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– Chef. -Anna llamó a Fabel, con la mano cubriendo el micrófono del teléfono-. El oficial de custodia no estaba muy contento, pero tengo a Olsen en línea.

Fabel cogió el auricular.

– Olsen, ésta es su oportunidad de quedar totalmente libre de sospecha de los asesinatos. ¿Recuerda que hablamos de Ungerer, el vendedor de equipamiento?

– Sí…

– ¿Qué fue lo que Hanna le comentó sobre la forma en que la miraba?

– ¿Qué?… No sé… Ah, sí, que no le quitaba los ojos de encima.

«Sí-pensó Fabel-, esos ojos fueron arrancados y colocados encima de otra persona.»

– ¿Había alguien más en la panadería que se sintiera atraído por Hanna?

Olsen se echó a reír.

– La mayor parte del personal masculino, probablemente.

– Pero ¿había alguien en particular? -El tono de Fabel era de impaciencia-. ¿Alguien que siempre estuviera dándole la lata?

Se produjo un silencio al otro lado de la línea.

– Por favor, Herr Olsen. Esto es muy importante.

– No… No, creo que su jefe, Herr Biedermeyer, el panadero jefe, era muy estricto sobre esta clase de cosas. Hanna incluso le fue con quejas sobre Ungerer. Él le dijo que hablaría con Frau Schiller al respecto.

Fue el turno de Fabel de callarse.

– ¿Eso es lo que quería saber? -dijo Olsen con vacilación-. ¿Ya estoy libre de sospecha?

– Tal vez… Es probable. Volveré a llamarlo. -Fabel colgó-. Comunícate con el KriPo de Kassel -indicó a Anna-. Averigua si Martha Schmidt había asistido a alguna clase de fiesta de cumpleaños o algún evento con servicio de catering en las semanas previas a su desaparición.

– De acuerdo, chef, pero teniendo en cuenta su contexto familiar, eso parece muy poco probable. No creo que sus padres los yonquis tuvieran la capacidad de organización o el interés para aceptar una invitación y llevarla a una fiesta.

– Lo triste de todo esto, Anna, es que lo más probable es que Martha se ocupara ella misma de esas cosas. Seguramente ella era lo más parecido a un adulto responsable en toda la familia. -Fabel suspiró. La imagen de Martha, llegando sola, mal vestida y sin regalo, a una fiesta de cumpleaños, le dolía-. La otra cosa que me gustaría que hicieras es contactar con los padres de Paula Ehlers; ellos ya te conocen; y que averigües de dónde salió la tarta de cumpleaños de Paula. -Le pidió a Maria Klee que se acercara-. Maria, quiero que te pongas en contacto con Heinz Schnauber, el agente de Laura von Klostertadt, y que averigües quién se encargó del servicio de catering de la fiesta. Especialmente quiero saber de dónde salió la tarta.

58

Viernes, 30 de abril. 10:00 h

Backstube Albertos, Bostelbek, Heimfeld, Hamburgo

Fabel tenía todas las respuestas que necesitaba. O bastantes de las respuestas que necesitaba. La policía de Kassel aún no había podido confirmar si Martha Schmidt había asistido a alguna fiesta de cumpleaños antes de que la secuestraran. Por otra parte, Anna había averiguado que la madre de Martha jamás había regresado a su casa después de que identificara a su hija. A Fabel le molestó que la Mordkommission se enterara de que Ulrike Schmidt se había suicidado mientras todavía se encontraba en Hamburgo a través de una notificación del departamento de policía de otra ciudad, cuando quien debía haber informado de ello era la Polizeidirektion que había intervenido en el caso. Una vez que se sobrepuso a la irritación que le producía el hecho de que hubiera una comunicación tan deficiente dentro de la Polizei de Hamburgo, Fabel recordó que Anna había tratado con mucha dureza a Ulrike Schmidt, tomándola, simplemente, por una yonqui insensible y egoísta. Pero, después de todo, a su manera había sido una madre.

