tiene nada que ver con los lobos y tiene todo que ver con nosotros. Con la gente. La madre representa todo lo que es pródigo y bueno en la naturaleza, la madrastra es el otro lado de la misma moneda, todo lo que tiene la naturaleza de malvado y destructivo y perverso. Y los productos panificados: la sencilla y honesta integridad del pan; la lujuriosa tentación de los pasteles. Es un elemento que aparece en todos los cuentos de los Grimm.