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– ¿Y luego él regresó para decirle que matara a Paula Ehlers?

– Sí… Sí, exacto. Y yo sabía que él seguiría hablando conmigo si lo obedecía. Pero ella era demasiado fuerte. Mi madrastra. Se enteró de lo de Paula. Me dijo que me encerrarían. Que ella tendría que soportar la vergüenza. De modo que me hizo deshacerme de Paula y no pude usarla… No pude recrear un cuento con ella.

– Mierda… -Werner hizo un gesto de incredulidad con la cabeza-. ¿Su madrastra sabía que usted había secuestrado y asesinado a una colegiala?

– Y hasta me ayudó a esconder el cuerpo… Pero, como he dicho, ya volveremos a ello. Por el momento, quiero que entiendan que yo tenía una vocación, y ella la frustró. Impidió que yo cumpliera las instrucciones de Wilhelm. Entonces él volvió a dejar de hablarme. Durante casi tres años. Hasta que mi madrastra calló para siempre, hace unos tres meses.

– ¿ Murió? -preguntó Fabel.

Biedermeyer negó con la cabeza.

– Un ataque de apoplejía hizo callar a esa vieja hija de puta. La hizo callar y la paralizó y la mandó al hospital. Allí terminó todo. Ella ya no podía lastimarme, ni insultarme ni impedirme que hiciera lo que se suponía que debía hacer. Lo que tenía que hacer.

– Permítame adivinarlo -dijo Fabel-. La voz de su cabeza volvió a aparecer y le dijo que matara nuevamente, ¿no?

– No. En ese momento no. Wilhelm se mantuvo en silencio. Hasta que vi el libro de Gerhard Weiss. Tan pronto empecé a leerlo supe que él era Wilhelm. Que ya no era necesario que me hablara en mi cabeza. Estaba todo allí, en el libro. En el Märchenstrasse. Era el camino que habíamos recorrido juntos un siglo y medio antes. El camino que volveríamos a recorrer. Y la misma noche que empecé a leer, la voz suave y dulce de Wilhelm volvió a mí, pero a través de esas hermosas páginas. Supe lo que tenía que hacer. Pero también supe que debía desempeñar el papel que había desempeñado antes: la voz de la verdad, de la precisión. Wilhelm, o Gerhard Weiss, si lo prefiere, estaba obligado a alterar cosas para adaptarse a su público. Pero yo no.

– Entonces mató a Martha. Puso fin a su historia -dijo Fabel.

– Ya me había librado de mi madrastra y pude reunirme con mi Märchenbruder, con Wilhelm. Sabía que había llegado el momento. Tenía planeada mi obra maestra: una secuencia de cuentos a través de la cual podría cumplir con mi destino. Llegar al final feliz de mi historia. Pero había otras historias que tenían que terminar antes. Y la chica de Kassel, Martha, fue la primera. Yo tenía que llevar un pedido allí y la vi. Creí que era Paula, que ella había despertado de un sueño encantado. Pero en ese momento me di cuenta de lo que era en realidad. Era una señal de Wilhelm. Igual que el ejemplar de los cuentos que Paula tenía en la mano. Era una señal para mí, que me indicaba que había que poner fin a su historia para hacerla participar en la siguiente.

– Pero usted la mantuvo viva. La ocultó durante un par de días antes de «poner fin a su historia». ¿Por qué?

Biedermeyer miró a Fabel con una expresión de decepción, como si se le hubiera formulado una pregunta obvia.

– Porque ella tenía que ser una «persona subterránea». Tenía que estar un tiempo bajo tierra. Estaba muy asustada, pero yo le dije que no le haría daño. Que no debía tener miedo. Ella me contó todo lo de sus padres. Me hizo sentir pena por ella. Era como yo. Estaba atrapada en un cuento de padres que la habían abandonado en la oscuridad. En el bosque. Ella no sabía lo que era el amor, así que puse fin a su historia convirtiéndola en La niña cambiada y dándosela a unos padres que la querrían y la cuidarían.

Werner movió la cabeza, que seguía llena de moretones.

– Usted está loco. Es un demente. Lo sabe, ¿no? Todas esas personas inocentes que ha asesinado. Todo ese dolor y ese miedo que ha causado.

