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– Al fin, ¡oh rey!., he llevado a cabo mi obra. En lo alto de la colina hay el palacio más delicioso que jamás pudo concebir la mente humana ni desear el corazón del hombre. Está formado de suntuosos salones y galerías, de deliciosos jardines, frescas fuentes y perfumados baños; en una palabra, toda la montaña se ha convertido en un paraíso. Está protegido, como el jardín del Irán, por poderosos encantamientos que lo ocultan a la vista y pesquisas de los mortales, excepto a la de aquellos que poseen el secreto de su talismán.

– ¡Basta! -exclamó Aben-Habuz alborozado-. Mañana al amanecer subiremos a tomar posesión.

El dichoso monarca durmió muy poco aquella noche. Apenas los primeros rayos del sol empezaron a iluminar los nevados picos de Sierra Nevada cuando montó a caballo, acompañado de algunos fieles servidores, y subió el estrecho y pendiente camino que conducía a lo alto de la colina. A su lado, y en un blanco palafrén, cabalgaba la princesa hispanogoda, resplandeciendo su vestido de pedrería y pendiente de su cuello la lira de plata. El astrólogo caminaba a pie al otro lado del rey, apoyándose en su báculo sembrado de jeroglíficos, pues nunca montaba ninguna cabalgadura.

Aben-Habuz quiso contemplar las torres del palacio brillando por encima del mismo, y los abovedados terrados de los jardines extendiéndose por las alturas, pero no veía nada.

– Éste es el misterio y la salvaguardia del palacio -dijo el astrólogo- nada se divisa hasta que se pasa el umbral del vestíbulo encantado y se entra dentro de él.

Cuando llegaron a la barbacana se detuvo el astrólogo y señaló al rey la mágica mano y la llave grabada sobre el portal y sobre el arco.

– Éstos son -le dijo- los amuletos que guardan la entrada de este paraíso. Hasta que aquella mano se baje y coja la llave no habrá poder mortal ni mágico artificio que pueda causar daño al señor de estas montañas.

Aben-Habuz hallábase embobado y absorto de admiración ante aquellos mágicos talismanes, cuando el palafrén de la princesa avanzó algunos pasos y penetró en el vestíbulo hasta el mismo centro de la barbacana.

– He aquí -gritó el astrólogo- la recompensa que me prometiste: la primera bestia con su carga que entrase por la puerta mágica.

Aben-Habuz se sonrió, creyendo que hablaba en broma el viejo astrólogo; pero, cuando comprendió que lo decía formalmente, tembló de indignación su blanca barba.

– ¡Hijo de Abu Ajib! -le replicó airado-, ¿qué engaño es éste? Bien sabes el significado de mi promesa: la primera bestia con su carga que entre en este portal. Toma la mula más resistente de mis caballerizas, cárgala con los objetos preciosos de mi tesoro, y es tuya; pero no intentes llevarte a esa cautiva, delicia de mi corazón.

– ¿Para qué quiero las riquezas? -le contestó el astrólogo con menosprecio- ¿no tengo el Libro de la Sabiduría del sabio Salomón, y por medio de él puedo disponer de los secretos tesoros de la tierra? La princesa me pertenece por derecho; la palabra real está empeñada, y yo reclamo la joven como cosa mía.

La princesa observaba desdeñosamente desde el palafrén, sonriéndose al ver la disputa de aquellos dos vejetes sobre la posesión de su juventud y hermosura. La cólera del monarca pudo más que su discreción, y le dijo:

– ¡Miserable hijo del desierto! Tú serás sabio en todas las artes, pero es menester que me reconozcas por tu señor, y no pretendas jugar con tu rey.

– ¡Mi señor!… ¡Mi señor!… -añadió sarcásticamente el astrólogo-. ¡El monarca de un montecillo de tierra pretende dictar leyes al que posee los secretos de Salomón! Pásalo bien, Aben-Habuz; gobierna tus estadillos y disfruta en ese paraíso de locos, que yo, entretanto, me reiré a costa tuya en mi filosófico retiro.

Esto diciendo, cogió la brida del palafrén, y, golpeando la tierra con su báculo, se hundió con la hermosa princesa en el centro de la barbacana. Cerróse enseguida la tierra, no quedando huella de la abertura por donde habían desaparecido.

