– Por favor, Herr Fabel. Supongo que sabe que no represento ningún peligro para usted ni sus colegas. Ni tampoco tengo deseo alguno de escapar de su custodia.
Fabel le hizo una señal a uno de los SchuPos, quien dio un paso adelante, abrió las esposas, las quitó y volvió a ocupar su sitio contra la pared. Fabel encendió la grabadora.
– Herr Biedermeyer, ¿secuestró y asesinó a Paula Ehlers?
– Sí.
– ¿Secuestró y asesinó a Martha Schmidt?
– Sí.
– ¿Asesinó a…?
Biedermeyer levantó una mano y le dedicó a Fabel una sonrisa encantadora y bondadosa.
– Por favor; creo que, para ahorrar tiempo, será mejor que efectúe la siguiente declaración. Yo, Jakob Grimm, hermano de Wilhelm Grimm, compilador de la lengua y el alma de los pueblos alemanes, tomé la vida de Paula Ehlers, Martha Schmidt, Hanna Grünn, Markus Schiller, Bernd Ungerer, Laura von Klostertadt, la prostituta Lina… Lo siento, nunca supe su apellido… Y el tatuador Max Bartmann. Yo los maté a todos ellos. Y disfruté de cada segundo de cada una de esas muertes. Admito voluntariamente haberlos matado, pero no soy culpable de nada. Sus vidas no tenían importancia alguna. Lo único significativo de cada uno de ellos fue la forma en que murieron… Así como las verdades universales e intemporales que expresaron a través de su muerte. En vida, no valían nada. Al matarlos, les asigné un valor.
– Herr Biedermeyer, que conste que no podemos aceptar una confesión bajo otro nombre que el suyo verdadero.
– Pero le he dado mi nombre verdadero. Le he dado el nombre de mi alma, no la ficción que aparece en mi Personalausweis. -Biedermeyer suspiró, luego volvió a sonreír como si otra vez tuviera que acceder a los caprichos de un niño-. Si le pone más contento: yo, el hermano Grimm, conocido por usted bajo el nombre de Franz Biedermeyer, admito haber matado a todas esas personas.
– ¿Ha contado con alguna ayuda para llevar a cabo esos homicidios?
– ¡Desde luego! Naturalmente.
– ¿De quién?
– De mi hermano… ¿De quién más si no?
– Pero usted no tiene ningún hermano, Herr Biedermeyer -dijo Maria-. Usted es hijo único.
– Por supuesto que tengo un hermano. -Por primera vez, la cordialidad de la expresión de Biedermeyer se disolvió y fue reemplazada por algo infinitamente más amenazador. Depredador-. Sin mi hermano, yo no soy nada. Sin mí, él no es nada. Nos complementamos mutuamente.
– ¿Quién es su hermano?
La indulgente sonrisa volvió al rostro de Biedermeyer.
– Pero si usted lo conoce, claro que sí. Ya se ha visto con él.
Fabel hizo un gesto de incomprensión.
– Usted conoce a mi hermano, Wilhelm Grimm, por el nombre de Gerhard Weiss.
– ¿Weiss? -Maria habló desde detrás de Fabel-. ¿Sostiene que el autor Gerhard Weiss cometió estos crímenes junto a usted?
– Para empezar, esto no son crímenes. Son actos creativos; no hay nada destructivo en ellos. Son la encarnación de verdades que se remontan a varias generaciones. Mi hermano y yo somos los compiladores de esas verdades. El no cometió nada conmigo. Él colaboró conmigo. Como hicimos hace casi doscientos años.
Fabel se inclinó hacia atrás en la silla y observó a Biedermeyer, ese rostro cordial y atravesado por una sonrisa que contrastaba con la amenaza implícita en su corpulencia. «Por eso usabas una careta -pensó Fabel-. Por eso ocultabas la cara.» Imaginó la terrorífica figura que debía de presentar Biedermeyer enmascarado; el agudo terror que sus víctimas debieron de experimentar antes de morir.
– Pero la verdad, Herr Biedermeyer, es que Gerhard Weiss no sabe nada de esto, ¿no es así? Además de la carta que usted le envió a su editorial, jamás hubo ningún contacto real y tangible entre ustedes.
Una vez más, Biedermeyer sonrió.
– No, usted no entiende, ¿verdad, Herr Kriminalhauptkommissar?
– Es posible. Necesito que me ayude a entender. Pero primero tengo que hacerle una pregunta importante. Tal vez la más importante que le haga hoy. ¿Dónde está el cuerpo de Paula Ehlers?
Biedermeyer se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa.