Anna se puso en contacto con los Ehlers, quienes confirmaron que la tarta de Paula provenía de la Backstube Albertus, Las averiguaciones de Maria revelaron que Heinz Schnauber había pedido una tarta muy grande y decorada, hecha especialmente para Laura von Kiostertadt. Pero la tarta no la había preparado el servicio de catering: él mismo se la había encargado a una panadería especializaba que la envió directamente. La panadería era la Backstube Albertus.

La chica detrás del mostrador de la recepción de la Backstube Albertus estaba claramente alterada por la repentina presencia de tantos agentes de policía. Cuando Fabel le enseñó la placa ovalada de la Kriminalpolizei y le preguntó si Frau Schiller se encontraba en la empresa, ella simplemente asintió con un gesto.

Fabel había apostado oficiales uniformados de la SchuPo en la entrada principal de la panadería, así como en las salidas de incendio y en las plataformas de carga. Anna Wolff y Henk Hermann aguardaban en la planta de la panificadora. El aire estaba cargado de olor a masa y pan caliente, pero cuando Fabel, Werner y Maria entraron en el despacho de Vera Schiller, el recinto seguía manteniendo la misma atmósfera dura y funcional de la dirección de una industria. Y el escritorio de Markus Schiller todavía parecía recién abandonado. Vera Schiller se puso de pie, con una furia incandescente en los ojos.

– ¿Qué significa todo esto? Exijo saber por qué han irrumpido de esta manera en mis instalaciones… En mi despacho…

Fabel levantó la mano y cuando habló lo hizo con una tranquila y serena autoridad.

– Frau Schiller, tenemos preguntas muy importantes para usted y su personal. Sé que ésta es una época angustiosa para usted. Por favor no haga las cosas más difíciles de lo necesario.

Vera Schiller volvió a sentarse, pero mantuvo una postura tensa, rígida. El oscuro fuego seguía ardiendo en sus ojos.

– No presuma que sabe lo más mínimo de mí, Herr Kriminalhauptkommissar. Usted no tiene la menor idea sobre mí.

Fabel se sentó al otro lado del escritorio.

– Eso es posible. Pero hay algo que sí sé: se han cometido siete homicidios… Tal vez ocho. Todos fueron asesinatos horribles, incluyendo el de su marido. Y cada uno de ellos está conectado con la Backstube Albertus.

– ¿Conectado de qué manera? -Vera Schiller se movió como atravesada por una fuerte corriente eléctrica-. ¿Qué quiere decir?

– Laura von Klostertadt. Seguramente ha leído sobre su asesinato. Sin embargo, no se le ocurrió comentarnos que ustedes prepararon la tarta para la fiesta de su cumpleaños.

– No sé de qué me habla. Nosotros no hicimos ninguna tarta para ella. Yo lo recordaría.

Fabel le dio las fechas. Había un ordenador sobre su escritorio, un poco apartado. Ella pulsó algunas teclas.

– No, nada. Véalo usted mismo. -Hizo girar la pantalla hacia él.

– Ahí está. -Fabel señaló una entrada en la tabla desplegada en la pantalla-. Está a nombre de Heinz Schnauber. El agente de Laura von Klostertadt.

Vera Schiller examinó la entrada.

– Oh, sí, una tarta grande. Especial. Además un servicio completo de bollos y pastas. Recuerdo esa orden, pero no me informaron de que era para los Von Klostertadt.

– ¿Quién no le informó? -preguntó Fabel. Pero en su mente ya se había formado la imagen de dos manos enormes trabajando con una delicadeza incongruente.

– Herr Biedermeyer, por supuesto. El panadero jefe. -Abrió el cajón de su escritorio y sacó un pesado registro. Pasó las páginas, volvió a verificar la pantalla de su ordenador, luego pasó una uña pintada de rojo por una columna-. Sí… Aquí está… Herr Biedermeyer se ocupó personalmente del pedido. Es muy meticuloso.