La expresión de Biedermeyer se oscureció de pronto y su cara se retorció con una mueca de desprecio. Fue como si estuviera generándose una tormenta repentina e imprevista. Fabel lanzó una mirada significativa a los dos SchuPos que estaban contra la pared. Estos se enderezaron y se pusieron alerta.

– Es que no lo entiende, ¿verdad? Usted es demasiado estúpido como para comprenderlo. -La voz de Biedermeyer se elevó muy ligeramente, pero con una resonancia profunda y amenazadora-. ¿Por qué no puede entenderlo? -Agitó las manos a su alrededor y recorrió la sala con la mirada, abarcando todo el entorno-. Todo esto… Todo esto… No creerá usted que es real, ¿verdad? No es más que un cuento, por el amor de Dios. ¿Es que no se da cuenta? Es tan sólo un mito… Un cuento de hadas… Una fábula. -Lanzó una mirada enloquecida a Fabel, Werner y Maria, mientras sus ojos, frustrados, buscaban una chispa de comprensión en los de los policías-. Sólo creemos en todo esto porque estamos dentro. Porque estamos en el cuento… En realidad yo no maté a nadie. Me di cuenta de que todo era un cuento cuando era un crío. En realidad no era posible que alguien fuera tan infeliz como yo. Nadie podía ser tan triste y solitario. Es ridículo. Aquel día, el día en que mi madrastra estaba golpeándome y todo el mundo empezó a sacudirse, Wilhelm no sólo me ayudó a recordar los cuentos que tenía que recitar… Me explicó que en realidad aquello no estaba pasándome. Nada de eso. Que era todo un cuento que él estaba inventando. ¿Lo recuerda? ¿Recuerda que él me dijo que era el cuentista? Mire: yo soy su hermano porque él me incorporó a su relato como su hermano. Todo esto es, sencillamente, un Marchen.

Biedermeyer hizo un gesto de asentimiento y de sabiduría, como si todos los que estaban sentados a esa mesa se hubieran dado cuenta de una verdad monumental. Fabel recordó lo que Otto le había comentado sobre la teoría de Gerhard Weiss, toda esa palabrería seudocientífica de que la ficción se convertía en realidad al atravesar las dimensiones del universo. Pura mierda, pero este monstruo triste y patético se lo había creído al pie de la letra. Lo había vivido.

– ¿ Y qué hay de los otros? -preguntó Fabel-. Háblenos de los otros asesinatos. Empecemos con Hanna Grünn y Markus Schiller.

– Así como Paula representaba todo lo bueno e íntegro del mundo, como el pan recién hecho, todavía caliente porque acaba de salir del horno, Hanna representaba todo lo podrido y lo malo… Era una mujer impúdica, promiscua, vana y venal. -Había orgullo en la sonrisa de Biedermeyer; el orgullo de un artesano exhibiendo su mejor obra-. Me di cuenta de que ella siempre ansiaba algo más. Siempre más. Una mujer impulsada por la lujuria y la avaricia. Usaba su cuerpo como un instrumento para obtener lo que quería, y al mismo tiempo me venía con quejas de que Ungerer, el vendedor, le lanzaba miradas lascivas y le hacía comentarios indecentes. Yo sabía que había que poner fin a su historia, de modo que empecé a observarla. La seguí, como había hecho con Paula, pero durante más tiempo, manteniendo un registro exacto de sus movimientos diarios.

– ¿Y así fue cómo averiguó su relación con Markus Schiller?

Biedermeyer asintió.

– Los seguí hasta el bosque en numerosas ocasiones. Entonces todo se aclaró. Volví a leer Die Märchenstrasse, como también los textos originales. Wilhelm me había hecho otra señal, ¿se da cuenta? El bosque. Ellos tenían que pasar a ser Hänsel y Gretel…

Fabel se quedó allí sentado, escuchando mientras Biedermeyer le resumía el resto de sus crímenes. Les explicó que había tenido la intención de encargarse de Ungerer, el vendedor, inmediatamente después, pero hubo una confusión con la tarta de la fiesta organizada por Schnauber y Biedermeyer la entregó en persona. En ese momento descubrió a Laura von Klostertadt. Vio su arrogante belleza y su pelo largo y rubio. Supo que estaba mirando a una princesa. No cualquier princesa, sino Dornröschen, la Bella Durmiente. De modo que la hizo dormir para siempre y cogió parte de su pelo.