– Ya obtendrá la respuesta, Herr Fabel. Se lo prometo. Le diré dónde encontrar el cuerpo de Paula Ehlers. Y se lo diré hoy… Pero aún no. Primero le diré cómo la encontré y por qué la escogí. Y le ayudaré a entender la conexión especial que existe entre mi hermano Wilhelm, a quien usted conoce como Gerhard Weiss, y yo mismo. -Hizo una pausa-. ¿Puedo tomar agua?
Una vez más, Fabel hizo un gesto con la cabeza hacia uno de los agentes uniformados, quien llenó una taza de papel de la máquina expendedora de agua y lo puso delante de Biedermeyer. Éste se bebió toda el agua, y el sonido que hacía al tragar quedó amplificado en la habitación silenciosa.
– Yo entregué la tarta en la residencia de los Ehlers el día antes de su cumpleaños, dos días antes de que la cogiera. Su madre tenía prisa respecto de la tarta porque quería esconderla antes de que Paula volviera de la escuela. Yo estaba alejándome en la furgoneta cuando vi a Paula dar la vuelta a la esquina y dirigirse hacia su casa. Pensé: «¡Qué suerte! He entregado la tarta justo a tiempo; la chica ha estado muy cerca de descubrir la sorpresa». Fue en ese momento cuando Wilhelm me habló. Me dijo que tenía que coger a la niña y acabar con su vida.
– ¿Wilhelm estaba con usted en el vehículo? -preguntó Werner.
– Wilhelm siempre está conmigo, vaya donde vaya. Llevaba muchísimo tiempo callado. Desde que yo era un niño. Pero siempre supe que estaba allí. Observándome. Planeando y escribiendo mi historia, mi destino. Me alegré mucho cuando volví a oír su voz.
– ¿Qué le dijo Wilhelm? -preguntó Fabel.
– Me dijo que Paula era pura. Inocente. Que aún no había sido manchada por la corrupción y la suciedad de este mundo. Me dijo que yo podía asegurarme de que permaneciera siempre de ese modo, salvarla de la corrupción y la ruina metiéndola en un sueño que durara para siempre. Me dijo que yo tenía que poner fin a su historia.
– O sea, matarla -preguntó Fabel.
Biedermeyer se encogió de hombros, dejando en claro que la semántica del homicidio no tenía importancia para él.
– ¿Cómo la mató?
– La mayoría de los días empiezo a trabajar muy temprano por la mañana. Eso es parte de ser panadero, Herr Fabel. Durante la mitad de mi vida he visto el mundo despertarse lentamente a mi alrededor mientras yo preparaba pan, el alimento más antiguo y fundamental para la vida, para el día que asomaba. Incluso después de todo este tiempo, todavía me encanta la combinación de la primera luz del alba y el olor del pan recién horneado. -Biedermeyer hizo una pausa, momentáneamente perdido en la magia de un instante recordado-. En cualquier caso, y dependiendo del turno que me toque, por lo general termino temprano y tengo gran parte de la tarde para mí. El día siguiente aproveché ese tiempo libre y estudié los movimientos de Paula, que eran atípicos, porque aquel día era su cumpleaños; entonces no tuve ninguna posibilidad de cogerla. Pero al día siguiente Paula fue a la escuela y mientras la vigilaba me di cuenta de pronto de que podía tener una oportunidad en el momento en que ella cruzara la calle principal en el camino de regreso a su casa. Debía tomar una decisión. Tenía mucho miedo de que me atraparan, pero Wilhelm me habló. Me dijo: «Cógela ahora. No habrá problemas, no te pasará nada. Cógela y pon fin a su historia». Yo tenía miedo. Le dije a Wilhelm que temía que lo que estaba a punto de hacer estuviera mal y que me castigaran por ello. Pero él dijo que me haría una señal. Algo que probaría que era correcto hacerlo y que todo saldría bien. Y lo hizo, Herr Fabel. Me dio una señal verdadera de que él controlaba mi destino, el destino de ella, el de todos nosotros. Estaba en la mano de la chica, ¿sabe? Ella llevaba la señal en la mano mientras caminaba: un ejemplar de nuestro primer libro de cuentos de hadas. De modo que lo hice. Fue muy rápido. Y muy fácil. La saqué de la calle, después la saqué del mundo y su historia llegó a su fin. -Una expresión nostálgica cruzó sus inmensos rasgos faciales. Luego volvió al presente-. Voy a ahorrarle los detalles desagradables, pero Paula supo muy poco de lo que ocurrió. Espero que usted se dé cuenta, Herr Fabel, de que no soy ningún pervertido. Puse fin a su historia porque Wilhelm me lo indicó. Me dijo que la protegiera del mal del mundo arrancándola de él. Y lo hice con la mayor rapidez y con el menor dolor posible. Supongo que, incluso después de tanto tiempo, usted conocerá los detalles cuando recuperen el cuerpo. Y mantengo la promesa de que le diré exactamente dónde encontrarla. Pero aún no.