Aben-Habuz quedó mudo de asombro durante un gran rato; pero, desaturdiéndose después, ordenó que cavasen mil trabajadores con picos y azadones en el sitio por donde había desaparecido el astrólogo; pero por más que pretendían cavar todo era inútil, el seno de la montaña se resistía a sus esfuerzos, y cuando profundizaban un poco, la tierra se cerraba de nuevo. En vano también buscó la entrada de la cueva que conducía al palacio subterráneo del astrólogo, al pie de la colina, pues nada se encontró. Donde antes había una caverna no se veía ya sino la sólida superficie de una dura roca; al desaparecer Ibrahim Eben Abu Ajib concluyó la virtud de su talismán: el jinete de bronce quedó fijo con la cara vuelta a la colina y señalando con su lanza el sitio por donde el astrólogo desapareció, como si se ocultase allí algún mortal enemigo de Aben-Habuz.

De vez en cuando se oía débilmente el sonido de un instrumento y los acentos de una voz femenina en el interior de la montaña. Cierto día trajo noticia al rey un campesino de que en la noche anterior había encontrado un agujero en la roca, por el cual se metió hasta llegar a un salón subterráneo, donde vio al astrólogo recostado en un espléndido diván, dormitando a los acordes de la lira argentina de la princesa, que parecía ejercer mágico influjo sobre sus sentidos.

Aben-Hábuz buscó el agujero de la roca, pero ya se había cerrado. Intentó por segunda vez desenterrar a su rival, pero todo fue inútil, pues el encantamiento de la mano y la llave era poderosísimo para que los hombres pudiesen contrarrestarlo. En cuanto a la cumbre de la montaña, permaneció en adelante yermo y escabroso el sitio que debió ocupar el palacio y el jardín, y el prometido paraíso quedó oculto a la mirada de los mortales por arte mágica, o fue una fábula del astrólogo. La gente opta crédulamente por esto último, y unos lo llaman "la locura del rey", y otros "el paraíso de los locos".

Para colmo de las desdichas de Aben-Habuz, los enemigos circunvecinos a quienes había provocado y escarnecido a su gusto mientras poseyó el secreto del mágico talismán, al saber que ya no estaba protegido por ninguna influencia mágica, invadieron su territorio por todas partes, y el resto de su vida lo pasó el malaventurado monarca atormentado por alborotos y disturbios.

En fin: Aben-Habuz murió, y lo enterraron ha ya luengos siglos. La Alhambra se construyó después sobre esta célebre colina, realizándose en gran parte los portentos fabulosos del jardín del Irán. La encantada barbacana existe todavía protegida, sin duda, por la mágica mano y por la llave, formando actualmente la Puerta de la Justicia, que constituye la entrada principal de la fortaleza. Bajo esta puerta -según se dice- permanece todavía el viejo astrólogo en su salón subterráneo, dormitando en su diván, arrullado por los acordes de la lira de plata de la encantadora princesa.

Los centinelas inválidos que hacen la guardia en la puerta suelen oír en las noches de verano el eco de una música, e influidos por su soporífico poder, se quedan dormidos tranquilamente en sus puestos; y es más: se hace en aquel sitio tan fuertemente irresistible el sueño, que aun aquellos que vigilan de día se quedan dulcemente dormidos en los bancos, siendo, en suma, aquel sitio la fortaleza militar de toda la cristiandad en que más se duerme. Todo lo cual -según cuentan las antiguas leyendas- seguirá ocurriendo de siglo en siglo, y la princesa continuará cautiva en poder del astrólogo, y éste, asimismo, permanecerá en su sueño mágico hasta el día del juicio final, a menos que la histórica mano empuñe la llave y deshaga el encantamiento de esta colina.

EL PEREGRINO DE AMOR

Había en otros tiempos un rey moro de Granada que sólo tenía un hijo, llamado Ahmed, a quien los cortesanos le pusieron el nombre de Al Kamel o El Perfecto, por las inequívocas señales de superioridad que notaron en él desde su tierna infancia. Los astrólogos hicieron acerca de él felices pronósticos, anunciando en su favor toda clase de dones suficientes para que fuese un príncipe dichoso y un afortunado soberano. Una sola nube oscurecía su destino, aunque era de color de rosa: "¡Que sería muy dado a los amores y que correría grandes peligros por esta irresistible pasión; pero que, si podía evadir los lazos del amor hasta llegar a la edad madura, quedarían conjurados todos los peligros y su vida sería una sucesión no interrumpida de felicidades!"